Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

lunes, 30 de diciembre de 2013

El fugitivo y apresado Miguel Hernández


Fíjate, querida amiga, que me vine a este lugar a pasar las vacaciones para disponer de tiempo y continuar con la biografía sobre el poeta Miguel Hernández y, sin embargo, desvarío contándote cosas de mi pasado personal. Como bien sabes no soy una escritora ni pretendo serlo porque estudie y divulgue la obra del poeta oriolano: pues pienso que ese trabajo lo hago por pasión sencillamente. Una pasión enlazada a las pasiones de aquel hombre que fue desgraciado y nos dejó un legado poético tan hermoso. Hermoso y diferente. Figúrate hasta lo que se me ocurre pensar a veces, tanto cuando leo su obra como a medida que voy sabiendo más de su vida particular: pienso que si yo fuera hombre me hubiera gustado hacer lo que él hizo o le tocó hacer. No pienses que soy masoquista hasta el punto de desearme para mí misma el calvario de cárceles y sufrir una prematura muerte motivada por el abandono oficial de su persona. No, claro que no desearía eso para mí ni para nadie más, pero sí es cierto que en ocasiones me siento identificada con sus resoluciones pasionales más que convincentes. Claro está que no supo, o no pudo, darle una solución hermosa a su vida, por decirlo con sus propias palabras.  La suma de errores que cometió a la hora de querer salvar el pellejo, yendo y viniendo de Madrid a su pueblo y de su pueblo a Madrid y luego dirigirse hacia Andalucía buscando una salvación que no existía para él, no fue más que la pulsión al arraigo de su tierra y su esposa. Un arraigo de pasión más que de inteligencia, claro está.  Aquel imposible le hizo ser su propia víctima al verse sin dinero, fugitivo y solo en la frontera de un país vecino pero adverso para tus intenciones descalabradas, donde vino a ser detenido por sospechas infundadas de la policía portuguesa. Al parecer la policía de fronteras portuguesas recibía un miserable estipendio por cada español republicano que  entrase en su país sijn el correspondiente permiso. Miguel Hernández carecía de cualquier aval en su intento de fuga. No, claro que no quisiera haber vivido ni vivir esas peripecias de abandono y soledad y desamparo, porque ni él ni nadie mereció ser perseguido, torturado y asesinado después de haber sido primeramente derrotado de una guerra. Pero es que hallo una especie de conjunción entre sus pasiones vitales y su arrojo amoroso por la vida, por la defensa de la España republicana también, que quisiera yo ponerlo como ejemplo de poeta vital y de víctima particular. Mas que nada en ese periodo último de su existencia: desde la huida de Madrid hasta caer preso y ser torturado en una cárcel cuartelera de la Guardia Civil allá en Rosal de la Frontera. Mientras tanto no pudo escribir ni un verso que pudiera decirse suyo. Figurémonos hasta donde puede llevar la desesperación a un hombre que huye de la muerte y no encuentra nada más que vacío y malas caras.0


            Sé que a estas alturas, tras el primer centenario de su nacimiento, la vida y la obra de Miguel Hernández están expandidas por casi todas las bibliotecas de España. Mas sigo viendo, a veces, confusa y replicada su actitud, su presencia, por la testarudez de la ignorancia o la enemistad pautada que no pocos ejercen sobre este hombre. Por eso es para mí importante conocer y poder contar con su propia voz su último periodo de libertad: desde que acaba la guerra hasta que es detenido y torturado con saña y entregado, como cosa perdida y empero peligrosa a las autoridades del nuevo régimen. Es decir a los vencedores, a sus vengativos vencedores.
            Me replanteo una y otra vez cómo pudieron ser esos últimos días de fugitivo por tierras andaluzas sin encontrar a nadie que verdaderamente pudiera echarle una mano a su desamparo. Me replanteo imaginariamente y con los escuetos datos que ofrecen sus cartas, a veces “mentirosas” para no causar dolor a su esposa, cómo pudieron ser esos días de vagabundo. Un poeta vagabundo que no sabía dónde caerse muerto. Dónde dormiría, me pregunto. Cómo pasaría las noches y cómo afrontaría el nuevo día hasta poder cruzar la frontera. Cómo serían esos días desde Cádiz, donde el último amigo que buscó no estaba ya, hasta decidir buscar una salida por Lisboa. Todo ese periplo de lucha interior y esperanzada, pero sin amarre alguno para su seguridad personal, me seduce por lo desconocido y me intriga por saber cómo, de qué manera, haciendo qué dónde llegara, pasaría ese hombre, el poeta Miguel Hernández, presionado por la desdicha de hallar un lugar seguro para él mismo primero y pensando en su mujer y su hijo.
 Me replanteo en mi conciencia casi vacía, por los leves estudios sobre su peregrinaje, cómo trascurrió esos días hasta quedarse sin dinero alguno antes de poder llegar a Lisboa, qué soñaría el hombre sin destino alguno. Sin destino posible para la tranquilidad y el reencuentro con su familia. Quisiera imaginar, porque parece que no es posible saber a ciencia cierta, cada uno de sus ayes en soledad tras las negativas para encontrar la salida, quisiera imaginármelo haciendo de tripas corazón con su esfuerzo tremendista y osado para dejar atrás la muerte en manos de sus enemigos. Porque, querida amiga, imagino esos días sin registro eficaz y a veces me rebela mi propia incapacidad para encontrar datos ciertos y palabras que poner en su propia voz de hombre libre.

            Sí, quisiera continuar con este trabajo ofreciendo a un Miguel Hernández redivivo que cuenta su propia vida, porque así es como quiero imaginarlo: vivo y responsable de su capacidad  amorosa. Contando él mismo, no yo con voz de falsete, sino él mismo con su voz de tierras roturadas esos días transcurridos desde que abandonó Madrid por última vez hasta el momento de tener que vender el reloj para poder seguir comiendo. Tremendo. Todo ese periodo de su penúltima vida me parece tremendo e incluso aprovechado, a toro pasado, por algunos de los que injustamente le dieron la espalda. 

Fragmento de la novela inédita La mujer del marido ciego

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué interesante este tema, Pruden, nos quedamos con ganas de leer más. Por cierto, te salió jovela

Anónimo dijo...

Por cierto, te decía, escribiste jovela en vez de novela, bonita palabra que provendrá de joven+novela, ¿verdad?

Prudencio Salces dijo...

Sí, también podemos interpretarla como jovelandia. Gracias por la observación, joven