Relato de Andrés Ruz Pérez publicado el día 1 de octubre en
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Con su licencia lo reproducimos aquí.
Año 1230 DC, Ibn Hud, también llamado Abén Hud, reyezuelo de la taifa cordobesa entre otras, y a la postre último soberano musulmán de Córdoba, se encuentra de caza por la campiña (Al-Qambaniya) acompañado de otros nobles de la ciudad y de su nutrida guardia y séquito personal, entre ellos su lugarteniente y mano derecha Abú Hassan. Ha oído contar en la Corte que en estos territorios al sur de Qurtuba, donde, por la bondad de las tierras, las encinas son más grandes y majestuosas que en la sierra, también se hallan los más hermosos venados y jabalíes de todo Al-Ándalus y quiere abatir alguno de ellos. Después de pasar la noche en el castillo de Al-Ramla (La Rambla) se dirige a los campos de Poley (Aguilar) donde espera estar varias jornadas de cacería. En mitad del adehesado bosque de encinas que en aquella época era la campiña cordobesa, junto a un arroyuelo de claras aguas, se encuentran a una especie de ermitaño cristiano, un anciano mozárabe que está trabajando en un huerto que hay junto a una diminuta ermita donde vive en total soledad, la comitiva se detiene allí para dar descanso a los caballos y refrescarse un poco.
- Abén Hud: (bajando del caballo) La paz sea sobre ti anciano, buen día nos de Alá.
- Ermitaño: Buenos días tengan sus mercedes y así nos los de el Señor.
- Abén Hud: Vamos camino de Poley y hemos pensado en pararnos en este lugar el tiempo justo para dar de beber a nuestras monturas y descansar un poco, ¿vive usted solo aquí o hay más monjes?
- Ermitaño: (hablando sin dejar de cavar en el huerto) No, no hay nadie más, ermitaño soy, mi nombre es Francisco y llevo más de treinta años viviendo en la soledad de este cerro del pago de Al-Worod, mi morada es esta humilde ermita perdida en mitad de la campiña. Lo que ven aquí es lo que poseo; nada, ahí tienen agua fresca para saciar su sed y la de sus caballos.
- Abú Hassan: (frunciendo el ceño) Anciano, has de saber que estás hablando con Ibn Hud, soberano de Córdoba, Sevilla Málaga, Murcia y Almería, tu rey y tu señor y que deberías mostrar un poco más de respeto.
(…)
- Abén Hud: Abú, no te exaltes de esa forma, no hay que perder la serenidad y menos con un anciano que si bien no muestra todo el respeto que debiera, sí que está teniendo el valor de decir lo que piensa aún a riesgo de ser castigado severamente. Anciano, me estoy fijando en ese extraño árbol que hay junto al huerto y al que pareces tener en un lugar prominente,… ¿qué clase de árbol es ese que yo no nunca vi uno igual?
- Ermitaño: Es un Mesto, un cruce entre encina y alcornoque que yo mismo sembré va a hacer ahora treinta años, es un árbol al que atribuyen propiedades mágicas y curativas, entre otras se dice que con su corteza se hacen infusiones que curan la rabia (esto último lo dice mirando a los ojos a Abú Hassan). Este Mesto si Dios quiere durará mil años.
- Abú Hassan: Maldito viejo chiflado, mal nacido infiel… ¿acaso eres un adivino o un hechicero o algo parecido?... no contento con amenazarnos con que Córdoba volverá a ser cristiana, ¿también nos quieres hacer creer que este árbol es mágico y que durará mil años?... por Alá te digo que con gusto te haría probar el acero de mi cimitarra, veríamos entonces donde quedaban tus insultantes profecías baratas.
- Ermitaño: Has de saber, joven orgulloso, que no temo a la muerte pues estoy en paz con Dios y con los hombres, y que nada de lo que he dicho es falso, y que más pronto que tarde se cumplirá el destino y lo que antes dije, y que espero que tengas salud para verlo y también digo que este árbol durará mil años si Dios quiere.
- Abú Hassan: ¡¡Oh mi rey!!, ¿acaso no oyes tú lo que yo estoy escuchando decir a este deslenguado?, déjame que le de su merecido y que le haga callar para siempre su sucia boca.
- Abén Hud: He dicho que no, y sigamos nuestro camino que se hace tarde y esta conversación ya no es de mi agrado. Aquí quedas anciano, con tu ermita, con tu huerto… y con tu árbol. Que Alá este contigo.
- Ermitaño: Que Dios te guarde.
Seis años después, en el verano de 1236, Abú Hassan marcha desterrado junto con su familia y su guardia personal hacia Mālaqa (Málaga).
(…)
Derrotado, cabizbajo y con el pensamiento perdido, en total silencio vuelve a pasar Abú Hassan a lomos de su caballo por aquel bosque de encinas de la campiña entre Al-Ramla y Poley y recuerda las premonitorias palabras del ermitaño, las cuales no dejaron de resonar en su cabeza día tras día durante el duro asedio. Decidido, se separa de la escolta y arrea su corcel hacia la ermita esperando encontrar al anciano para matarlo… o tal vez sólo para decirle que tenía razón y que su agorera profecía se había cumplido…, no pudo hacer ninguna de las dos cosas el triste Abú porque ya no había nadie allí; la ermita estaba abandonada, prácticamente derruida e invadida por las higueras bravías, el huerto tapado por las malas hierbas y si…, allí estaba el Mesto, triunfal, vegetalmente orgulloso, casi resplandeciente bajo el sol de la campiña…, se dirigió hacia él y ante sus pies se arrodilló y lloró desconsolado amargas lágrimas que rodaron hasta su barba, lloró la pérdida de Córdoba diciendo estas palabras: “¡Oh! árbol mágico, ¡oh! Mesto que durarás mil años, ¿cuánto te quedará por ver por la gracia de Alá?... sin embargo jamás hallarás hombre más abatido y derrotado que el que ahora se postra ante ti, yo entregué las llaves de Córdoba y ahora parto al destierro más vergonzante.”
Nota: Para no satisfacer por completo el interés de los lectores, he suprimido gran parte del relato. Quienes quieran conocerlo entero pueden leerlo en la siguiente dirección:
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Encina La Terrona, protegida para evitar el desgarre de sus ramas.
1 comentario:
Primero felicitarte por el blog, aunque solo un apunte, igual que has citando las fuentes del texto hay que hacerlo de las fotografías dado que las de "Un Paseo Manchego" están bajo licencia.
Saludos.
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