Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

martes, 20 de mayo de 2008

El olor de la ajucema



Recién casados han estado allí, fueron a pasar las Navidades sin predisposición para los hallazgos. La juventud tiene sus reglas, o carece de ellas, pero el amor les da la condición de formas imprevistas. Su esposo, hijo de emigrantes de Talbania pero alemán de formación y espíritu, quiso que conociera a sus padres. Hutta no conocía el sur de España, ni conocía España sino por la nostalgia empalagosa que a menudo recordaba Antonio como una evocación no siempre colorista.

C
omo una bienvenida transitable percibió la suavidad del clima en esa época, tan distinto al de su lugar de procedencia. Al volver de nuevo al norte, a su ciudad del norte con cristales y nieve en los aleros, le preguntaban cómo era aquel lugar remoto, ese pueblo sin señas en la cartografía universal. Ella contestaba sonriente, pero distante, sin desmenuzar matices sobre lo que allí había visto que su mejor recuerdo lo traía en el olor de la ajucema. La ajucema, contaba Hutta, es una planta aromática cuya semilla, al calentarse y quemarse en el brasero de picón, o sobre el fuego de una palmatoria, produce un olor voluptuoso, casi parroquial, hechicero.

Rito si primitivo que apreció como la exaltación de la familia a los encuentros.

Hutta aprendió a decir el nombre de la alhucema del mismo modo que su suegra
pronunciaba. Ajucema. Como en Hamburgo no se usa esa práctica casera, la consunción de esa planta perenne, mediterránea y púrpura, cuyo aroma es igual y es enervante y, por lo tanto, desconocía, se lo quedó como reliquia en la memoria, emparejado con el alma de Talbania: silvestre, mas penetrante.

2 comentarios:

Luis Quiñones Cervantes dijo...

Exacto. Las palabras conforman el espíritu. Y eso lo sabes tú. O mejor, será que algunos espíritus son los que dan formas a las palabras. Será eso... ajucema y otras muchas de las que tú tanto sabes.

Ejemplo hogareño: cuando algo cojea: digo sin querer que está en tenguerengue, palabra que ha adquirido para mí (también soy un poco alemán) la imagen de un trapecista sobre el alambre. O a eso me suena a mí. Y sin querer empiezo también a exclamar ño, por corrección política, porque los madrileños no entienden este hermoso acortamiento léxico de buenos modales rurales. Y pizco, cuando en el suelo se han quedado las últimas migas del pan que no entraron en mi barriga (también sabes de lo que gozo en cada comida). Y así hasta un infinito laberinto en el que aunque a gusto, también me siento un poco extranjero. Pero eso no creo que tenga que ver con el idioma, sino con lo que se siente uno mismo sin quererlo.

Salud.

Anónimo dijo...

Vaya dulzura de relato!! Pruden tus palabras producen el mismo efecto que la alhucema al quemarse: nos relajan y embaucan.