Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

jueves, 24 de noviembre de 2011

Inhabilitación y destierro de Micaela Miranda



De Las marcas del chacal (fagmento)

Recién titulada para ejercer el magisterio comenzó la carrera profesional de Micaela Miranda. No estaba la escuela muy lejos del centro de Córdoba pero sí algo retirada de su barrio. Ella vivía en el Alcázar Viejo y hacía el recorrido diario en bicicleta, llaneando por la ribera del río hasta llegar a Puerta Nueva y de ahí, pasando por la Mag­dalena, estaba en su lugar de trabajo con determinada facilidad.
            ─¿Vendrás cansada, verdad hija?
            ─Cansada pero contenta, madre. Cada mañana me sorprendo al llegar. Y cada día que paso allí me siento más satisfecha con mi trabajo.
            Aunque de corta duración, la Escuela al Aire Libre del Arroyo de San Lorenzo fue su primera y más grata experiencia de docente. Nada tenía que ver aquel centro escolar con el cuchitril húmedo y encajonado, sin patio de recreo, donde ella estuvo de niña y tantas escuelas agobiantes e insalubres que quedaban todavía en Córdoba.
            ─Pues mira que el sueldo no es como para tirar cohetes.
─Sí. El sueldo. Pero aquel lugar es amplio y se está muy a gusto allí. Te cuento, para que veas la diferencia. El espacio cubierto para las aulas se alumbra y se ventila con grandes ventanales, ¿sabes?, y la mayor parte de todo está descubierto y sembrado de jardín.
─¿Jardín? ¿Cómo en las escuelas de los ricos?
─Un jardincito, sí, pero no muy grande, ya comprendes. Es más amplio el huerto, donde los niños trabajan y aprenden cómo se crían los rábanos, por ejemplo. Les enseñamos a preparar la tierra, a poner las semillas y todo lo demás. La mayor parte de la escuela está dedicada a zona de recreo y ahí damos las clases los días permisibles. En el centro del recreo hay una alberca y un pozo. ¿Sabes cómo es una bomba de agua? Pues con esa bomba sacamos el agua del pozo y llenamos la alberca, y por una tubería conduce el agua a los retretes y lavabos. ¿Te imaginas una escuela para niños de obreros con retretes y con lavabos?
La expectación de la madre era tal vez mayor que el entusiasmo que Micaela Miranda ponía en sus explicaciones.
─En medio del huerto se ha emplazado una fuente rústica de agua potable, para que veas, madre, con un surtidor donde los alumnos se acercan a beber cuando se sienten cansados o sudorosos. ¿No te parece maravilloso?
A su madre le parecían bien todos esos adelantos y comodidades, pero no se guardaba los refunfuños al confirmarle que en las escuelas de Eloy Vaquero, «ese anticlerical y masón de Zapatones», gruñía, no se daba religión católica a los niños.
─Sí, madre, pero un día de cada semana llevamos a los alumnos de excursión, a ver los monumentos de Córdoba, los parques, el Soto de la Albolafia, y otros campos cercanos. Y además está prohibida la violencia entre alumnos, y mucho más estricto es que los maestros podamos pegarles.  
Don Eloy Vaquero Cantillo había dedicado todo un verano a viajar por Europa, por los países más adelantados y civilizados de Europa, que han sido siempre los mismos, y luego vertió su experiencia adquirida sobre las escuelas al aire libre en varias conferencias y después en un libro, le había contado su padre a Micaela Miranda.
─Se considera a sí mismo un maestro de acción, ave rara en la tierra, que dijera Juvenal en latín, si hoy en día nos ponemos a buscarlos. ─A Marcelo Miranda le gustaba usar el tono sublime cuando se trataba de ponderar la instrucción pública y a los pedagogos renovadores. Su vocación de maestro por la enseñanza laica, que propugna las escuelas sin crucifijos en las paredes ni escapularios colgados al cuello de los niños, como marca de borreguismo, le afirmaba a su hija, y el contacto de los alumnos con la naturaleza, le hizo sentir admi­ración por las prácticas de don Eloy. Se conocían desde antes de que el pedagogo innovador se dedicase por entero a la política. Orgulloso de sí y de lo que su hija pudiera ser en el magisterio, le contaba─: Se ha gloriado de una máxima que desmiente de modo radical el añejo exabrupto de que la letra con sangre entra, tan castizo y español como inútil para el aprendizaje de un niño. Su lema contrapuesto y alternativo es: enseñar deleitando. ¿Verdad que es admirable, hija? Es un maestro admirable que ha comprendido la didáctica de la enseñanza activa y la practica. Lástima que le haya picado el gusanillo de la política tan fuerte. Por un alcalde mediano, que puede serlo cualquiera, hemos perdido el mejor maestro.  
─Doña Carmen, su esposa, a la que parece que le he caído bien, considera que tiene una vocación imbricada en la poesía del espíritu. Pienso que es una consideración laudable. Que el individuo debe aprender por sí mismo pero en relación con sus congéneres y absorber los dones de la madre naturaleza.
El primer principio de las escuelas al aire libre que creó Eloy Vaquero en Córdoba para hijos de obreros ya suponía un refrigerio contra las tradiciones: la educación conjunta de niños de ambos sexos. El laicismo y la experiencia no sexista como instrumento fundamental para la salud del cuerpo y de la mente.
(...)
              ─La Escuela al Aire Libre contribuirá a formar caracteres recios, hija; alumnos bien templados, enemigos de todo lo que es bajo y mezquino. Personas que gozarán de la plenitud de sus facultades y saldrán en condiciones de dar libre vuelo a su inteligencia.
Esa era la virtud que él difundía en sus clases, apenas se lo permitió la legalidad y fue la misma con la que instruyó a su hija al objeto de que siguiese su profesión. Marcelo Miranda no tuvo hijos varones, mas no fue un impedimento ni se amilanó en nada para dedicarle a su hija el amor por la ense­ñanza libre y por la superación de las costumbres bárbaras. Se deleitaba hasta el tópico, cuando le explicaba con paciencia y aspiración de filósofo aficionado, que la Iglesia y el caci­quismo habían infestado en la voluntad vulnerable del pueblo español las costumbres bárbaras y el temor a Dios. Aseguraba que esa era la ideología del poder y que la imponía con el objeto de anular la capacidad de discernimiento sobre el atraso secular del país. Le gustaba a Marcelo crecerse y oírse las palabras cuando le hablaba a su hija con una convicción fehaciente, casi apostólica, fervorosa. «Eliminada la obcecada influencia de la Iglesia en la instrucción pública», le repetía su discurso tremendo, «los niños y las personas mayores sanarán de sus mentes todas las supersticiones y miedos ante los descubrimientos de la ciencia, que es la ma­dre de todo conocimiento». Micaela Miranda escuchaba sin malicia las reiteradas alocu­ciones pasionales de su padre. Las comprendía con el comedimiento que solía poner ante sus enraizadas convicciones y las hizo suyas, pero ya no ne­cesitaba muchas más explicaciones básicas, ni del proselitismo militante para percibir el valor de la enseñanza sin prejuicios. Le bastaba la sensibilidad personal y el orgullo heredado. Entró de la mano de su pa­dre al servicio de doña Carmen Ruz y le abrió las puertas a la felicidad entre la penuria de su tiempo y las agitaciones de la calle que llegaban hasta la casa paterna. La madre no compartía ni por asomo las ideas y la militancia del esposo con redaños de anarquismo, porque era creyente y consideraba un despropósito hacer sarcasmos de Dios. Aunque los dijera con la delicadeza de enseñarle a la hija el camino que él considerara adecuado para ser maestra de escuela. «Harás de la niña una atea como tú, Marcelo, pero no olvides que nos casamos por la iglesia con la bendición de Dios, y un respeto hay que tenerle a la bendición de Dios, vamos, digo yo, si no ¿cómo se iba a sustentar, cómo iba a perdurar esta unión nuestra, y cómo iba a estar yo tranquila conociendo tus idealismos, tus idas y venidas a reuniones sospechosas por las noches, que vete a saber en lo que pararán un día, sino fuese porque Dios nos protege?» «Dios nos protege, según tú crees; pues bendito sea Dios. Pero la Iglesia mientras tanto, con sus aberraciones, su poder y su enviciado tronco por la manipulación, nos deja con el culo al aire. Nos intimida, nos prohíbe la facultad intelectual de no creer en Dios único y trino. Ese concepto indescifrable. Eso tampoco es justo, mujer».
No duró mucho la alegría y la profesión a Micaela Miranda. Córdoba cayó pronto en manos del ejército faccioso que dio al traste con la República y con tantos proyectos humanos, y apenas comenzó la guerra civil aquellas escuelas fueron clausuradas y ella inhabi­litada para la enseñanza pública. Le temblaron las manos al coger el sobre timbrado con el nombre de Gobierno Civil de Córdoba, Comisión Depuradora de Enseñanza, y le fueron temblando después las piernas al abrirlo y leer el Pliego de Cargos que se formula contra la maestra de la llamada Escuela al Aire Libre, doña Micaela Miranda Ortiz, y que deberá resolver esta Comisión. Dejó de leer un momento porque le faltaba el aire. No quiso llamar a su madre ni mostrarle el amenazador aviso del Gobierno Civil. Nada menos que la temible Comisión Depuradora de Enseñanza, que actuaba bajo el dictamen de los que habían ganado a Córdoba para la rebelión de los militares, la llamaba a careo, la imputaba en su oficio. Respiró profundo para controlar las pulsaciones agitadas de su corazón pero no pudo contener los nervios ni el temblar de manos y de piernas. Tenía que saber al menos de qué se la acusaba y volvió a respirar tres veces antes de leer los cargos: Desobedecer las órdenes de presentarse a las autoridades de Córdoba durante el asedio; manifestar ideología izquierdista; haber hecho propaganda a favor de la causa roja; orientar la enseñanza en sentido izquierdista, enseñando a los niños y a las niñas conceptos inmorales; haber arremetido en la escuela contra los ideales de Religión, Patria y Moral.
Aun sin perder la ira se fue quedando más tranquila mientras leía los cargos porque con casi todo estaba de acuerdo. Entonces comprendió que si por eso se le quitan a una maestra sus atribuciones, qué no sería de aquellos que defendieron con uñas y dientes los valores fundamentales de la República. Pero ¿cómo se iba a presentar voluntariamente ante las autoridades rebeldes que estaban asesinando a tanta gente? La envolvió la pena al comprobar en su conciencia el efecto real de quedarse sin trabajo, sin escuela… Asumida la evidencia, se lo comunicó a su padre, quien no mostró ni un gesto de sorpresa viendo lo que estaba ocurriendo en la calle y en el cementerio cada madrugada. Amargo y prudente se calló para no dar motivos de justificaciones a su mujer y se desahogó dando un fuerte golpe en la mesa con el puño cerrado. Padre e hija se miraron con tristeza, se acariciaron porque sabían que una caricia consuela más que las palabras sin futuro. Casi sin hablar redactaron un pliego de descargo diciendo en primer término que no se había presentado a las autoridades porque no se enteró a tiempo, que estaba enferma esos días y cuando se enteró mandó a su madre en su lugar. Se defendieron también de que en la escuela se limitaba a impartir los programas de docencia establecidos por la dirección y que era falso que a los niños se les inculcara nada inmoral ni antipatriótico ni de ideas izquierdistas, sino laicas. Pusieron otras razones a sabiendas de que no iban a ser leídas siquiera. Se limitaron a enviar el pliego de descargo a la tenebrosa e impasible Comisión Depuradora de Primera Enseñanza de Córdoba y procuraron resignarse primero y guardarse las espaldas de ahora en adelante.
De poco les sirvió las precauciones a tener en cuenta. Aquella misma noche, Marcelo Miranda corrió peor suerte cuando las huestes del comandante Zurdo, que disponía para matar a todo el que no aceptara la rebelión militar, fueron a por él y se lo llevaron a la fuerza. Entraron a la casa como chacales por una presa indefensa. Ni lo encarcelaron ni lo sometieron a juicio. Abando­naron su cadáver al pie de las tapias del cementerio de La Salud, muy cerquita de la casa donde vivían. Eloy Vaquero, acompañado de doña Carmen, dio con sus empeños en el exilio.

Las marcas del chacal es la primera novela escrita por el autor de este blog. 
Inédita. Sucesivamente se irán colgando algunos fragmentos de capítulos.
Narra la vida desterrada de una maestra de escuela en Talbania durante posguerra,
acosada sexualmente por el alcalde, observada inquisitorialmente por el cura y las beatas, y calumniada al fin por ejercer su libertad personal en la docencia y con el novio 

2 comentarios:

Javier dijo...

Historias vivas que está muy bien que se den a conocer.
Gracias

Carmela dijo...

Elocuente narrativa .Vibrante.
"Enseñar deleitando"..."La enseñanza sin prejuicios..."Para todos.
Mientras leía el capítulo tuve que reconocer con cierto amargor que subsisten hoy , en tantos puntos de la tierra " comisiones depuradoras".
Acechan solapadamente .Observan.Prejuzgan.Condenan.Limitan.A veces, acosan , de manera encubierta.
Por éso los docentes con el perfil de Micaela y su padre ... no abundan.
Mucho me ha gustado este relato.
Qué bueno estaría generar un debate haciendo comparaciones entre aquel ayer y este ahora!
Un abrazo, Pruden.