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jueves, 15 de septiembre de 2011

Toribio de Salces, el primero de la estirpe




Sus padres se llamaron Pedro de Salces y María García. A principios del siglo XVII Reinosa pertenecía del Arzobispado de Burgos, pero ahora es una hermosa ciudad del sur de Cantabria, por donde el río Ebro pasa creciendo en armonías y verdes rutilantes. Allí, en Reinosa, nació también Toribio, luego vecino de Montalbán al casarse con Juana María de Quadra el 17 de febrero de 1658. Este es el primer Salces de la ascendencia de mi abuelo Juan Luciano Salces de la Cruz, “Juan el de la Recua”, padre de Ángel “El Recovero” y de cuatro hijos más.

Pero los datos obtenidos por el genealogista Francis Morales (Mis páginas de genealogía, http://mis_paginas.pagesperso-orange.fr/) nos dicen que ya en 1612 se registró en Montalbán el matrimonio entre Alonso de Salces y de Brígida de Lucena, probablemente parientes de Toribio de Salces, mas cuya rama descendiente sigue por cauces de familias distintas.

Dicen los anales de la historia que Montalbán, en 1530, tenía un total de 586 pobladores; que en 1603 Felipe III creó el Marquesado de Montalbán para favorecer a uno de sus súbditos llamado Pedro Fernández de Córdoba-Figueroa. Esa denominación de marquesado favorecería, probablemente, la llegada de nuevos pobladores foráneos para cultivar el cerro de greda y bujeo mediante la agricultura de subsistencia y sujeta al diezmo.

Pero son escasos los datos históricos del siglo XVII que nos digan cómo se desenvolvía Montalbán en el ámbito de la economía y cuáles las vivencias de sus pobladores; cómo y de qué colores las estampas sociales que nos dieran razón de su memoria. ¿Qué condiciones de subsistencia y acogida hallaría aquel viajero Toribio de Salces y García, al llegar a este lugar desde el Reino de la Osa? ¡Cómo me gustaría haberlo visto llegar desde tan lejos! ¿Con qué motivos, con qué heridas, con qué esperanzas ofrecería sus manos y para qué trabajos con que poder vivir de isla en isla hasta procrearme a mí?

Pero es hermoso, pese al imperio de la ignorancia, ver su nombre y el de sus hijos (Juan de Salces, padre de Martín de Salces, padre de Juan de Salces, padre de Alonso Felipe de Salces, padre de Juan de Salces, padre de Antonio Nemesio de Salces, padre de Juan Luciano Salces de la Cruz…) y sus fechas ciertas extraídas de los libros antiguos, y figurarse sus cuerpos atropellados y con los ojos abiertos mirando estas campiñas y los arroyos secos. Sí, hermoso es sentir sensaciones perdidas y legibles de nuestros ancestros extranjeros, como la que ahora me sobrecoge. Una sensación de amor debido que rasguña mis ojos y que mi pensamiento quisiera convertir en realidad palpable y explicable, abrazable como si se tratara del encuentro con un antiguo familiar que vuelve de países remotos y quisieras preguntarle qué sé yo de cosas de la vida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, padre, por este estudio genealógico. Conocer nuestras raíces es conocernos un poco mejor, es estar a gusto con uno mismo, ¿no te parece?
¿Ninguno de esos Salces del norte nos dejó una cuadrita en herencia? Hubiese sido estupendo...
Besos

pruden dijo...

Ni cuadra ni cabaña derruida allá en los montes ni medio "carro" de tierra, eran tos más pobres que los pobres de Aguilar y no trajeron más que un mal genio de carácter de mil demonios. Hay que apañarse con eso

Talbanés dijo...

Yo también intento imaginar que pudieron sentir aquellos primeros pobladores que venían de tierras y climas tan distintos a los nuestros. De todas formas aquella campiña con que se encontraron hace ya 5 siglos era muy distinta a la que nosotros nos ha tocado vivir y sufrir. Gran parte de ella seguía siendo un maravilloso bosque mediterráneo cuajado de animales de todo tipo, los ríos estaba limpios y llenos de vida... eso sí, los calores del verano serían tan impetosos como los de ahora. Un saludo y enhorabuena por esta entrañable entrada.