Es un gran consuelo saber que de
ahora en adelante la casa real española no tendrá a su disposición más que ¡42
coches oficiales! Es un consuelo para nuestra economía y una gran esperanza (no
sé si llamarla espiritual) saber que esos pobres vástagos azules que surgen del tronco del olivo nacional (parásitos,
pienso que también pueden ser llamados) se ponen la mano en el pecho y se
recortan voluntariamente sus derechos legítimos, los que les fueron dados por
gracia divina (y con el beneplácito del pueblo español a punta de pistola).
A ver si a partir de este
ejemplar dechado de desinterés y amor a la patria algún que otro vividor impasible de la
política, de la banca o de las grandes empresas, consulta con su almohada y le
retira, al menos, un teléfono móvil a su esposa. Y si así sucesivamente se
sanea nuestra degradada integridad tribal, tal vez no sea menester invocar y
reivindicar una asamblea constituyente que prensa fuego a todo maldito bicho
que se come las matas de los melonares antes de ser productivos.
Porque eso de tener más de 70 coches
oficiales al servicio de una santa familia que no da palo al agua (no sabemos
nada de los yates) y que por ende es venerada por la clerecía chabacana de la
España de charanga y pandereta (es que no se me olvida don Antonio, ustedes
perdones el apropiamiento de sus palabras) era una cosa que ruborizaba hasta el
mismísimo Borbón, tan noble como dichoso que es el hombre. Vale.
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