Es conocido como El Niño de las Tortas, pero cuando joven también le lució el sobrenombre de El Niño de los Roscos por una apuesta que ganó estando de canastero en la aceituna de
─Niño ¿es verdad que te colgaste dos docenas de roscos de vino y aún se te veía la punta?
Él se reía halagado sin desmentir y sólo afirmaba que sí, que lo que él más quería era tener una mujer para casarse. Con pareja credulidad contaba que había hecho obra en su casa, que la cuadra del borrico que tuvo el piconero de su padre la había rehabilitado para cuarto de baño, con ducha, bidel y bañera grande por si algún día caía la breva. Se entusiasmaba hablando, o mintiendo, con la baba de la sonrisa en el aíre de la ilusión, que también habían arreglado la cocina y los techos de cañizo de la cámara, poniéndoles cielos rasos de yeso, pues que ganaba tanto con la vendeja de las tortas que hasta tenía previsto cambiar las viejas puertas de tablón de la casa por otras de manera barnizada. Todo lo decía con un afán propagandístico, sin malicia pero con trichiñuelas, para que oyeran todas que la mujer que se quisiera casar con él no iba a vivir en la casucha derrengada que les dejó su padre al morir.
De modo que iba por la calle con su pregón cansino y obstinado desde por la mañana hasta la noche ofreciendo las tortas calentitas y azucaradas que elaboraban en la tahona de Talbania. Pregonaba en voz alta pero también llamaba a las casas donde había niños y personas regalonas: «Niña, ¿quieres tortas recién hechas?» Llegaba, como no, donde las costureras aprendían a cortar y a bordar y a sacarle punta a todos los chismes del lugar. Allí era donde más se entretenía, porque allí era donde más alusión les hacían las chavalas desinhibidas a la fama adquirida de bien dotado y donde, fantasiosas y burlescas, le proponían novias posibles entre las viudas jóvenes y las solteronas de buen ver.
─Niño ¿quién se comió después los roscos que te colgaste?
─Si los hubieras guardado para Fulana, seguro que ahora te decía que sí.
Él se lo tomaba todo en serio, bobaliconamente posible, y un día, instigado por la picardía de las otras y confiado de su planta, llegó a pretender a una soltera jacarandosa de la manera más rudimentaria y tradicional que, con ánimo sarcástico, le habían dicho que se declarase:
─María ¿quieres jabas?
─Con boronía ─le respondió en un desplante la mujer partida de la risa.
Y se quedó naturalmente soltero y, pasado el tiempo, el negocio de las tortas vino abajo, se hizo mayor y le arreglaron para cobrar una pensión por incapacidad laboral, pero en los últimos tiempos le ha vuelto la fama de haber sido El Niño de los Roscos.
No es hombre de taberna, aunque pasea bastante, casi siempre solo, y ve mucho la televisión, por lo que está enterado de los últimos y mejores inventos de la humanidad. Por eso sabe bien de la utilidad sustanciosa de la viagra, la cual, me dice, consume con frecuencia.
─Pero Niño, ¿tú con quién la usas? ─le pregunto sin salir de mi asombro de que pueda tener relaciones clandestinas con alguna mujer necesitada.
─Yo con nadie, pa cascármela. ¿Tú sabes lo güeno que está que se me ponga como antes, verrionda como cuando estaba en
La Laza. Ver La república hablanera
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