La muerte de mi madre fue bien distinta a la de su esposo, mucho más angustiosa y lenta debido a la larga agonía con que la martirizó el cáncer de páncreas. Los últimos días los sedantes eran cada vez más fuertes y se los administrábamos cada día a más corto plazo. Había perdido su ser natural y la noción de la realidad. Una noche en que estábamos todos sus hijos en la casa, ella recuperó parte de sus fuerzas y lucidez y pidió despedirse de nosotros diciendo que ya se iba a morir, de modo que fuimos pasando uno a uno junto a su lecho, nos abrazamos a ella con palabras de amor y de agradecimiento y ella nos nombró a todos sin confundirse, llorando. Algunas de mis hermanas también lloraban creyendo que era el final. Pero yo no lo creía así.
Entre una y otra muerte de mis padres, había presenciado en su instante el fallecimiento de otros dos ancianos familiares. Por eso dudaba de que la muerte se fuese a llevar a mi madre la noche en que quiso despedirse de sus doce hijos. Fue un acontecimiento estremecedor, es cierto. Parecido a una representación bíblica, el último acto de una tragedia griega en la que se daban la mano el deudo a la mitología y la expresión del sentimiento familiar más profundo: la madre, consciente de su destino, bendice a sus hijos con amor y se lleva de cada uno de ellos el mismo calor que les dio de su seno. Pero al acabar el acto del abrazo común, les decía a mis hermanos que madre no moriría esa noche, pues yo no vi el rostro de la muerte en ella.
La muerte de mi madre se presentó días después, y fue recién comenzado el día. Mi hermana Josefita y yo la velamos esa noche, pues lo hacíamos por parejas, ya que somos tantos hermanos. A primeras horas de la mañana llegó mi hermana Herminia que asistía para limpiarla todos los días. En ello estábamos los tres, yo ayudándolas para mover el pesado cuerpo de la madre agonizante. En un momento en que Herminia la limpiaba con agua tibia, comenzó a surgir de sus intestinos el flujo pestilente y vil de la putrefacción. Mis hermanas se sentían extenuadas, desesperadas, gimientes. Yo la miraba a la cara y les dije, Ya está. No hace falta que sigáis limpiando. Ya se ha muerto.
Nota. Me advierten algunos lectores que hago alarde de impudor al hablar de la muerte, pero yo lo hago simplemente porque, además de ser la parte inconciente de la vida, también es una experiencia vivida. Y no se trata de estar triste, sino apercibido.
Nota. Me advierten algunos lectores que hago alarde de impudor al hablar de la muerte, pero yo lo hago simplemente porque, además de ser la parte inconciente de la vida, también es una experiencia vivida. Y no se trata de estar triste, sino apercibido.
7 comentarios:
Querido Pruden, ¿impúdico hablar de la muerte? La muerte en sí es impúdica, como la vida misma. Y escandaloso es cómo se nos quieren esconder ambas para instalarnos en la mera apariencia, en este simulacro políticamente correcto de la vida, donde la muerte se pone tras un fundido en negro, como si fuera una película.
No negaré que alguno de tus relatos me ha hecho sufrir mucho, pero no podemos pensar que las cosas no existen por el mero hecho de cerrar los ojos.
Un abrazo.
Gracias, Ana. Tu comprensión me consuela de otras observaciones drásticas. Lo que dices de que se nos oculte la muerte con la pantomima de la propaganda "feliz" es lo que me llevó a escribir estas cositas. Un asunto mucho más amplio y profundo de como lo he planteado para abrir boca.
Saludos cordiales, poeta
Yo también agradezco esa impudicia, que casi me resulta didáctica porque mi experiencia con la muerte es tan chiquita, tan chiquita que asusta.
Pero claro, tú, con esas matanzas que acometiste de chaval, ¡menudo caché!
jajaja, qué buena eres para todo admirable Susana. Es cierto, se templó mi espíritu ante la muerte ajena para aceptar la propia como una bendición del arcoiris. ¿Crees que tiene es algo que ver con tu erotomanía? ¿No puede ser la muerte nuestra otra conquista más de Eros y no de Tanatos?
No pillo lo de la conquista de Eros ante Tánatos frente a la muerte... no estaría de más que elaborases un post explicando esa interesante propuesta.
Hablar de la muerte no es hacer alarde de " impudor".
Y como bien dices, no se trata de estar triste sino "apercibido".
Mi madre no logró despedirse de la vida .Se resistía a morir.
La actitud de los momentos finales debe tener mucho que ver con cada esencia .
Aceptar la muerte ¿No es como llevar a cabo el último acto de nuestro andar?
Lo importante para mí en este relato o mas bien vivencia tuya , no es la muerte. Si no la capcidad y el sabeer hacer bien las cosas hasta que "la que te trajo al mundo" le llego su hora.
Yo por desgracia la vida no me ha dejado ponerla en su sitio e intentar darle ,un poquito del cariño que ella me dio, se me fue con solo seis años.
Por lo tanto solo puedo quitarme el sombrero ante ti y todos tus hermanos .
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