Augusto Monterroso, el escritor guatelmateco que se hizo muy famoso en nuestros lares por el hecho crucial de haberse muerto en 2003, está considerado de ser el autor del cuento más corto de la historia de la literatura en habla hispana, ya saben, aquel que dice: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Sin embargo hay quien le gana: El Emigrante. El emigrante es otro microcuento del escritor mexicano Luis Felipe Lomelí, a quien no conocemos personalmente, que supera la fama del famoso guatelmateco. Helo aquí:
─¿Olvida usted algo?
─¡Ojalá!
Recuerdo que mis hermanos emigrantes nunca olvidaron ni siquiera los pasodobles de Juanito Valderrama.
Pero yo he oído esta mañana, de un borracho de vuelta de Alemania, casualmente, la conversación más corta que pueda darse en nuestro idioma popular. Puede tomarse, sin remilgos ni prejuicio alguno para quien lo cuenta ahora, como eso: como un chiste de taberna con su arista de risa y escatología, con su alambre de mala educación y desvergüenza.
Uno lo trae aquí como un fleco de lo que fue La república hablanera, esa forma concreta y peculiar de expresarse y entenderse las personas sin más prosodia ni prosopopeya que la de darle al habla, a la palabra, lo que el tiempo requiere: el entendimiento humano. Dice así:
Uno está cagando en el retrete de un lugar público. Alguien empuja la puerta para entrar y el que caga gruñe:
─!Eh!
Y el otro contesta:
─Ah
No hay comentarios:
Publicar un comentario