Nunca tuviera encanto aquel lugar. El encanto especial de un pueblo blanco, ni el secreto encalado de los pueblos viejos, ni el alma con belleza de un pueblo en sus rincones. Le faltaba el rumor de los aleros y el aire de las torres con su incógnita. Un pueblo sin embrujo por las calles, sin perfume de acacias y el dios de los cipreses persiguiendo los sueños de la gente, sin sabor de ruinas, oda de monumentos ni arcadas que se abrazan con la historia. De modo singular y simple que los enamorados no tuvieron leyenda que inventarse. Durante cuatro siglos, fue siempre aquel lugar recta y vacío. Tres calles largas, largas, que avanzaban sin conocerse apenas, sin quererse del todo como hermanas, que desaparecían cuando la cal latiendo deja de ser susurro y el polvo se hace dueño del gesto y las canciones.
Terminó el siglo XX y el lugar dejó de ser villorrio, se hizo pueblo de veras Montalbán. Ha crecido allanando las veredas do pastaban las cabras y lagartos. Por donde las chumberas regentaban su espacio semiárido: allá por el Pozuelo y el Portillo, el Cerrillo la Cruz de greda humilde, donde fue Santa Fe manantial, en las Terremonteras infantiles. Donde pitas y cardos eran la enseña viva del paisaje, donde había caleras y eriales de dura y caliza tierra, y donde algunos huertos, cerca de los corrales, frutecían las parras de septiembre, las patatas escasas y el aroma emoliente de la matalahúga.
Ahí ha crecido el pueblo con más casas y parques, con aire de talleres, comercios y ruidos asaz emprendedores. Un pueblo con más árboles si acaso menos blanco. Sin rumor de enjalbiego ni afán por las fachadas integrales. Menos esclarecido con su nombre. Los perfiles, confusos.
Su ámbito al saludo del viajero, la bienvenida al visitante y al que vuelve, ofrece el calco mustio y la arrogancia de espesas geometrías.
Silvestre Marín Cañete
1 comentario:
Qué escrito más bello, Silvestre.
Cuánta poesía hay en estas letras.
Y sí, es verdad, Montalbán no es lo que se dice un pueblo bello estéticamente hablando (aunque va mejorando. Peor era la época en la que a todo el mundo le dio por alicatar la fachada de las casa como si fuesen cocinas o cuartos de baño. Me imagino que por aquello de no tener que pintar tan a menudo).
De Montalbán, siempre me fascinó el carácter de las personas, o el que los vecinos dejasen las puertas abiertas (que en más de una ocasión, de niña, me confundí de casa y en lugar de entrar en la casa de mi tía me plantaba en medio del salón de otra familia cuando estaban comiendo), o el olor a ajo que para nada es desagradable, si no todo lo contrario; a mí me huele a verano, a vacaciones y a libertad. Porque esa era la sensación que sentía cuando iba a tu pueblo de chica.
Lo que hace bello a un pueblo son sus gentes y los amigos y la vida que haces en él. Porque te podrán ofrecer el pueblo más bonito del mundo pero el lugar en donde has crecido, en donde te has formado como persona, has amado, han nacido tus hijos, es tu pueblo. Y para ti, el mejor del mundo.
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