Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

jueves, 25 de febrero de 2010

LIBRO DE FAMILIA (Continuación)


La abuela nació el 4 de marzo de 1914. Al evocar su niñez, le gustaba a ella reseñar su fecha de nacimiento y la de sus padres, que se llamaron Francisco y Juana. No tuvo hermanos y fue su niñez sorprendente y plácida. Recordaba como sucesos mágicos, deslumbrantes para sus ojos y su entendimiento arrebatado, el día que inauguraron la luz eléctrica en las calles del pueblo. Fue tal la celebración y de tanta algarabía, que hasta hubo cucañas y carreras de sacos, carreras de cintas con caballos y baile por la noche en un galpón junto a la plaza. Y luego, en el año 38, siendo ya joven casada y madre de dos hijos, le fue alterada su emoción tranquila con la visión de la aurora boreal. Fue grande y duradero el impacto que percibió con aquella bellísima fantasía de colores que le sobrecogió el corazón. Le sobrecogió el corazón porque, decían los mayores, Gibraltar estaba ardiendo y aquello era el resplandor del fuego. Gibraltar, el gigante monolito que ve cruzar los barcos de oriente y occidente, lo que para su entendimiento rústico no era más que un conflicto a punto de estallar entre Inglaterra y España, estaba ardiendo, decían los mayores más crédulos. Los niños de la calle querían ir corriendo a Gibraltar para ver el fuego de cerca; la inocencia de su imaginación era aún más intrépida que peligrosas pudieran ser las llamaradas de aquella gran fogata. Pero nadie se movió del pueblo: unos pasmados por la belleza de la aurora boreal y otros estupefactos por el miedo.

Esos dos sucesos magníficos se le habían depositado en una urna de su memoria y echaba mano de ellos para contárselos hasta a los primeros biznietos. Pero a los descendientes de su tercera generación no les causaba ningún éxtasis que la abuela hubiera conocido la llegada de la luz ni que quedase sorprendida para siempre con la aurora boreal, porque ellos no podían entender de lo que hablaba.






Era de las personas que perpetuamente tienen algún familiar recién muerto hablándoles de sus obligaciones religiosas. Siempre la conocí vestida de luto, y en todas las fotos, excepto en una con unas amigas cuando joven, que se las ve peripuestas y tímidas y timoratas, y en otra con un primo suyo que se llamó Silverio. Su primo Silverio, me contaba la abuela, era mocito viejo (aunque en la foto con ella no se le aprecian más de veinticinco años) y administraba una finca grande y rica, con olivar y molino propio. Ese trabajo le proporcionó unas ganancias pingües y unos vistosos ahorros. Le relucía en el pelo, recordaba la abuela con orgullo. Además, dice que cantaba como un jilguero y que tenía su mojete para la conversación. Al no tener más sobrinos, la abuela se beneficiaba de su generosidad: le compró varias alhajas auténticas, como un collar de perlas y los zarcillos a juego, y le regaló el vestido de novia, que era negro con encajes de seda bordados.

Pero el tío Silverio tuvo un final desgraciado. Nunca había tenido novia ni encontró mujer con la que deseara casarse. A falta de cumplir los cincuenta años se enamoró de una muchacha joven (guapísima como una virgen, al decir de la abuela). Isabel, recuerda con dulzura que se llamó, porque fue fama su belleza en la historia de Talbania. Pero ella lo rechazó incluso con su dinero y su buen destino de administrador. En la foto con la abuela se le ve apuesto, con cara de buena persona y de rostro saludable, pero no serían suficientes atributos para que la chica se enamorase de él o, al menos, lo aceptara por esposo.

Silverio se hundió sentimentalmente y se dio a la bebida y al juego en demasía. Perdió casi todos sus ahorros en menos de un mes y un buen día perdió también la cabeza y después las esperanzas. Tuvo una de esas descabelladas ilusiones que sienten los hombres raros una vez en la vida; los hombres cuya pasión cuidan de manifestar y un día les explota por los ojos y les daña el corazón: fue al ver un número de lotería que se formaba con su edad y la de su enamorada con el cero en medio: 48022. Él pensó que como el cero no significa nada, los podría unir si le caía en suerte. El cero entre medias de las dos edades, vislumbró equívocamente el tío Silverio, era el indicio de que nada se interponía entre ellos y puso toda la carne en el asador para conquistarla. Nunca había amado a una mujer, y todo el peso de su amor lo había ido guardando y lo tenía depositado en el afán por poseer a la muchacha rubia. Compró todos los décimos posibles con el dinero que le quedaba y se fue a esperar a la estación de trenes de Montilla. Ya no le quedaba ni para comer ni para beber hasta el sábado que saliese el resultado. Los trenes siguieron pasando igual, unos hacia arriba, otros hacia abajo.




(guapísima como una virgen, al decir de la abuela)


El final de esta historia que mi abuela me contaba con una melancolía edulcorada por el paso del tiempo y la tragedia que encierra, no puede sorprender a nadie, ya que es de saber que la muchacha había decidido su propio destino.


(¿Continuará?)


1 comentario:

Talbanés dijo...

Por los motivos que te comenté, no tengo mucho tiempo últimamente de entrar en internet, pero siempre que pueda le echaré un vistazo a tu Derivadario..., continúa esta historia amigo, es muy interesante... aunque que se masca la tragedia sí... ¿qué ocurrió con el enamorado Silverio?... un abrazo Pruden.