No podía irse sin comunicárselo al menos a su padre,
Anton Joyce, hijo de irlandeses y alemán de nacimiento, hombre de pocas
palabras y amante de los caballos. Entre Margot y su padre había prevalecido
siempre la confianza y el entendimiento mutuo, un sustentado sentimiento de
amor filial que ella concebía, desde siempre, como la salvaguarda para soportar
sin daño sus cambios de carácter. En ocasiones inexplicables, se mostraba
gentilmente espléndido por las mañanas y por las tardes su semblante se volvía
hosco y su temperamento irascible; se convertía en una persona insociable. Pero
ante ella se disculpaba si lo requería en algo y se mostraba dispuesto, aunque
estuviera haciendo de tripas corazón y la tirantez de los músculos faciales no
volviese a su estado natural. A su manera, Anton la había querido siempre y por
ella se cambiaba hasta las cosas de mano. Así que ahora, al tiempo de huir con
su hija, no podía dejar de informarle de la situación. Sin embargo, a Obdulia, la madre, Margot
prefería no ponerla en antecedentes confiando en que Anton Joyce, advertido de
esa imperativa necesidad, sabría mantenerla en la ignorancia así como en la
esperanza de que un día regresaría con la niña. Le diría a su esposa que iban
de viaje, un viaje del que solamente ella misma conocía el destino y nadie más
el regreso. Había decidido abandonar a su esposo porque ya le había pegado
varias veces y tenía la sospecha, si no fundada en la evidencia sí comprobada
por la sazón de los indicios, de que la engañaba con otra. O vete a saber si
con más de una, toda vez que el narrador de esta historia ha conocido la navegación
amatoria de Anselmo Letelier Salvochea, por lo que es probable que los recelos
de su esposa tuvieran fundamento. Es tan incontrolado como ambicioso: se cree
muy hombre, pero no es más que un bruto, pensaba ella con el descubrimiento
abrupto de su amargura. Margot no había sospechado durante su alegre y
equilibrada vida que los celos y el maltrato la conducirían al estado sombrío del
sufrimiento y que este la llevara a una situación extrema. Una situación a la
que había llegado por el doblez de su esposo, por sus tardanzas y la violencia
empleada con ella. El cambio de ser de Anselmo la inducía no solo a sospechar
que la engañaba, también los silencios obtusos y el dolor de su carne eran un
verdadero martirio y ya no quería seguir así. Se hallaba sobrepasada por la
realidad. Su padre se ofreció primero para hablar con Jacobo e incluso
denunciarlo a la policía a fin de obtener el divorcio rápido. Margot lo
conminó. «Si te confío lo que voy a hacer es porque no deseo tomar otra
alternativa». Anton Joyce no estaba de acuerdo con la decisión de su hija, pero
no pudo impedírselo: ella siempre tuvo buen tino para sus decisiones y un
convencimiento de clavo firme que hacía inútil intentar de persuadir.
Aquella misma tarde, voló al silenciado país y la niña con ella.
Desde que Anselmo Letelier
Salvochea llegó a este país, joven y arrogante, con sus ojos de isla mediterránea,
de mirada sutil, luminosa y penetrante como la de un tuareg, considerado al
cabo de los años por los demás de seductor en desgracia, no ha cambiado de
trabajo ni de condición descuidada, espontánea, exhibicionista y risible. La
mayoría de la gente que lo conoce lo ve ridículo. Un extranjero grotesco. Desde
que su mujer lo abandonó llevándose a la niña, ha sido siempre así: con el alma
colgada del vacío y la mirada persiguiendo a las muchachas. Ahora que cumple
cuarenta y pico de años, se extravía sobre todo mirando las jóvenes que oscilan
alrededor de los veinte, porque esa es la edad que debe tener su hija, a la que
sigue obsesionado en buscar pero más en la imagen de las otras chicas que en la
realidad donde quiera que viva. A los dos años de la separación sufrió amnesia
transitoria tras un coma etílico y desconoce con exactitud el año que nació Barcelona
Joyce. Su esposa se llevó el libro de familia y no ha vuelto a darle noticias
de su paradero.
Margot se llevó, además de la
niña y el libro de familia, su existencia total y lo dejó abandonado, solo,
deshabitado, en la ignorancia, sin rastro donde poder hallarlas. Barcelona Joyce
no había cumplido un año cuando su madre se separó de Jacobo por infidelidad y
maltrato. Entonces no bebía con la compulsión desangelada e insaciable que le
vino después; ni ahora, pasado aquel tranco, tampoco bebe hasta emborracharse,
pero el virus de la violencia se le desbravó de golpe porque Margot le dijo,
despechada, que ella también tenía un amante.
Notilla al lector. Anselmo y Jacobo
son el mismo personaje, cuyo motivo del doble nombre se explica en lo sucesivo
de la historia
2 comentarios:
Qué pasa Pruden... Si no hacemos comentarios no nos sigues contando de tu novela?
Sí hombre, o mujer. Se trata de una novela inédita formada por una trilogía sobre el amor puro. Se fundamenta en dos historias independientes, una que sucede en tiempo del narrador de la segunda, cuyos personajes principales convergen en la tercera. Algo osado (si se me permite la osadía de la interpretación personal)pero que de momento no tiene validez ninguna.
Muchas gracias
Publicar un comentario