Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

domingo, 22 de enero de 2012

Antonio Sillero Espinar, Miracielos*



De Las marcas del chacal (fragmento)



*Antonio Sillero Espinar, llamado Miracielos, fue hermano de José Sillero, conocido por Piturri, y padre de Angelita la del Fachi, (q.e.p.d.)

Dedicado a quien fue su amigo José Gutiérrez España, El Cartero



─Le hice una pregunta que no me respondió, capitán ─continuó Belarmino─. Pero ya no tiene importancia; era sobre la cosecha de aceituna. Ahora sí quiero que me responda a la siguiente. Usted sabe que yo en política soy, como se suele decir aquí en Talbania, un boquiabierto, ¿me comprende? Pero dadas las circunstancias actuales, estas de vencedores y vencidos que tanto alardea el nuevo régimen que usted contribuyó a instaurar, me sorprende que Manuel de Prado y usted sean amigos, quiero decir que hasta se den bromas sobre la guerra, como he comprobado hace un momento.
Fue, sin detenimiento, Manuel de Prado quien habló primero.
─Pese a la diferencia de edad nos llevamos bien desde siempre. A este, como se fue quedando sin amigos porque todos se casaron antes que él, buscaba compañía entre los más jóvenes y hubo un tiempo en que tuvo que pegarse a mi pandilla. No sé si sabes que Moisés no buscaba novia: la tenía ya y estaba esperando que creciera, ¿lo sabía usted, Belarmino?
─Sí, lo sé. Me lo contó él mismo. Gran fortuna la suya…
 ─De modo que después de perder la guerra no me pareció sensato perder también su amistad. No sé si hubiera seguido siendo un represor, como otros…, lo que seríamos ahora. Pero está aquí. Él vino en mi busca y me echó una buena mano cuando me detuvieron. Esto tiene un gran valor para mí, irrenunciable, como las mismas ideas republicanas que ahora no puedo manifestar.
─Pues ¿sabes, Belarmino? ─intervino el capitán Cañete─ y oiga usted también esto, señorita. Puede interesarle para que lo cuente a sus alumnas. Pese a haber ganado en la guerra, me ha quedado un gran desgarro, una pérdida inolvidable. En una guerra comprenderéis que se pierde mucho, aunque la ganes al final. Se pierden muchos amigos y grandes compañeros de armas. Pero ninguno tan dolido por mí como lo sigue siendo Antonio Sillero Espinar. Manuel lo conoció antes de irnos al ejército. Era un amigo de verdad, de los de la infancia, de esos con los que te crece el afecto a medida que el tiempo te va transformando en joven y luego te hace responsable de tu comportamiento. Antonio y yo éramos buenos amigos y, llegado el momento crítico, cada uno de los dos fuimos responsables de nuestras decisiones. Él permaneció fiel a la República y yo fui leal a mí mismo. Esta es la diferencia de su mérito: el altruismo para con su país contra mi interés personal, ¿comprendéis? Éramos buenos amigos incluso con las ideas contrarias. De cualquier modo, y Manuel lo sabe bien, ninguno de los dos teníamos el criterio político desarrollado mucho más allá de lo que el sentido de la justicia nos hacía comprender. No teníamos propiamente ambición política, y lo que hizo que cada uno cayésemos en lados contrarios fue la honestidad. Para mí es fácil decirlo ahora, pero quiero que comprendáis que si lo digo ante vosotros no es para ganarme un aplauso, sino en honor de mi amigo Antonio, que fue un hombre íntegro. Él fue un hombre honesto a la hora de escoger, y sabíamos que cualquier decisión nos podía llevar a la muerte por el mismo camino. Si preguntáis por él, no solamente os dirán que fue valiente y honesto hasta morir por una causa; os dirán también que su bondad resplandecía hasta en su manera de andar y de mirar.
─¿Cómo murió? ─preguntó Micaela Miranda.
─Luchando. Defendiendo Madrid. En aquel terrorífico mes de noviembre del treinta y seis en que Madrid estuvo cerca de caer. Era sargento. Murieron junto a él, en la misma campaña, otros siete paisanos nuestros y, los que sobrevivieron, cuentan que fue un luchador valiente y honrado hasta la médula. Uno de esos mandos que infunden a la tropa la confianza y el coraje necesario para atacar sin miedo, y si les alcanza una bala mueren con el mismo orgullo con que defienden sus ideas y su patria. Yo no lo olvidaré. Le llamaban Miracielos. ¿No os parece un sobrenombre hermoso?
Se callaron los cuatro. Continuaban andando despacio y el dorado sol de poniente teñía las lomas peladas de sombras reverenciales, oscuras de color sobre los cerros y luminosas nubes bajas en el horizonte, creando una imagen sensorial y lejana que pudiera equipararse a la evocación de Miracielos que había hecho el capitán Cañete. En la taberna de Joaquín los invitó a un refresco. (...) El tabernero les sacó un velador de madera y las sillas a la puerta. El gozo de la vida presente palpitaba sereno en el corazón de Micaela Miranda y le traía a la memoria el recuerdo abatido de su padre. Era como una tristeza balsámica lo que sentía en esos momentos, tras reconocer la empatía por la que esos dos hombres, ricos y poderosos a su manera, podían seguir compartiendo el tiempo y la amistad y la sencillez sin menoscabo de lo que habían perdido: uno, una guerra; el otro, un amigo. 

1 comentario:

Carmela dijo...

" Si preguntáis por él, no solamente os dirán que fue valiente y honesto hasta morir por una causa; os dirán también que su bondad resplandecía hasta en su manera de andar y de mirar."

Magnífica definición para retratar la integridad de un hombre.
A través de Miracielos evoco a mi padre.En su manera de andar, de mirar y hasta de callar resplandecía su integridad."Valiente y honrado hasta la médula".
Me he emocionado más de la cuenta.
Es también un orgullo provenir de la estirpe de los "Miracielos".
Abrazo.