No hubo despedida alguna, como tampoco los había presentado formalmente. Aún así, en cada uno de los dos animó la inquietud y el deseo de volver a ver al otro. Eso es lo formidable de que en algunos hechos, a contratiempo, se oculten las traiciones.
Ella bajó serena por la adusta escalera de aquel edificio señorial. Flanqueada por el director del colegio y por el tutor de la asignatura, pasó como un suspiro por entre los alumnos sin mirar a nadie. Venía de algún cielo inaccesible con su nombre engastado en los andares y él estaba esperando en la anonimia del grupo de estudiantes veinteañeros. La presentaron con el laude de su provechosa biografía para dar su clase magistral. Él se sentó en primera fila, y ella permaneció de pie durante todo el rato que duró su charla, utilizando en ocasiones la pizarra, y a veces paseando por la clase.
Escuchaba su voz –cálida y amable y casi roja- hablar de cosas bellas para el alma: “bilabial, homonimia, infinitivo...” En un instante celosamente prevenido miró sus ojos claros y envolventes como agua, con un roce fugaz de murciélago loco. Ella lo asimiló dichosa de saberse apreciada una vez más. Al acabar la clase no resistió el deseo de olerla más de cerca.
-Perdone, por favor, pero es que me siento conmovido por su clase y quiero felicitarla.
Ricardo Benjumea de la Vega, redactor jefe de Alfa y Omega (revista del Obispado de Madrid que se reparte los jueves con el Abc), escribe en un artículo titulado "La violación, ¿fuera del Código Penal?": "Reducido el sexo a simple entretenimiento, ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal?".
ELPAÍS.com - 28/05/2009
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