Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

lunes, 5 de julio de 2010

Cuenta el narrador de El viajero del siglo que «la gente silenciosa tiene mucho que decir, sobre todo cuando no habla. Existen muchas clases de silenciosos. El silencioso avaro, que se reserva sus opiniones para repasarlas con mordacidad y detalle en cuanto se queda a solas. El silencioso resignado, que jamás se plantea la posibilidad de tomar la palabra porque está convencido de que no tiene nada que decir. El silencioso perverso, cuyo mayor placer es disfrutar de la curiosidad que su mutismo despierta en los demás. El silencioso impotente, que quisiera decir algo pero nunca encuentra el momento y es, en realidad, un hablador frustrado. El silencioso estricto, que ni siquiera cede a la tentación de confesarse a sí mismo sus secretos. O el silencioso precavido, como era quizá el señor Levin. El señor Levin había aprendido a callarse ante las opiniones ajenas para no resultar incómodo. Esta disciplina de silencio le había resultado mortalmente aburrida, de no ser porque le daba la ventaja de conocer qué pensaban los otros sin que ellos supieran lo que pensaba él».

Andrés Neuman. El viajero del siglo, página 352. Alfaguara 2009




Decía yo hace unas entradas que «El placer de evocar y de mirar contiene la belleza del silencio», que «la memoria se expande y surge la creación de los recuerdos». Bueno, eso era algo poético, metafórico o retórico en comparación con las inteligentes definiciones de Andrés Neuman en el libro citado. Yo contemplaba la belleza de una foto de Daniel Mordzinski ante la pose de un García Márquez casi de maniquí, fotografía cuyos colores y detalles escénicos dicen, tal vez, más que el propio retratado. El retratado, de perfil y blanco, mira ausente hacia la calle, o la pared, y entonces yo pensé lo que creí que él pensaba, y así está escrito: «Los sueños existieron, la crisis atenúa las marismas, mas quedan las palabras, su silencio esperando».

Tengamos en cuenta que se trata de un hombre ya muy mayor pero cuyo cerebro siempre está celebrando las auroras que ha de traerle la esperada carta al coronel.

Eso era todo. El silencio no existe nada más que para que la palabra se signe y signifique. Son muy parecidos estos dos conceptos (signar y significar) pero ambos existen para bien nuestro.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Es cierto; no conocía este rincón. Hasta hoy. Hay otro tipo de silencios, los provocados por situaciones no sólo inesperadas sino además insospechadas. Silencios inocentes primero, pero después conscientes. Sabedores de que si se rompen no conducen a nada. Cómo saber pues, que ese afán por transgredir nuestra casi amenidad vital es mejor que el respeto al silencio.
El peaje por romper el silencio es a veces muy alto. Aun más cuando el tiempo le ha robado su auténtico valor.