Fragmento de la novela en imprenta
Pero
él seguía siendo un niño echado aparte. En la escuela y en la calle se reían de
él y lo maltrataban los demás con esa tiranía explícita que los niños
demuestran ante los más débiles. Sobre todo se burlaban de sus ojos diciéndole
como una ofensa “ojos de gato”, ya que en Bienlabrada todas las personas los tienen
azules y él los tenía de un verde claro deslumbrante. Pero él heredó el nombre
y los ojos de su madre muerta, Belarmina Campaña, que no había nacido en el
pueblo de los repobladores alemanes, sino que su padre la conoció en Tarifa,
cuando fue a esa ciudad a hacer la mili, y allí la hizo su novia y se la trajo
al pueblo una vez que se casaron. Por todos esos desprecios que recibía
Belarmino Bécquer, tomó la iglesia del pueblo como refugio ante las
adversidades y agresiones diarias, y allí se encontraba a salvo y pasaba largas
horas mirando el retablo y las demás imágenes sin que le dijeran nada. No se
recluía en la iglesia por una vocación manifiesta, como pensaba el cura, sino
sencillamente porque se encontraba más protegido y más a gusto que en su casa y
en las calles del pueblo. Bienlabrada, una población aledaña a La Carlota pero
con municipio propio, que continuaba a principios del siglo XX con su modelo de
parcelación agraria adquirida desde sus inicios. Los pequeños labradores, por
fuerza de las divisiones hereditarias contaban cada vez con menos tierras, lo
que los obligaba a desarrollar una ambición intrínseca por el trabajo. Unos
querían agenciar nuevas tierras para vivir holgadamente de ellas; otros sentían
la seducción por emigrar a países de América. En los países de América se
anunciaba el enriquecimiento sin necesidad de destripar terrones ni esperar las
nubes durante los inviernos secos y las primaveras de lluvias desperdigadas.
Justino Bécquer era de los de pensamiento primitivo. Su conciencia se había
enraizado en el afán de poseer la tierra y cultivarla. Le gustaba, la amaba, la
cultivaba con esmero y con esperanza siempre de obtener buenas cosechas. Tenía
más que asumido que a las sequías no hay más que un modo de hacerles frente, y
era tener siempre la alacena repleta. Algunos ahorros en el banco y la alacena
repleta de carne de cerdo en orzas con pringue de manteca. Su espíritu austero
le había desarrollado el sentido de la espera como el único remedio ante las
adversidades de la agricultura. Pero cuando el año era propicio para labrar y
sembrar porque la lluvia viniese en su tiempo y cayera en la medida que la
tierra necesita, sus dos brazos eran poco para el desaforado empeño que las
labores requerían. Necesito los brazos de Belarmino, pensaba, cuando el niño ya
había cumplido la edad escolar, pero el niño dio pronto muestras de no servir
para guiar la yunta de mulos ni sujetar con fuerza el arado al mismo tiempo. Se
criaba muy endeble, cogía todas las enfermedades, crecía muy poco para su edad
y siempre andaba solo y serio. Casi sin amigos. Viendo que en la iglesia se
pasaba eternos ratos sentado, ensimismado, sin rezar o rezando ya fuese tras
acabar la misa o cualquier otro día y a las horas menos previsibles, el cura le
propuso al padre que lo enviase al seminario, considerando para su bien
particular que igual el chico era místico. Quién sabe si al menos no conseguía
un buen obispo de su Belarmino, porque para la escuela había demostrado ser
listo, le aseguraba el cura al padre. El seminario era gratis y las clases
también. Sólo tendría que preocuparse de su ropa y de las medicinas cuando las
necesitase, igual que en casa. Esas pocas razones convencieron a Justino
Bécquer de que si su hijo no le podía ayudar en el campo, que al menos pudiese
buscarse la vida por su cuenta, aunque fuese a costa de conchabarse las beatas
del lugar donde lo enviasen con el tiempo, si llegaba a ser cura.
7 comentarios:
Vaya Pruden qué bien huele, mejor sabrá. Ganas de tener tu novela entre mis manos. Enhorabuena. José
Gracias, José, por tu apreciación. Tal vez nos llegue como regalo de Reyes, aunque no sean magos ni monárquicos, pero sí venturosos.
Saludos cordiales
Hola amigo Pruden, ojalá pronto podamos leer esta novela, desde luego tiene muy buena pinta. Un saludo.
Las garras del chacal siempre están afiladas y no sé porque oscura razón, casi siempre, se esconden detrás de algún mago rey o alguno con hábitos oscuros para después desgarrar a la presa.
Espero pronto poder vivir esta novela. Digo.
Gracias Alfonso. El chacal es un animal más temible que dañino pero más dañino que temible cuando halla una presa frágil, como solían ser las maestras de escuela en tiempos no tan pretéritos de nuestra España.
Espero, y confío, no defraudarte
Bienvenida sea esa novela, pariente...
Y como dijo alguien para esas fechas: "Lo mejor sería que se vayan los reyes y se queden los magos"
Suscribo galarosamente ese dicho, pariente Victorio: porque además de los reyes cada vez hay más sotas de bastos (las tanquetas con chorros de agua para romper manifestaciones)y por eso los días son cada vez menos mágicos. Por eso recurrimos a la ficción, para no olvidar del todo que hubo incluso fechas peores
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