Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

viernes, 23 de diciembre de 2011

MÁS QUE CARNE VIOLADA


De Las marcas del chacal
(Fragmento)

            A mi madre la repudiaron sus padres por haberse quedado embarazada antes de casarse. Era tan inocente como buena lo fue siempre. En su vejez aún nos decía no haber sentido nunca nada satisfactorio en la cama con su marido. Era tan confiada como inocente y buena a sus dieciocho años, cuando le sucedió aquello y se defendía diciendo que ella no había hecho nada malo para estar así, que solo había sentido dolor. Pensaba que, porque le hubiera dolido, no iba a tener efecto lo que su novio le había hecho. Mis padres eran todavía novios y, como jornaleros del campo, estaban de asiento en un cortijo que se llama La Laza para la recogida de la aceituna. Las cuadrillas, formadas por familias enteras, se trasladaban al cortijo y vivían allí mientras durase la recolección. Los matrimonios dormían juntos en una habitación grande, toda corrida, y solamente separaban, para preservar con decencia la intimidad de la noche, el espacio de cada cama con toldos o con sacos de yute cosidos unos a otros. Los hombres solteros también arrejuntados todos en otro cobertizo; las solteras asimismo dormían aparte en un cubículo adecentado para tal propósito. Los matrimonios se oían unos a otros sus trapicheos amorosos, controlando el pudor bajo las mantas lo más posible aunque de nada sirviese; todo quedaba sabido al día siguiente: quién había montado esa noche y cuántas veces. Era la comidilla general que mantenía vivo el ingenio y la alegría de las jornaleras dobladas bajo el olivo, recogiendo la aceituna en cuclillas. Aunque fuese de mentirijilla, cualquiera de ellas era buena para delatar socarronamente que fulana había sido beneficiada esa noche por su esposo tres veces. Las solteras seguían la broma con picardía y hasta con determinada envidia. Los mozuelos, por la noche, al estar visibles unos de otros en sus jergones de paja sobre el suelo, pero vigorosos y arrogantes pese a la dura jornada de varear olivos, repuestos por un buen plato de lentejas con morcilla, se engallaban con sus órganos genitales en la mano y hasta apostaban a ver quien conseguía llegar más lejos o subir más alto el chorro de su engreimiento viril. Estas delicias no pasaban, por lo común, a formar parte de las conversaciones del día siguiente, ni en el tajo ni durante las comidas, ya que ambas operaciones, la obligatoria y la necesaria, se realizaban en camaradería, con toda la cuadrilla a la escucha de chanzas y disparates. No se tenía a bien que se hablase de esas cosas delante de las mujeres y los chiquillos. Las chavalas, igualmente joviales, se acostaban haciendo travesuras entre ellas, exponiendo sus apetencias o sus sueños con tal o cual muchacho, ya fuese novio suyo o pretendiente o deseado. Siempre había quien contara chistes verdes para hacer reír a las demás, pero eso era todo. Si alguna se masturbaba lo hacía con la lentitud y la cautela y la complicidad de la oscuridad.
            En aquella aceituna de La Laza del año 37 mi padre estaba con sus hermanos en la cuadrilla, pero mi madre había ido sola, ya que era la única mujer de la casa. Mi abuelo tenía un taller de herrería en el que trabajaban sus hijos varones y no podía descuidarlo; conque mi abuela se quedaba en casa para hacer las debidas atenciones de la familia.
            Los días de lluvia que impedían la recogida de aceituna, los chavales y chavalas organizaban por la noche el baile de la cuchara. Si acaso había alguien en la cuadrilla que tuviese una guitarra y la tocara malamente haciendo chacarán chacarán para el acompañamiento, pero el ritmo lo marcaba la persona, joven o mayor, que tuviese mejor sentido musical dando golpecitos con una cuchara sobre una sartén grande o un cajón de madera. De tal percusión salían boleros y pasodobles que siempre había quien tuviese buena voz y supiese la letra entera y la cantaba. El baile era ya una bullaranga de policromía olivarera y una algarabía en la que la sensualidad rompía los límites del amor cortés, y hasta se sobrepasaba el amor ordinario, pues lo mismo formaban pareja dos mujeres, cuyos maridos se habían quedado jugando a las cartas, que una madre con su hijo para enseñarlo a bailar, o una parejita de niños que por en medio de todos iban topeteando como bolas de billar borrachas, a la deriva. Entre la chavalería sí se trincaban las parejas más adecuadas: los que eran novios, hacían como novios, y los que no lo eran se figuraban serlo con el mismo gozo y desenvoltura. Mis padres, como eran novios formales, bailaban agarraditos sin temor a que los vigilase algún familiar mayor. En el trasiego de uno de esos bailes, exaltado y fogoso e impulsivo, mi padre cogió de la mano a mi madre y sin decirle a dónde iban se salieron del baile con disimulo. «¿A dónde me llevas, Santi?» «Sígueme. No te preocupes, tonta. No seas miedosa». La llevó al pajar y allí la violó por primera vez. Sí, mi madre nos contaba siempre que la primera vez que lo hicieron fue allí en el pajar de La Laza y contra su voluntad. Fue también la primera vez que le pegó. Sin querer llamar la atención, sin dar voces ni gritar, ella se resistía pero mi padre la tumbó de un guantazo y ya no tuvo más remedio que dejarse subir el refajo y bajar los calzones y las bragas. Le bajó las bragas con las manos huesudas y ávidas y torpes de un ansioso, mientras ella contenía las lágrimas y soportó la embestida animal. Después de aquello, la usaba cada vez que a él le apetecía, ya estuvieran en el cortijo o en el pueblo cualquier noche o día de fiesta.
            Aun siendo joven, mi padre ya tenía fama en el pueblo de ser demasiado grosero en sus maneras, de formar gresca con los demás y en los tajos por cualquier motivo. Se le achacaba de no tener asentada la cabeza. Era alto y fuerte, rubio y con el pelo ondulado, tan atractivo en su juventud como provocador y jaranero. Por eso tampoco mis abuelos preferían a mi padre para yerno y despacharon a mi madre de la casa cuando supieron que estaba encinta. Le gritaron que era un balilla que no sabría cuidarla, que era un marrajo y un holgazán. Pero lo que más les dolía a mis abuelos era la situación moral de tener en su casa una mujer preñada siendo soltera. Eso suponía ponerse en entredicho su honradez ante toda la gente normal de Talbania. Un desprecio que todos los vecinos les restregarían con indiferencia y malicia. Que ya les restregaban como si ellos mismos hubiesen cometido el delito mayor que nos está prohibido por decencia. En las comidas, el padre hacía trozos del pan con su navaja y los repartía entre los hijos. Era costumbre ancestral que el padre tuviera el pan en su regazo durante las comidas; él lo distribuía con la equidad necesaria según edades y trabajos que tuviera cada uno. Desde el día que supieron de su indeseable estado, a mi madre se le negó su trozo de pan. Le hicieron todos los feos posibles para que soportara la vergüenza que había caído sobre la familia. Aunque mi abuela se opuso a la decisión que tomó mi abuelo, tabicaron por dentro la puerta de una habitación que daba a la calle y de la ventana hicieron la puerta para entrar. Allí la destinaron, sola, con lo mínimo para sobrellevar la carga y la vergüenza y el dolor: un camastro, una mesita con la silla baja, un espejito colgado de una alcayata y una escupidera y un cubo de agua para su higiene. Poco más. Le impidieron que para nada entrase por la puerta principal de la casa. No querían ni verla.

3 comentarios:

Carmela dijo...

"... lo que más les dolía a mis abuelos era la situación moral de tener en su casa una mujer preñada siendo soltera."
Malditos prejuicios!Cuánto daño inútil!
Un maltrato injusto e irreparable.
"Más que carne violada".Claro.Mucho más.

Mientras leía el fragmento intentaba cambiar los hechos.Si al menos aquel pajar hubiese sido un refugio cálido desbordante de ternura y amor ... tal vez las humillaciones hubiesen dolido menos.
Desgarrador relato que insta a la reflexión .
Un abrazo !

Prudencio Salces dijo...

Sí, porque ese mismo pajar fue, como anotas, "refugio cálido y desbordante de ternura y amor" para otras parejas que se querían de verdad y aprovecharon la confidencialidad de la noche para demostrárselo a urtadillas de los demás.
Que 2012 nos sea propicio, querida Carmela, sin violaciones ni asesinatos de más mujeres a manos de la barbaridad.

Anónimo dijo...

Hay que cuidar la ortografía: bolas de billar, con "b" ; y "a hurtadillas" con h.