Anoche, cuando comenzó a llover y el frío me obligó a
encender el bracero eléctrico, sentí una congoja por las personas que llegan a
España de aventurado modo. Los cientos, o miles, no sé, de africanos que
primero han de cruzar los desiertos, a veces andando, huyendo, buscando vete a
saber qué, hasta llegar al norte del continente que los separa de la ilusión
maldita o la esperanza a rastras. Allí también se encuentran altas alambradas
que les impiden continuar andando, caminando, alimentando sueños sin raíces y
─según tengo entendido, porque nunca los he visto más que en la televisión y en
la prensa─ son vejados y humillados como animales sin dueño. Y engañados y
explotados, robados, por los seres que alimentan la mentira embarcándolos vilmente
en una patera de juguete para cruzar el mar hasta las costas de la península
Ibérica. Y ese es el momento que presentí anoche y me causó una congoja
enardecida de ignorancia e ira mientras yo permanecía en un lugar seguro bajo
la suave lluvia y el ascendente frío. ¿Dónde dormirá ese hombre negro que ha
podido salvarse del naufragio y del control aduanero? ¿Tiene algún dinero para
pagar la más humilde pensión donde acogerse? ¿Trae ropa suficiente para protegerse
del frío y de la lluvia? ¿Conoce a alguien en este lugar del mundo que lo
espera?
En fin, veo que esta especie de meditación no es más que otra manera de
decir que no a ciertas vicisitudes adversas de mis coetáneos pero asimismo, y subjetivamente
─ingrediente mental que detesto─ también representa el subterfugio de una mala
conciencia occidental. Porque si no soy yo quien está esperando a ese hombre
desvalido, huraño y desconfiado y triste por el miedo y la desolación que lo
embargará, ¿qué derecho me asiste para expresar conmiseración? ¿Es un modo
gratuito, hipócrita, de pedir a los demás, a alguien de los demás, que haga lo
que yo siento? A los estados sobre todo. Pienso de corazón que esto también se
llama naufragio. Mas no solo se trata de un naufragio personal.
1 comentario:
El mundo está lleno de muros, barreras, alambradas, simas... Es una cárcel, una trampa, nadie lo vio como Kafka. Más nos valdría ser aves.
Al menos te lo preguntas, querido Pruden, al menos te lo preguntas, y no es poco. No faltarán una manta y un mendrugo que compartir llegado el momento.
Un saludo,
Javier.
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