La secuoya, venida de tan lejos, por el mar, por las flores del viento, con el polen de algunas manos fuertes, amorosas
tiene junto al Butrón, río de Euskal Herria, su porte agradecido por la lluvia, su espacio venerable entre los bosques, el desmedido abrazo de toda una familia con su fotografía
mas la emoción dispersa de sus ramas, unánimes y más en la ladera, la frontera del mito agraz desautoriza
se conforta en ser árbol sin terruño, espíritu del tiempo, espacio singular como una idea
y sin saber qué extraña procedencia, qué rumbo cordial siguiera, llega hasta el hondo sur sin apellido, con orgullo de niebla por la frente
y en un parque de Cabra, sin endemia, saludando al viajero y su sorpresa vuelve a elevarse humilde, rumorosa y plural, junto al castaño de indias
junto a la beatitud y la escasez de la Subbética
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