Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Talbania 1942 (Fragmento)




Micaela Miranda tuvo problemas de insalubridad en su clase al llegar las primeras lluvias y enfriarse el tiempo. Hubo que desinfectar la clase de chinches y pulgas, lo que le llevó tenerla un día cerrada que ella aprovechó para llevar a las niñas de excursión. Las llevó a un paraje de altos relieves y tierras arenosas sembradas de frutales entre huertas y olivos. Un lugar pintoresco, conmovedor por su rareza quebradiza, conformado por altas laderas de pendientes bruscas, a cuyos bloques de arena maciza se enraízan lechines viejísimos y matas de esparragueras y de pitas. Laderas que descansan sobre estrechos cañones como ramblas fecundas. Conmueve encontrase ese lugar por la diferencia que marca en su entorno de llanos y cerritos cereales. Es abundante en agua de varios manantiales, en uno de los cuales había un lavadero de piedras grandes, desgastadas, cubierto por cañizo y tejas sueltas. Hasta allí llegaban las mujeres pobres, cargadas de grandes bultos de ropa para lavar y tender al sol. La tendían en los alambres sin púas que el dueño de la huerta había instalado sujetos a palos clavados en la tierra. Algunas mujeres iban acompañas de un hijo o un hermano que le transportaba la ropa en un burro pequeño.
Las niñas, sin cortapisas de otras obligaciones y sin límites de espacio el día de la excursión a Tentecarreta, correteaban de un lado para otro como animalitos dóciles, como gatitas curiosas que olisquean por doquier, admirándose al descubrir los huecos profundos al pie de los troncos de los olivos, haciendo conjeturas entre ellas sobre el origen y la utilidad de esos agujeros. Las mayores presumían, a veces con la intención de asustar a las pequeñas, diciendo que en esas cuevas vivían las culebras venenosas y los zorros salvajes, animales peligrosos de los que había que cuidarse. Micaela Miranda procuraba desdramatizar los hallazgos, diciendo que además de zorros y posibles culebras invernando, igual se trataba de simples rendijas por donde los conejos se meten y hacen largos y entremezclados túneles que se llaman madrigueras. «La madriguera es donde viven, y no los hacen solamente para vivir, sino también para despistar a sus depredadores». «¿Y qué son los depredadores, señorita maestra? ¿Son los ogros del bosque?» «Casi casi». «¡No, tonta» le contestó otra niña más grande y entendida, «los depredadores son las máquinas de los agricultores, los arados que rompen las camas de los conejos y por eso las hacen bajo tierra». La maestra reía con la imaginación de la segunda niña y aclaraba las dudas de la primera.

       Micaela Miranda había descubierto Tentecarreta en uno de sus paseos en bicicleta y le pareció precioso aquel lugar para las excursiones, pues además de las pitas y chumberas que colgaban de los terraplenes, también crecían algunas encinas y almendros agrios. Pero no era un camino apropiado para pasear en bicicleta, porque estaba cubierto de arenas sueltas y las ruedas se hundían y se dislocaba la dirección. Era más conforme para ir caminando y Tentecarreta no estaba lejos del pueblo. En aquel paraje al que se llega por un camino bordeado de altos terraplenes sombreados de olivos, un camino de hechizo y sobrecogedor, de impacto cinematográfico y bucólico, al que los vecinos habían bautizado como los callejones, tropezó Micaela Miranda por segunda vez con Santiago, el hombre áspero aquel que se plantó mirándola fijamente como un idiota el día de su llegaba a Talbania estando con don Juan en el casino. Antes vio por allí dos chicos apostados en lo alto de un montículo, bajo un olivo. Ella continuó su camino hasta más adelante, donde terminaban los callejones y el paisaje se abría con una magnificencia de relieves ondulados cubiertos de olivares y viñedos. Olivares y viñedos que ofrecían los únicos verdes del otoño, mezclados con manchas ocres y calizas de la tierra desnuda. Un espacio profundo que reverberaba en colores múltiples hasta los picachos azules de la Subbética. Los montículos pelados de la Sierra de Cabra se extendían desde el sur al este del paisaje como una muralla almenada que defendiera el valle fructuoso. Era embriagador aquel lugar alto, aquella altitud dominadora que la sorprendía siempre con su aparecer de repente, como el plano intencionado de una película, como un flash que se detiene de pronto y te deja una amplia perspectiva impresionante. Desde allí se divisaban grandes cortijos en las hondonadas y multitud de casillas blancas, contrastando con el negror de los olivos viejos en la lejanía.

3 comentarios:

Talbanés dijo...

Muy bonito Pruden, mucho. Que bien has descrito el entorno de Tentecarreta y sobre todo lo que se siente estando allí..., es uno de los rincones con más encanto de esta domesticada campiña nuestra. Dan ganas de seguir leyendo. Un saludo.

Prudencio Salces dijo...

Pero como bien sabes, la descripción que aquí se hace es muy anterior al estado en que se encuentra ahora, tras la intervención sobre el entorno, tan destructiva paisajísticamente, para la construcción de la "gran" variante vial.
Gracias de todos modos por tu apreciación.

Anónimo dijo...

Seguir leyendo, siiii. Venga Pruden, más por favor