Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

lunes, 29 de agosto de 2011

Vacacionales. VIII

Evocación de una "enemistad" fraterna, la de Pereda y Galdós


Y junto a la cajiga de alimonando temple castellano y su color de sombra o ámbar, el laurel sempiterno, de manos de Pereda y de Galdós plantado, demiurgos de Atenas en Cantabria, sembrado aquellos tiempos y elevándose aún, leve rumor de estío, semillas por el suelo, sabor de tierra rancia, olor de dioses paganos, mudez de verso anchísimo entre montes.

            Los dos mirando al campo, tal vez hay un río desnudo entre los árboles del valle, quietud de hermanos dispares que en el cielo se dan la mano amiga, con naturalidad de brisa. Imperceptiblemente se rozan y se dejan de rozar por el juego del viento en sus alturas. La cajiga y el laurel se buscan, se separan como el hombre y el dios de Miguel Ángel en la creación de la Capilla Sixtina.

            José María Pereda; Benito Pérez Galdos; aquí en Polanco, monumental presencia de los árboles junto a la piedra tallada, modelada, humanizada para que yo lo supiera. Y que tú no lo olvides.

            Una campana humilde da las doce y media del mediodía mientras contemplo, siento, recuerdo y anoto. Campanada imprevisible ―¿ya son las doce y media?―, inesperada, anunciadora no obstante para el vermut rosado en el Bar Resquerín ―eso fue entonces, cuando ellos―, esa reliquia de casa, primor limpísimo, pintoresco palacete, brillante en la soleada humedad de hoy, donde ayer, entonces, aquellos dos genios bebieron, riñeron y rieron después de haber plantado el laurel al lado de la cajiga vieja.

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