El
concepto machadiano nos define como las dos españas. Pedro Almodóvar, en su
española película Matador, las
califica así: la de la envidia y la de la intolerancia. Habrá más ingenios o
talentos que les hayan puesto otros apellidos igualmente conjeturados o
definitorios, pero lo desconozco. De modo que me limito a considerar simplemente
que la España actual (amén de ser un charco donde naufraga la dignidad) es el ring de los insultos. Uno se considera
ideológicamente de izquierdas, ateo para el asunto religioso y republicano por
el espíritu de equidad democrática. Por lo tanto pertenezco a una de las dos
españas cuando solamente amo una patria.
Como prefiero el humor a las noticias televisivas, ese chisporroteo de la
realidad cotidiana que te amarga la noche, procuro distraerme activamente con
el programa del Gran Wyoming El
Intermedio, porque al menos se le saca un chiste a cada imprudencia e
idiotez y desarreglo de nuestros políticos y otros personajes fatuos de la fama.
Lo que considero gratuito y mismamente provocador es que, a días, como anoche,
dediquen gran parte del programa a poner en solfa lo que viene siendo la derecha
mediática y sus perlas procaces.
Lo considero desmedido porque uno se siente mal al comprobar la
violencia verbal que se desgañita por esos medios de la prensa, la radio y la
televisión. Al parecer la derecha mediática se ofende cada vez que una persona
de la izquierda opina sobre el estado de la nación o declara y defiende su
parecer personal en torno a algún suceso reciente que le merezca el descrédito.
Entonces, desde la derecha mediática, caen sobre ese individuo (y hasta sobre
su familia) todo tipo de insultos españoles de la más declarada raza. Son cosas
de la libertad de expresión: el opinar y el defenestrar impúdicamente la opinión
adversa. La libertad de expresión, como todas las libertades, contiene la
sinrazón de no ser bien practicada, sino solo oportunamente. Pero a uno se le
avinagra el gusto de ser español (sin la intención de dejar de serlo) al
comprobar que el pugilismo intransitable, declarado públicamente y con exacerbadas
agallas de tiempos pretéritos, se ejerce en los medios como quien come paja y
la digiere de forma natural pero que la defeca como si fuesen balas, puñetazos,
flechas envenenadas de odio derechas al corazón de la otra media España.
No Wyoming, le diría, no estoy de
acuerdo con que os gastéis la pasta y el tiempo desvelando, aunque sea para
ridiculizar la insensatez, cada uno de los insultos diarios que nos llueven desde los montes carpetovetónicos. La indiferencia, tanto ante el amor como frente al
odio, también es un modo de ironizar y tal vez el que más le duele a quien de
malas mañas nos ama o nos odia. Y no es por taparse los oídos, sino para que en
la otra España no se cultive el mismo género de irracionalidad. Y le diría más:
es que siento miedo, Wyoming. Siento miedo cada vez que, por ejemplo, sobre tu persona llueven chuzos de punta o que a un juez lo tratan de insurrecto y que a un actor
valiente le llamen villano hijodeputa y a sus colegas gentuza de mierda. Siento miedo porque, aunque no estuve allí,
recuerdo los fusilamientos y las sacas en Madrid y la plaza de toros de Badajoz
y el bombardeo sobre Guernica.
Nota al lector. El que salga el fondo en negro y la letra borrosa no es mi voluntad, sino el efecto de no dominar uno esta técnica bloggera
Nota al lector. El que salga el fondo en negro y la letra borrosa no es mi voluntad, sino el efecto de no dominar uno esta técnica bloggera
2 comentarios:
Prudencio, la envidia y la soberbia, típicamente ibéricas, como el morcón y esas delicias del cerdo. Me cae bien Wyoming, sobrevive con cierta dignidad a la mala leche general, quizá porque atesora mucha. Con García Calvo disfruta uno más, es una ironía mucho más trabajada.
Un abrazo.
El Gran García Calvo, tan sabio y desconocido como perseguido fue en su día. Si los muertos siguieran existiendo, si duda que este es uno de los que habría que desearle que descanse en paz.
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