Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

domingo, 25 de septiembre de 2011

Meditaciones de Miguel Hernández en Porta Coeli

       


Puede que aquí se acabe lo que he venido en llamar mi periodo de “turismo carcelario”. De alguna manera cariñosa, poética y humilde tenía que llamar a esta vida mía de ir llevado de una cárcel a otra para que Josefina no se lo tomase como la mayor de las desgracias. Bastante desgraciada es su propia existencia conmigo para que además yo venga amargándosela aún más con llantinas indecentes por carecer de libertad. Esta residencia mía de ahora no es propiamente una cárcel aunque yo siga siendo un preso, sino que, al fin, me han trasladado al sanatorio para tuberculosos de Porta Coeli, en Valencia. Ahora tengo 31 años cumplidos, de los cuales he pasado los tres últimos en un total de 8 centros de los así conocidos como penitenciarios, más los días de retención en Albacete en mi último recorrido. Pero puede que aquí acabe ya este deambular insomne.
            Después de mucho perseverar por la salvación de mi alma, extraviada de sus propias manos cuando más dócil parecía, el Vicario de la Catedral de Orihuela ha consentido, sin bien que con la demora de diez días desde que me casé más la que haya devenido de los asuntos burocráticos, que este sobrante de lo que fue mi cuerpo recale aquí para ver si me curo los pulmones. Mucho se lo hemos solicitado en procura de mi salud, tanto yo mismo como Josefina y algunos de mis familiares, además de algún que otro amigo que aún se apiada, al menos, de este ninot de falla que dicen que parezco. Pero él, don Luis, insistiendo en lo de siempre, exigiendo mi arrepentimiento aunque fuese en falso. Porque de otro modo no lo va a conseguir; ni aún así. Cómo es posible que quien contribuyera, en parte, a levantar el edificio de mi personalidad con su orientación en las grandes lecturas dude ahora de los materiales que la confortan. Los clérigos siempre tan obcecados en sus principios de machamartillo. Se ve que para él el aporte intelectual que uno adquiera a partir de la adolescencia, en la reverberante juventud, está debido nada más que a lo doméstico, a lo que de niño se le impone a uno como senda por la que habría de andar siempre obediente a los designios del que llaman Padre. ¿Hasta dónde alcanza la capacidad de simplificación de algunos hombres cuando miran sólo intereses de dominio? Cómo es posible que todo un señor vicario, que con poco más puede llegar a ser obispo, habidas las influencias recabadas por su participación en la por ellos llamada Cruzada, dada su fuerte formación y su actitud beligerante para esas artes, invoque de mi palabra lo que él sabe que no existe. Ni el arrepentimiento ni Dios. Que no existe o que vete a saber si existiera para qué nos sirve a las personas un ente así de ambiguo en la lucha por la vida. Algo así tuve que decirle el día que me visitó para chantajearme una vez más. Me visitó no exento de escrúpulos y aun con el camino barrido por sus acólitos secuaces, como el sádico jesuita Vendrell que ya antes me había tomado el pulso con impúdica osadía en la enfermería del Reformatorio para Adultos de Alicante, donde me estaba muriendo. Si ya abandoné la confesión que practicaba cuando joven, ¿cómo voy a volver sobre mis propios desengaños? Bastante fue mi error con volver a este lugar donde nací y tan mal se me quiere. Este lugar de ensueños y palmeras donde bebí la luz de la poesía al que, una vez acabada la contienda he vuelto para vivir como si tierra, y sin embargo me ofende solo con delaciones y espinos. Solo le ha faltado al señor Almarcha poder abofetear mi convicción, mi tozudez, según se obstinaba él en reprocharme. Pienso que sí, que en sus ojos y en su gesto intranquilo se apreciaba el deseo y la soberbia por abofetearme, y quizá lo hubiera hecho si esto sobre la cama de la enfermería hubiera estado en condiciones de soportar la fuerza de su mano, así como mi conciencia ha soportado y repelido los envites de su ira católica. Cuando salvemos tu alma, que es lo que verdaderamente está en peligro, la enfermedad que padeces podrá curarse con la ayuda de Dios, fue su argumento más piadoso, o más despiadado, según se mire. Y Vendrell, que tampoco es moco de pavo, corroborando con su despotismo que si ellos no consiguen mi arrepentimiento no podré esperar nada de su compasión. ¡Valla compasión cristiana la de estos vencedores!
            Solo al saber que con las nuevas leyes de Franco el matrimonio civil queda anulado, comprendí que tenía que casarme por la iglesia, casarme otra vez bajo la bendición de su enviado más torvo. Pues aquel emisario de sotana y argucia no se esforzó en evitar que lo patético y triste del momento más pareciera la consumación de un óbito que un casamiento de conveniencia bajo la absurda bendición de un capellán represor. ¡Mierda de resignación! Tanto penar para morirse uno, cojones. Bueno, y para que Josefina tranquilice su espíritu, todo hay que considerarlo. Y también, por si al fin me moría, que ella pudiera cobrar la viudedad, esta fue otra de las argollas que pusieron a mi entendimiento. Y consentí, torcí mi brazo y al menos puedo recuperarme y recordar. Recordar, como mínimo, si a escribir no pudiera volver en un buen tiempo. Pero vivo, mi cuerpo debilitado todavía admite con sacra lentitud los medicamentos que le administran para su bien, y si esto sigue así también lo será para el bien mío y el de Josefina y nuestro hijo.
            Ahora, mínimamente recuperado, vuelto del umbral de la muerte donde me han tenido tantos días, ahora me queda la esperanza de poder volver a escribir, al menos, que es lo único que me está permitido aspirar en esta reclusión, vuelvo a reafirmarme en lo que comprendí un día, algo ya lejano, cuando aún podía discrepar con Sijé: Dios es sólo el hambre que cada hombre tenga de Dios. Paradójicamente, a ese vacío se le llama alma. ¿Y qué puede saber don Luis Almarcha de las almas cuando tan intransigente se muestra ante la decisión de un hombre en mis circunstancias, que sólo necesito de la salud? ¿Pero qué provecho espera sacar de un recluso en mis condiciones? ¿Cuánto ganará él para su Dios por cada conversión de un rojo que consiga, si ese Dios no le premia con el atributo de que dispone para ayudar a salvarme de la muerte temprana? Pero sé que en el fondo le incita otro interés más amargo para él que el simple hecho de que yo renuncie a mi pasado reciente de soldado, a mi obra más telúrica y vital; poco le importa en realidad, porque lo conozco, el asunto vulnerable de la fe, si yo me declaro creyente o no, si vuelvo a su redil; sólo se trata de doblegar mi voluntad de ahora para anotárselo como un don más de su capacidad redentora. Una entrada más para el reino de los hombres que han ganado una guerra. Un privilegio a tener en cuenta para que su renta de prelado crezca en derechos para su futuro atormentador. Por fortuna para mi atención, no sólo de él dependía mi traslado aquí desde la enfermería de la cárcel. Y sospecho que no debo desperdiciar el tiempo ni las energías en pedirle cuentas ni tampoco en agradecerle su ingratitud, su negligencia para con mi enfermedad. No me dejaré tentar por la soberbia ni el odio, y no porque siga siendo un enfermo dependiente, atribulado y algo confuso con todo lo que ha pasado en los últimos años de mi vida, sino porque, como casi siempre, iré al corazón de mis asuntos.
Antes que el olvido se ocupe por completo de mi obra escrita, como puede llegar a ocurrir, y por si la Eterna Sombra cubriera pronto y por entero mi cuerpo, quisiera dejar escritas para mi Manolillo las razones por las que he sido poeta y los motivos que han hecho de mí un poeta inadaptable o, cuanto menos, poco y mal aceptado entre el común de los hombres de mi tiempo. Sé que no he sido un genio. ¿Cómo pudiera yo atribuirme mención tan alta si mi gusto por la poesía y mi disposición entera no ha perseguido más que poner mi voz al lado de los sentimientos más hondos y junto a las cumbres más hermosas? Esto es, allá donde quiera que latiese la belleza, el sufrimiento y la necesidad del hombre. Y eso sabiendo y sin saberlo que la poesía no es una simple herramienta con la que arreglar los fallos del mundo, sino una predisposición del ánimo para abordar la vida.
Pese a que estoy encarcelado y enfermo, como soy un hombre inteligente sé que no todos se olvidarán de mí cuando haya muerto del todo. Y como quiera que he vivido por dentro, intensamente y sin complejos este periodo turbulento que ha sacudido la vida entera de mi país y de Europa, provocando mi propia destrucción y mi derrota, es posible que quienes procuren recordar mi vida y mi obra se hallen igualmente confundidos entre la realidad vivida por mí y la realidad de ellos. ¿Que por qué una suposición así de pretenciosa? Precisamente porque soy un hombre inteligente y bien dotado para la creación artística pero que, en el momento más crucial de mi derrota, equivoqué el camino a seguir. Otros muchos estaban igual de acosados que yo por la fatalidad del destino, pero escogieron el huir hacia fuera y yo lo hice hacia adentro.
Esto de huir hacia adentro pienso que es la fórmula más natural del idealista enamorado de su tierra que he sido siempre, y, en consecuencia, también la actitud de un hombre que no tiene nada que perder y vive confiado en la tranquilidad de su conciencia. Ahora, con el nuevo estado de cosas, con la insidiosa terquedad de Franco a la cabeza del país que aniquiló de varios modos y al cual con más vesania a los vencidos, con fusilamientos en masa, con cárceles y hambre, con el desasosiego del exilio masivo, con el olvido de los desterrados, ahora, repito, lo que queda de España no se luce con el valor de la honradez y ha perdido mérito, categoría, está devaluado por la precariedad del momento y la obligación de hallar una salida a la costumbre de vivir enquistado en el miedo. Y esta es la gran contradicción que me condujo al error, y de éste a la cárcel, y de la cárcel a la enfermedad progresiva: ser un hombre honrado y buscar la vida en la costumbre del calor materno; el mismo o similar calor que emana del vientre de la esposa, así como el que se percibe en el cuerpecito del hijo cuando se le abraza. Sí, se me puede acusar, por tanto, que ese error mío es la consecuencia de un proceder harto primario, cuando de lo que se trataba en aquellos momentos era simplemente y crudamente de salvar el pellejo. Así me lo hicieron ver grandes y otros confiables amigos. Cossío, María Teresa León, María Zambrano, Pablo, Vicente, Max Aub…Todos tenían razón y me invocaban: ¡sálvate! Pero yo había escrito unos cuentos versos, desde mi adolescencia hasta entonces, en los que iba configurando el hombre sin miedos que quería ser.
Ellos, en sus exilios y sus países de acogida, aún no sabrán que estoy salvado. No sé por dónde andará cada uno de los amigos y poetas y artistas que confiaron y avalaron mi presencia. Excepto Vicente, que no ha dejado de contribuir, junto con el embajador de Chile, para el condumio de mi pobre familia y de mi amor propio, todos están desaparecidos por el momento. Pero si consigo mejorar del todo y poder escribir, me reuniré con ellos otra vez.

Y seguiré escribiendo: con mi nombre, con mi voz, con la sangre que me dejen y con la libertad que me permitan estos nuevos dueños de España. De momento estoy solo, solo con Josefina y nuestro hijo, pero yo seguiré escribiendo versos y teatro, tal vez una novela autobiográfica para que mis amigos sepan que no he muerto. Sí, eso es, Miguel, apenas tenga fuerzas suficientes, aquí en el hospital, en la cárcel si me vuelven a encerrar o en nuestra humilde casita de Cox si allí me dejaran vivir tranquilo (ah, ¡cuánto hecho de menos ahora la casona de Tudanca que me ofreció José María de Cossío para mi refugio y consuelo cuando aún disponía de mis energías!), donde quiera que esté escribiré una historia donde los personajes no sean héroes de novela fantástica, sino los derrotados de mis amigos, los que murieron luchando, como el cubano Pablo de la Torriente Brau que me donó la tierra de sus brazos y su pecho ensangrentados como si de un tributo de los hombres valientes y decididos se tratase. ¡Pobre Pablo, tan bien que te reías y cantabas! Y serán también personajes de mi verdadera historia aquellos que fusilaron delante de mis narices mientras a mí me esperaba la pena capital, ese fusilamiento desmañado, a borbotones de prisa y sinsentido, casi a oscuras, en el que los propios soldados han de cerrar sus ojos para no ver en los brotes de sangre calientemente airada sobre el muro su misma muerte. ¡Pobres soldados que aniquilaron a la orden de fuego a tantos de mis amigos y compañeros, quienes sabían que yo también les seguiría otra madrugada cualquiera. ¡Pobres compañeros y amigos míos que por mucho que les recuerde en la historia que voy a escribir no sabrán nunca que he sobrevivido por la desfachatez afortunada de casarme por la iglesia con Josefina! Solo me abona el consuelo de que al estar muertos de verdad sus almas me han perdido de vista para siempre. Hasta incluso después que yo muera verdaderamente. Fuimos solidarios en la lucha y ante la derrota y yo escribiré sobre ellos para solidarizarme y solidarizarlos en el recuerdo de la esperanza y de los ideales grandes, hasta que el recuerdo mío estrujado hasta los tuétanos los convierta en memoria.
Sí, pienso que apenas pueda sentarme ante una mesa con un tocho de cuartillas lo más saludable para mi espíritu será escribir mi autobiografía. No la novelita autobiográfica que titulé La tragedia de Calisto que dejé inconclusa, porque aquel manierismo adobado de corral y sexo y sacristía me asfixiaba un poco y de ahí pasé a lo que mis amigos llamaron “la cárcel del soneto”. Como si ese signo represivo me estuviera destinado de por vida. Pues bien, superaré todas las cárceles, las reales y las que imponen las normas de la ficción, para estimular también el caudal de mi memoria como los medicamentos me alivian y recuperan los pulmones, porque comenzar con la poesía de nuevo podrá hacerme volver a la fiebre, a los dolores de cabeza y al desamparo que desquician mis nervios, y habrá que dosificar las energías según las vaya recuperando. Pues la poesía que hice hasta ahora no puedo dejar de mejorarla con la clarividencia y la plenitud vital que alcance un día. Cuando pueda escribir poesía será para seguir creciendo. Escribiré también las memorias de Ramón Sijé, como dejé dicho en mi alocución en el homenaje que Orihuela le rindió tras su muerte. Porque la memoria de Pepito, inevitablemente, ha de ser pareja de mis recuerdos mejores, y si no solo los mejores, los más verdaderos. Por nuestra singular amistad disfruté no solo de su talento, sino que también del amor de los suyos, y después, por nuestra confrontación amistosa yo realicé mi particular modo de vivir, de pensar y de escribir. Así que en mi autobiografía, él será parte congénita y sustancial, enraizada y elevada como él pensaba de sí mismo.
Cuando pueda ponerme a escribir lo haré hacia atrás, comenzando con el día que me trasladaron desde la enfermería de Alicante al hospital para tuberculosos de Porta Coeli en Valencia. Eso fue tan solo hace unos días, no sé cuántos con exactitud, tendría que preguntárselo a Josefina, pero no importa. Lo que oía decir a través de la fiebre y de la tos, a través de mi semiinconsciente voluntad, era que ya mi cuerpo no llegaría vivo. Se lo oía decir vagamente al personal sanitario, no sé bien si eran médicos de verdad o personas perversas que apenas me atendían las llagas ni la fiebre ni la herida del costado por donde me pusieron la cánula para evacuar el pus que mis pulmones manaban sin cesar. Qué de modo más insalubre se han portado conmigo esos vigilantes de la ley que me tenían olvidado en la yacija. Consentí el casamiento canónico el día 4 de marzo y hasta el 21 que se autoriza mi traslado. Desde el capellán más bajo hasta la autoridad militar más alta, el poderoso Máximo Cuervo, cuyo nombre da muestra de ser una alimaña sin corazón, nadie se preocupó de mí, ni siquiera en los días siguientes, todos como borrachos posesos de su poder seguían con su mala saña dejándome morir sin inquietarse por efectuar mi traslado. Solo puedo nombrar con buena honra la compañía y la abnegación de otro recluso como yo, Joaquín Ramón Rocamora, que se compadecía de mí el hombre y no dejaba de darme aire con un cartón cuando me veía asfixiándome por la tos y me cogía las manos para que no desesperara en esa tribulación viendo que todo parecía venirse abajo. Pero el día del traslado, le oí decirle al capellán que traía la autorización del Vicario que ya era tarde, que ya para nada, que me moriría en el camino. El personal sanitario de la enfermería murmuraban algo parecido: que no me movieran que me moriría. Josefina lloraba y se cuidaba de hacerme aire con un cartón, a modo de abanico, para que pudiera seguir respirando. Y mi hermana Elvira allí con ella, sobrecogida de ver el modo en que respiraba mi cadáver más que mi persona misma. 
Me subieron en aquel vehículo y Josefina se puso a mi lado, sin dejar de llorar. Nunca he podido entender cómo esta mujer es capaz de producir tantas lágrimas y, sin embargo, nunca berree ni dé gritos de llanto. Solamente lágrimas y el calor de sus manos, porque besarme pienso que no se atrevería a besarme siendo ya más un cadáver lívido que su marido. Pero también me besaba la carátula que formaban mis quijadas, de tan delgado como he llegado a estar y sin cerrar los ojos. Yo no podía cerrar los ojos y la miraba fijamente a ella, sin poder hablarle nada. Lloraba con los ojos y con el pecho, con una mano me abanicaba y con la otra me limpiaba continuamente el pus que no dejaba de gargarear por la cánula que días atrás me habían puesto para que evacuaran los pulmones.
Entonces, pese al malestar del viaje, yo me sentí seguro, y luchando por esparcir de mi inconsciencia las palabras de los enfermeros y  capellanes que anunciaban el imposible, reconocí que aún no estaba muerto porque sentía el frescor del campo entrar por las ventanillas y porque escuché que el chófer le dijo a Josefina:
«Aquí tengo más paños por si los necesita para seguir limpiando». Entonces comprendí que ya no me moría, que no estaba dispuesto a desaprovechar esta ocasión que me llegó, aunque tarde, de una cárcel a otra pero por la carretera. Noté que recuperaba un fluido de fuerza y pude decirle:
«!Ay, hija, Josefina, qué desgraciada eres!»
Ella se lo tomó como un agravio, como una ofensa a su fortaleza de mujer estragada pero fuerte y se limpió las lágrimas. Se limpió las lágrimas con resolución de campesina orgullosa, me besó suavemente en la frente y ya no la he vuelto a ver llorar nunca más.
  No sé aún cuántos días llevo aquí, pero ahora estoy flojito, todavía me encuentro malucho, algo desconcertado por la reviviscencia.
Son las diez y media de una mañana de luces malvas que se van ampliando hacia el azul del mediodía valenciano. Josefina, no sé cómo habrá podido comprarlo, me ha traído un reloj, lo más parecido al que me regaló Vicente para mi boda y tuve que vender en aquel pueblito de Portugal para poder continuar viviendo. Me lo puso en la muñeca y me siento feliz al mirarlo. ¿Qué sentirá Vicente, en su continua enfermedad, en su reclusión de monje bueno, cuando le llegue de mi puño y letra la noticia de que podemos seguir siendo amigos y poetas?

11 comentarios:

Carmela dijo...

Emociona.Mucho.
"¿Hasta dónde alcanza la capacidad de simplificación de algunos hombres cuando miran sólo intereses de dominio?"

Querido poeta inadaptable:No se apropió el olvido de tu obra.Ni de tu vida.Ni de tus convicciones.
Gratitud inmensa a Brau que le "donó la tierra de sus brazos, , a Rocamora que le daba aire , a Josefina que lo cubrió de besos y de lágrimas.
Un abrazo.

Primo Pruden dijo...

Querida prima, mi fiel lectora de allá, del otro lado del mar que recogió tu errancia de asturiana perenne, siempre atenta al ejercicio de mi soledad andaluza que busca el encuentro con mis amados congéneres, gracias otra vez y siempre por dedicarme un cachito de tu apretado tiempo y otro cachito más bueno de tus palabras. Aquí seguimos, en el empeño desinteresado y entusiasta de que, al menos, la obra y el nombre de Miguel siga volando y cantando con su barba decidida, "que hay ruiseñores que cantan / encima de los fusiles / y en medio de las batallas".
Todo sea solo por lo que él deseo que fuésemos nosotros para la haumanidad: vientos del pueblo que esparcen el corazón y aventan la garganta.
Gracias, prima Carmela por leerme y comprenderme siempre bien.
Besos malva de septiembre y uvas te lleven mis saludos,
Pruden

María Victoria Prieto Grandal dijo...

Querido Prudencio:
Es conmovedor el documento, tanto que lo he leído en varias etapas. Recuerdo que lo había leído hace mucho tiempo. ¡Qué indignación produce!
Me alegra que tengas este blog.
Recuerdos!

Pruden dijo...

¿Cómo que lo habías leído hace mucho tiempo, Mariví, si me lo trajo ayer mismo mi niño del colegio? ¿No estarás confundida con otro texto parecido, aunque no sea de un servidor? Bueno, me alegra que te guste y eso es suficiente para que no me piquen los mosquitos esta noche. Salud

Anónimo dijo...

La primera vez que lei a Muguel Hernández, por su forma de escribir y leyendo su biografia pensé que siempre estuvo enamorado y que su verdadero amor fue Ramón Sije o Pepe Marín....como en realidad le decían sus paisanos...Uno de sus mejores escritos la Elegia...Buenode Miguel Hernandez tengo muchisimo que hablar y da rmi opinión,no es cuestión de hablarlo portu blogc...cuando nosveamos en un día de estos, hablamos.

Pruden y martes dijo...

Estupendo, señor o señora Anónimo, pero me deja usted alelado por su anonimia, ya que al parecer debe conocerme, ¿pero cómo sabré yo, si no me lo dice antes, con quién he de hablar sobre mi poeta?

Pero qué idea más chocante esa de que Miguel y Pepito estuviesen enamorados... Desde luego que hay biógrafos, o propagadores de pacotilla que no encuentran más sustancia en las personas que el chismorreo malicioso (entendiendo que por aquellas fechas, y aun hoy día, las relaciones homosexuales no son admitidas por la santa madre iglesia y sus acólitos). ¿De dónde habría sacado esa persona tal información desvirtuada, infundada, absurdamente chorpatélica?, que diría otro que se llamó Federico. Y no sé qué clase de lector es usted para formarse esa idea "genial" justamente de las lecturas de ambos oriolanos. Pero no tiene importancia, pues tanto la obra de Miguel como su actitud ante la vida y el amor es lo que nos queda para saber a ciencia cierta de quién hablamos. Sin duda que la Elegía a Ramón Sijé es una obra de amor, pero a la amistad perdida, mas sobre todo y principalmente es una obra ejemplar de nuestra lírica.
Gracias de todos modos por desear hablar conmigo sobre el particular, pocos asuntos me interesan tanto como el de marras. Espero que se identifiqué usted y que propicie nuestro encuentro.Estoy a su dispoción usted sabrá dónde.

Saludos cordiales

Anónimo dijo...

Es que en tu blogc soy anonimo/a...y solo es un presentimiento mio, no lo he leido ni se lo he oido decir a nadie, lo de su enamoramiento.No me hables de usted, porfa,que más da que uno de muchos nikc sea anonimo en tu blogc...

que por aquellas fechas, y aun hoy día, las relaciones homosexuales no son admitidas por la santa madre iglesia y sus acólitos)....Que te digo a esto,Pruden ?Si tienes buen sentido del humor como lo tengo yo...creo que nos reiriamos los dos....Bueno, algún diahablamos de Miguel y de cuanto quieras.

Anónimo dijo...

Maravilloso tu relato Pruden. Creo que hasta Miguel se conmovería si lo leyera. Aportas tanto con tu obra...
Salud, Pedro

Pruden dijo...

Gracias, Anónimo Pedro. Me enorgullece tu parecer, pensar que al mismo Miguel le gustaría lo que uno puede hacer por su memoria, por "inventarse" ese deseo de que su maltratado genio de perdedor hubiera sobrevivido para mayor gloria de nuestro patromonio cultural.
Salud

Alx23 dijo...

Vamos a ver si nos enteramos: Miguel Hernández jamás estuvo en el sanatorio de Porta Coeli, murió en el Reformatorio de Adultosde Alicante y desde allí se le trasladó al cemeterio de esa ciudad.
Porta Coeli era el premio para cuando se casara por la iglesia, como asi hizo, pero demasiado tarde porque ya no se le pudo trasladar. Asi que esas meditaciones de Miguel Hernández en Porta Coeli hay que cambiarlas por el Reformatorio de Alicante. Y no confundir al personal
Wotan

Pruden dijo...

Lamento que el señor Wotan no se entere de que esto es una ficción amparada en el sueño-deseo de que ojalá hubiera sido así.