Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

sábado, 15 de septiembre de 2007

20 viudas

A Conchi Romero, que se imagina Talbania


La viuda más antigua es María la Londra, que vive en la casa frente a la nuestra, en la esquina noroeste de las calles Montealbo y Agua.

(Deberías de hacer una cruz cardinal, la rosa de los vientos, ya sabes, para situarte gráficamente sobre lo que te voy describiendo. Cuando yo estuve allí, Talbania era esto: cuatro calles en cruz, con la orientación casi perfecta de norte (Montealbo), sur (Calle Nueva), este (El Portillo) y oeste (Calle del Agua). Yo ocupaba la casa que hacía esquina entre Montealbo y El Portillo, con entrada por la primera y recibía el sol las 24 horas del día. Los días nublados era otro cantar en la azotea).

María la Londra (1ª) pasa temporadas en Córdoba, con su única hija, porque ya es bien vieja y está totalmente sorda, muy mal de las piernas y otro pelín mal de la cabeza, pero ha sido siempre vecina nuestra y cuando, para el día de los difuntos, vuelve a su casa vacía no deja de visitarnos escandalosamente, porque sorda sí que está, pero el tono de voz machihembrado no lo ha perdido apenas.

La calle Montealbo no tendrá más de unos cincuenta metros, y al final están las escuelas con el mismo nombre. Al final de la calle, junto al colegio, vive sin hijos porque no los tuvo con su esposo Currando, la Niña Viches (2ª), menuda y cojitranca, un punto quisquillosa con las travesuras de los chiquillos, pero simpática y cariñosa con el vecindario.

De modo que al no haber más viudas en esta corta calle, sino un viudo que fue el cartero del lugar durante toda la vida del franquismo y un poquito más, al que llamamos el Correo, más otro matrimonio de viejitos que ya no salen porque están siempre enfermos, al cuidado de sus hijas, giramos ahora hacia la izquierda por la calle Portillo, donde vive la Tota (3ª), viuda de Manolillo el de las Fachandas. La Tota es una mujer legendaria, natural del pueblo vecino de La Rambla y madre de siete hijos casi todos de la misma edad. Eran aún jóvenes y niños cuando murió el padre, a los que ha sacado adelante vendiendo verduras y frutas en la plaza y con un par de golpes de suerte que le proporcionó la lotería, de lo que se enteraban hasta los santos del cielo de las grandes voces con que lo anunciaba: ─¡Dulce, que me han tocao tres millones a los ciegos! ¡Toñi, Niña, Dolorcitas, Carmen…, que me han tocao los millones! ¡cuchás, nenas: tres millones! ¡Ay nuestro padre jezú de calvario! No hace mucho una nieta suya abrió un puesto de jeringos y allí está la Tota todas las mañanas con su gorro y su delantal blanco para atender y entretener a los clientes con su jolgorio y buen humor.

Pero la calle Portillo también es cortita, sólo tres casas en una acera y dos en la otra: la que ocupaba yo y la de mis caseros, y no hay otra viuda sino al final, en la esquina que da a vereda por donde pasa y se ve el campo; ahí vive Angelita la del Fachi (4ª), que es una mujer bonita y dulce, callada y hacendosa, pero su difunto marido era un saramanguti (término incluido en La república hablanera) de cuidado, pues se emborrachada el hombre casi a diario y volvía la calle arriba hablando solo, maldiciendo y diciendo disparates de su mujer y de su suegra, que también era, al contrario del decir del borracho, una santa verdaderamente. Así que habremos de volvernos al punto de inicio, en la confluencia de las cuatro calles. ¿Estás? ¿Me sigues?

De manera que ya tenemos cuatro viudas y un viudo en el cómputo de dos calles con un total de doce casas.

Ahora nos situamos en dirección a la calle del Agua, y justo en la primera casa de la acera izquierda, esquina suroeste, vive Carmen la del Cañas (5ª). Otra mujer típicamente andaluza en lo sufrida por su marido, por algunos de los hijos y por la vida de pobre que ha llevado. Pero es tan dulce y cariñosa y sonriente siempre esta mujer que dan ganas de besarla cuando te da los buenos días. Uno se pregunta: ¿cómo después de tantos años de sufrimiento se rehace la gente, algunas gentes, con tan benévola lozanía? Carmen del Cañas también está sorda y padece de asma, la pobre, y bastante cruz tuvo que arrostrar desde que a su hermano el Tate, soltero y subnormal, le cortaron una pierna y después la otra, hasta que murió benditamente. Pero ya tiene la Carmen sus cuatro guapísimas hijas y sus tres varones casados, gracias a dios, además de muchos nietos y cierta tranquilidad. Y ojalá le dure.

En esa acera izquierda de la calle del Agua, que nos lleva a la plaza del pueblo donde está el ayuntamiento, la iglesia, los bancos y las tabernas, no veo más viudas, sino solamente un viudo, pero en la acera de enfrente sí hay otras tres, Dolores la del Pelao (6ª), que es la suegra de la primera cubana residente aquí; Dolores la Frasquerra (7ª), también llamada La Niña Pepita, como se llamaba su propia madre, mujer que además de enviudar muy joven cargó con la crianza de su hijo pequeño y el cuidado de sus dos padres viejos y dos hermanos solteros; y la Chica Perragorda (8ª), jacarandosa y bullanguera mujer que, cuando pasamos por delante suya, se dirige siempre a mi compañera con el mismo piropo exultante: ─¡Niña bonitaaa!, ¡adiós! , como si se lo dijese a su propia hija que nunca llegó a tener.

Retornamos al punto inicial de la cruz cardinal, o al corazón de la rosa de los vientos, y, finalmente, nos encaminamos la calle Nueva abajo. Aquí, y casi sucesivamente, viven en la acera impar muchas viudas. Catarnica la de Luis el de la Pura (9ª), que tiene el hablar trastabillado pero siempre me preguntaba por mi madre y me decía lo mismo: que se acordaba mucho de ella porque desde chicas fueron vecinas y amigas, que estuvieron en los cortijos juntas y que juntas buscaron los novios. Maria Antonia del Garabato (10ª), cuya madre, citada en La república hablanera, vivió los 100 años con salud espléndida y un día de no hace mucho decidió morirse con la mayor tranquilidad del mundo. La Tere del Rapema (11ª), que con unos 40 años es la más joven viuda desde hace ya bastante y pasa impávida ante el vecindario. La Venena, que sufrió lo indecible con su esposo enfermo y borrachín (12ª). Lucía la del Bentri (13ª), aún guapísima y bien acicalada, de temperamento abierto y muy saludadora que rara es la vez que pasas y no se encuentra en la puerta, viendo el mundo transitar con alegría. La Morala (14ª), (aunque recientemente muerta ha sido viuda y vecina mía desde que vivo en esta calle), una viejita menuda, encorvada y triste, y de la que se contaba que, siendo tan bajita de cuerpo y en comparación a Morales, su grande esposo, que tenía un corpachón que doblada el de ella pero flojo y de condición simplona, se subía a una silla y lo llamaba imperativamente para pegarle. ─¡Morales, ponte aquí! ¡Plaf, plaf!, dos hostias. Pero eso debería ser una calumnia del connatural sarcasmo con que los vecinos de Talbania tienden a imaginarse lo que quisieran que ocurra.

Así que continuamos con Encarnación de Capaperras (15ª), que es la viuda más solitaria de todas mis vecinas, pues que no tuvo hijos y vive sola del todo y apenas habla, pero que pasa grandes ratos en el rebate de su casa, siempre puesta de pie, y cuando le dices adiós te responde igual, adiós, mas sin mirarte. A la casabajo vive otra de la que no sé el nombre, pero es la viuda de un hombre que traté con gusto llamado José y le decían el Ministro (16ª); ésta tampoco tiene descendencia, pero sí convive con una sobrina y su familia. Otra más de la que tampoco sé como se llama y con la que nunca he cruzado una palabra, pero que debe ser viuda desde antiguo porque nunca la he conocido de negro, pues que con ese color adusto es como visten casi todas las que hasta ahora he reseñado, es la hermana del Calvo (17ª), mujer discreta, gordezuela y con gafitas. Y casi al final de ese tramo de calle, en la misma casa donde está el despacho de pan de la Cooperativa vive Antonia la Señora (18ª), áspera y seria y bizcotur, palabra procedente del argot de La Colmena de Cela y quiere decir que, a más de ser bisojo y malencarado, que mira con aviesa intención; la Señora es hermana mayor de Encarnación de Capaperras. Fíjate que no digo perros, sino perras, porque la operación fuese más inverosímil.

Mas hay otra viuda que sin vivir en el barrio es vecina nuestra, pues es suya una cochera que ocupa la esquina sureste de Portillo y la calle Nueva, donde aún conserva el coche que sirvió de taxi a su marido, y ésta es Josefita la de Victorio (19ª). Josefita es una mujer muy hacendosa y celosa de su propiedad, y como quiera que sobre su pared pusieron los contenedores de la basura, lo que no le hace ni pizca de gracia por lo desconchones y suciedad que produce a su puerta, cada vez que va a enjalbegar la fachada de su cochera los pone en la esquina de enfrente, junto a la casa de María la Londra, quien siendo una mujer fuerte y brava de natura, con las mismas coge ella los contenedores y los vuelve a mudar al lugar anterior apenas la enjalbegadora se marcha. Ese trasiego de contenedores cesa cuando María se va a Córdoba.

Y en fin, ya sólo nos queda por repasar el lado derecho de la calle Nueva, donde a continuación de Carmen la del Cañas enviudó no hace mucho la Matutina (20ª), que me muestra mucho aprecio porque dice que soy el único que no le pone el coche tapándole la puerta de su casa. Tampoco tuvo hijos la Matutina de la Fertuosa con Vallejo, su esposo, que se llamaba Alfonso. Vallejo, los últimos años, se los pasó diciéndome cada vez que me pillaba a tiro ahí en las cuatro esquinas, donde se ponía a tomar el sol casi invisible bajo una grande pelliza, los años que tenía, más de 90, y que de su quinta ya no quedaban vivos nada más que él y fulano, y que precisamente hicieron la guerra en bandos distintos. Esta es la última viuda de mi barrio, pero aún se haya otra viejita adorable que aun teniendo el esposo vivo está sola, pared con pared de la Matutina, y es Dolores la del Pierres. Pierres sufrió hace ya bastantes años una embolia cerebral que lo dejó incapacitado para valerse solo, de modo que Dolores lo ha cuidado amorosamente hasta que ella misma cayó enferma y ya no puede hacer nada por su marido. Así que como los hijos viven en Córdoba al padre lo han ingresado en una residencia donde puedan atenderlo debidamente.

Y este es el cuento de las viudas de mi barrio. Otro día te hablaré de las ventiscas del Portillo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por presentarme tu barrio de esta forma tan humana. Es a partir de las gentes que se conocen los pueblos. Y si la gente se ve con una mirada llena de dulzura y tolerancia el pueblo también se vuelve más hermoso.
un saludo,
conchi

Ana Estepa dijo...

Tiene Talbania, muchas otras cosas, que no se pueden apreciar, por mucho que lo expliques, sobre todo en verano, que es cuando yo solía visitarla: ese olor a ajo que hay en todo el pueblo y que habita en los recuerdos de mi niñez. Y esa sensación de libertad, cuando jugaba con mis primos en la puerta de la casa de la chacha Dolores; descalza y llena de churretes, o cuando dormíamos en el corral, en un colchón y por la mañana nos picoteaban las gallinas, y los cortaditos de "cidra" y el turrón de la feria...
Y las broncas que nos caían a los muchachos a la hora de la siesta, porque a nosotros no había quien nos durmiese. Entonces llegaba el chacho Francisco (que ya se murió el pobre), nos decía: "queréis que zuh traiga una garrafita helao". Y nos traía unos helados que preparaba él y que estaban para morirse de buenos, de almendra algunos y otros de matalahúva.

Y los melones...¡Ayyyy, los melones de Talbania!
Los de antes, claro, porque últimante ya no es lo que era.
Yo no sé a quién se le ocurrió la idea de traer semillas transgénicas en lugar de sembrar la simiente de los melones autóctonos, que yo entiendo que da mas trabajo, pero es una pena, porque ya no están tan buenos.

Y esos colores del campo vistos desde lejos...

Bajo el azul crujen los campos sedientos.
Cada olivo es un hijo que duele, como cada naranjo.
Las manos son amantes que la tierra recibe
con los pechos erguidos, de mujer abierta
y el sol hierve la tarde entre melones, cuando todo es quietud.

Hasta prender la noche en los jazmines.
Sólo entonces, relucen las pieles de lunas
que reclaman caricias de manos que lamen
y transpiran presente por segundos
con la sangre encendida, preñada de sueños
y esa forma de amar que tiene mi gente.


(A Talbania)

Prudencio Salces dijo...

Magnífica la aportación de Ana Estepa para la comprensión imaginaria de lo que puede ser Talbania.
Sugiero visitar su bitácora: una poética arabigoandaluza escrita bajo la luz de Navarra. ¿Verdad que se corresponde con el carácter mestizo de nuestra época?
Gracias, Ana, por intervención acá.

Luis López dijo...

Hola compañero, soy nieto de Catarnica y Luis de la Pura (me llamo asi por él). Mi madre se trajo un libro tuyo hace unos meses, lo tengo aqui por casa. Seguiré de cerca tus historias

un abrazo