Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

sábado, 24 de octubre de 2009

UNA VIOLACIÓN



No hubo despedida alguna, como tampoco los había presentado formalmente. Aún así, en cada uno de los dos animó la inquietud y el deseo de volver a ver al otro. Eso es lo formidable de que en algunos hechos, a contratiempo, se oculten las traiciones.


Ella bajó serena por la adusta escalera de aquel edificio señorial. Flanqueada por el director del colegio y por el tutor de la asignatura, pasó como un suspiro por entre los alumnos sin mirar a nadie. Venía de algún cielo inaccesible con su nombre engastado en los andares y él estaba esperando en la anonimia del grupo de estudiantes veinteañeros. La presentaron con el laude de su provechosa biografía para dar su clase magistral. Él se sentó en primera fila, y ella permaneció de pie durante todo el rato que duró su charla, utilizando en ocasiones la pizarra, y a veces paseando por la clase.


Escuchaba su voz –cálida y amable y casi roja- hablar de cosas bellas para el alma: “bilabial, homonimia, infinitivo...” En un instante celosamente prevenido miró sus ojos claros y envolventes como agua, con un roce fugaz de murciélago loco. Ella lo asimiló dichosa de saberse apreciada una vez más. Al acabar la clase no resistió el deseo de olerla más de cerca.


-Perdone, por favor, pero es que me siento conmovido por su clase y quiero felicitarla.


La estaba dibujando mientras la presentaban. Eso no se lo dijo, y ella le repitió, para él, su nombre insobornable y le dijo, además, que la ciudad de él era bellísima como una ensoñación nunca ocurrida. Entonces él sintió el carámbano de febrero gotear en la noche de sus dudas.


-¿Es posible que exista la armonía? –le preguntó embobado.


Pasados unos meses la vio de nuevo en un periódico: su nombre nada más, al final de un largo trabajo donde desentrañaba la actitud costumbrista y pasiva y cobarde de Penélope, de todas las penélopes del mundo, no sólo de la literatura. Escribía frontal, pero él tal vez la amaba o deseaba y no por eso.


Y hoy la ha vuelto a ver en el periódico retratada. El extracto de la noticia decía: La joven escritora Bienvenida Ocaña ha muerto dos días después de haber sido violada y brutalmente maltratada por un desconocido. Leyó con angustia toda la noticia y, las confesiones que Bienvenida pudo hacer antes de morir, coincidían exactamente con los hechos que el mismo Terencio Aguado había cometido hacía tres noches en una placita del barrio viejo de la ciudad con una desconocida y atractiva joven.


Terencio se fue a su casa sin dar crédito al propio recuerdo de sus manos. ¿Cómo es posible que no la reconociera?, se preguntaba. Y es que aquella noche, al trasluz meloso de las farolas anaranjadas donde Bienvenida, de visita en la ciudad, fue asaltada a despecho, a Terencio no se le ocurrió pensar que la mujer solitaria que le sirvió de presa pudiera poseer una voz tan cálida y amable y casi roja.








Ricardo Benjumea de la Vega, redactor jefe de Alfa y Omega (revista del Obispado de Madrid que se reparte los jueves con el Abc), escribe en un artículo titulado "La violación, ¿fuera del Código Penal?": "Reducido el sexo a simple entretenimiento, ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal?".

ELPAÍS.com - 28/05/2009



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