A nuestro primo Marcos Arzúa Barbosa
Pedregosa y árida y arisca, la primera Talbania que nos viene a las mientes se sitúa entre las balaceras religiosas de Afganistán. Allí nació el abuelo Juan Luciano, hombre descreído y sin amor que llevarse a la boca. Huyó por no rezar al ritmo de la respiración, por no usar la quijada de Caín, porque quería ver el otro lado de los cerros. Comenzó a caminar y caminó. Su nombre originario lo perdió por las fronteras y caminos. Cuando, finalmente, llegó aquí, venía con una mujer que halló perdida, que había perdido su país tras una gran guerra en los Balcanes. Entre los dos trajeron un enorme deseo de paz que les mudó la pena en melancolía, esta melancolía agraz que amanece en las calles cuando el viento. La mujer nunca pronunció su nombre de verdad.
Existe otra Talbania silenciosa y huraña cuyos habitantes no saben si pertenecen a Kenia o a Tanzania. En tiempos que la memoria desentraña, alemanes e ingleses dividieron a su merced aquellas inmensidades de las tierras altas del África oriental, y ellos, los nativos de siglos, continúan su andadura de dioses peregrinos. Una esclava procedente de aquellos mundos que atraviesa el Tren de la Locura, vino a ser poseída por el Mediterráneo, de que salió fecunda. Con su estado de buena esperanza la trajeron acá. En el registro de defunción consta simplemente como Juana la Negra, con una descendencia de tres varones naturales de la que se desgaja, en la actualidad, Silvestre Marín Cañete.
Una más hemos localizado entre las Hojas de Hierba de Walt Whitman, rodeada por las Islas Largas de América de Norte. Otra entre los suspiros de América Latina, que generalmente cantó Pablo Neruda en la evocación de los Mapuches. La siguiente se halla en un relato de Coetzee titulado Esperando a los bárbaros, cuya situación se desconoce, pero que orilla una civilización y un lejano desierto. Hay muchas Talbanias diseminadas por la geografía de la Historia Universal de los Ensueños.
En su República hablanera, Prudencio Salces cuenta presumiblemente que los orígenes de la Talbania en la que vivimos proceden de un valle cántabro, cerca de donde nace el río Ebro. Pero eso no es más que una fábula que un buen día pondremos en evidencia en este mismo lugar.
2 comentarios:
Pues ya estoy esperando el día ese, en el que se trate los orígenes de Talbania, o cualquier historia de su pasado.
"Allí nació el abuelo Juan Luciano, hombre descreído y sin amor que llevarse a la boca. Huyó por no rezar al ritmo de la respiración, por no usar la quijada de Caín, porque quería ver el otro lado de los cerros. Comenzó a caminar y caminó. Su nombre originario lo perdió por las fronteras y caminos. Cuando, finalmente, llegó aquí, venía con una mujer que halló perdida, que había perdido su país tras una gran guerra en los Balcanes. Entre los dos trajeron un enorme deseo de paz que les mudó la pena en melancolía, esta melancolía agraz que amanece en las calles cuando el viento. La mujer nunca pronunció su nombre de verdad."
Aunque bien es cierto que todo el texto tiene imágenes muy transmisivas, estas palabras me han gustado especialmente, tanto por la hondura, como por el juego que dan para usar la imaginación.
Un saludo.
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