Fíjate,
querida amiga, que me vine a este lugar a pasar las vacaciones para disponer de
tiempo y continuar con la biografía
sobre el poeta Miguel Hernández y, sin embargo, desvarío contándote cosas de mi
pasado personal. Como bien sabes no soy una escritora ni pretendo serlo porque
estudie y divulgue la obra del poeta oriolano: pues pienso que ese trabajo lo
hago por pasión sencillamente. Una pasión enlazada a las pasiones de aquel
hombre que fue desgraciado y nos dejó un legado poético tan hermoso. Hermoso y
diferente. Figúrate hasta lo que se me ocurre pensar a veces, tanto cuando leo
su obra como a medida que voy sabiendo más de su vida particular: pienso que si
yo fuera hombre me hubiera gustado hacer lo que él hizo o le tocó hacer. No
pienses que soy masoquista hasta el punto de desearme para mí misma el calvario
de cárceles y sufrir una prematura muerte motivada por el abandono oficial de
su persona. No, claro que no desearía eso para mí ni para nadie más, pero sí es
cierto que en ocasiones me siento identificada con sus resoluciones pasionales
más que convincentes. Claro está que no supo, o no pudo, darle una solución
hermosa a su vida, por decirlo con sus propias palabras. La suma de errores que cometió a la hora de
querer salvar el pellejo, yendo y viniendo de Madrid a su pueblo y de su pueblo
a Madrid y luego dirigirse hacia Andalucía buscando una salvación que no
existía para él, no fue más que la pulsión al arraigo de su tierra y su esposa.
Un arraigo de pasión más que de inteligencia, claro está. Aquel imposible le hizo ser su propia víctima
al verse sin dinero, fugitivo y solo en la frontera de un país vecino pero adverso
para tus intenciones descalabradas, donde vino a ser detenido por sospechas
infundadas de la policía portuguesa. Al parecer la policía de fronteras
portuguesas recibía un miserable estipendio por cada español republicano que entrase en su país sijn el correspondiente
permiso. Miguel Hernández carecía de cualquier aval en su intento de fuga. No,
claro que no quisiera haber vivido ni vivir esas peripecias de abandono y
soledad y desamparo, porque ni él ni nadie mereció ser perseguido, torturado y
asesinado después de haber sido primeramente derrotado de una guerra. Pero es
que hallo una especie de conjunción entre sus pasiones vitales y su arrojo
amoroso por la vida, por la defensa de la España republicana también, que
quisiera yo ponerlo como ejemplo de poeta vital y de víctima particular. Mas
que nada en ese periodo último de su existencia: desde la huida de Madrid hasta
caer preso y ser torturado en una cárcel cuartelera de la Guardia Civil allá en
Rosal de la Frontera. Mientras tanto no pudo escribir ni un verso que pudiera
decirse suyo. Figurémonos hasta donde puede llevar la desesperación a un hombre
que huye de la muerte y no encuentra nada más que vacío y malas caras.0
Sé que a estas alturas, tras el
primer centenario de su nacimiento, la vida y la obra de Miguel Hernández están
expandidas por casi todas las bibliotecas de España. Mas sigo viendo, a veces,
confusa y replicada su actitud, su presencia, por la testarudez de la
ignorancia o la enemistad pautada que no pocos ejercen sobre este hombre. Por
eso es para mí importante conocer y poder contar con su propia voz su último
periodo de libertad: desde que acaba la guerra hasta que es detenido y
torturado con saña y entregado, como cosa perdida y empero peligrosa a las
autoridades del nuevo régimen. Es decir a los vencedores, a sus vengativos
vencedores.
Me replanteo una y otra vez cómo
pudieron ser esos últimos días de fugitivo por tierras andaluzas sin encontrar
a nadie que verdaderamente pudiera echarle una mano a su desamparo. Me
replanteo imaginariamente y con los escuetos datos que ofrecen sus cartas, a
veces “mentirosas” para no causar dolor a su esposa, cómo pudieron ser esos
días de vagabundo. Un poeta vagabundo que no sabía dónde caerse muerto. Dónde
dormiría, me pregunto. Cómo pasaría las noches y cómo afrontaría el nuevo día
hasta poder cruzar la frontera. Cómo serían esos días desde Cádiz, donde el
último amigo que buscó no estaba ya, hasta decidir buscar una salida por
Lisboa. Todo ese periplo de lucha interior y esperanzada, pero sin amarre alguno
para su seguridad personal, me seduce por lo desconocido y me intriga por saber
cómo, de qué manera, haciendo qué dónde llegara, pasaría ese hombre, el poeta
Miguel Hernández, presionado por la desdicha de hallar un lugar seguro para él
mismo primero y pensando en su mujer y su hijo.
Me replanteo en mi
conciencia casi vacía, por los leves estudios sobre su peregrinaje, cómo
trascurrió esos días hasta quedarse sin dinero alguno antes de poder llegar a
Lisboa, qué soñaría el hombre sin destino alguno. Sin destino posible para la
tranquilidad y el reencuentro con su familia. Quisiera imaginar, porque parece
que no es posible saber a ciencia cierta, cada uno de sus ayes en soledad tras
las negativas para encontrar la salida, quisiera imaginármelo haciendo de tripas
corazón con su esfuerzo tremendista y osado para dejar atrás la muerte en manos
de sus enemigos. Porque, querida amiga, imagino esos días sin registro eficaz y
a veces me rebela mi propia incapacidad para encontrar datos ciertos y palabras
que poner en su propia voz de hombre libre.
Sí, quisiera continuar con este
trabajo ofreciendo a un Miguel Hernández redivivo que cuenta su propia vida, porque
así es como quiero imaginarlo: vivo y responsable de su capacidad amorosa. Contando él mismo, no yo con voz de
falsete, sino él mismo con su voz de tierras roturadas esos días transcurridos
desde que abandonó Madrid por última vez hasta el momento de tener que vender
el reloj para poder seguir comiendo. Tremendo. Todo ese periodo de su penúltima
vida me parece tremendo e incluso aprovechado, a toro pasado, por algunos de
los que injustamente le dieron la espalda.
Fragmento de la novela inédita La mujer del marido ciego
3 comentarios:
Qué interesante este tema, Pruden, nos quedamos con ganas de leer más. Por cierto, te salió jovela
Por cierto, te decía, escribiste jovela en vez de novela, bonita palabra que provendrá de joven+novela, ¿verdad?
Sí, también podemos interpretarla como jovelandia. Gracias por la observación, joven
Publicar un comentario