Al
volver vio de nuevo a los dos chiquillos. Estaban recogiendo las trampas para
zorzales que pusieran horas antes. Los sorprendió el guarda jurado que
probablemente los hubiera estado acechando. Los abordó dándoles voces y los
chicos se asustaron al principio, pero no corrieron. Micaela Miranda detuvo su
caminar para observar la escena porque no sabía que estuviera prohibida la caza
como el guarda les gritaba. Santiago los encañonó con la escopeta incitándoles
a que les dieran los zorzales y las costillas,
las trampas, pero los chicos se resistieron y se defendían. Sin más
contemplaciones, Santiago se descolgó una vara que llevaba sujeta al cinto y
comenzó a golpearlos. «O me dais los zorzales u os meto en la cárcel». Eso lo
dijo tras la primera tanda de golpes. Uno de los chicos, el que llevaba las
trampas en una talega, consiguió escaparse antes de que Santiago continuara apaleándolos.
Al verse desamparado y en peligro, el otro le tiró la ristra de pájaros muertos
a la cara y también huyó. Ante los despojos de su victoria, Santiago se
arremangó los pantalones, se atacó la camisa, se ajustó el sombrero con sus
distintivos oficiales y, satisfecho de su logro, cogió los zorzales del suelo y
los guardó en su morral. Al salir al camino vio que Micaela lo observaba. «¿Y
tú quién coño eres? ¿Qué coño haces aquí? ¿Buscas alguien que te monte?»
Micaela no contestó, continuó su caminar en dirección al pueblo, agitada y
temerosa por la condición y las palabras de aquel hombre. Él la seguía unos
pasos detrás y volvió a hablarle como quien busca reconciliarse. «Ya te recuerdo,
mujer. Tú eres la que estaba con don Juan hace unos días. Me han dicho que eres
la maestra nueva. ¿Cómo te llamas? ¿No quieres decirme cómo te llamas? Descuida
que ya me enteraré de tu nombre. ¿Te gustarán los tíos, no? Porque si necesitas
uno, yo no tengo inconveniente en…» «Oiga usted, majadero, sinvergüenza, ¿quiere
hacer el favor de dejarme en paz? ¿Acaso le he dirigido yo la palabra?» Estaban
llegando al cruce por donde se entra al lavadero. Vio que allí había gente y
comenzó a aligerar el paso en aquella dirección para protegerse.
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