Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

viernes, 8 de enero de 2010





Puede que aquí se acabe lo que he venido en llamar mi periodo de “turismo carcelario”. De alguna manera cariñosa, poética y penamente humilde tenía que llamar a esta vida mía de ir llevado de una cárcel a otra para que Josefina no se lo tomase como la mayor de las desgracias. Bastante desgraciada es su propia existencia conmigo para que además yo venga amargándosela aún más con llantinas indecentes por carecer de libertad. Esta residencia mía de ahora no es propiamente una cárcel aunque yo sigo siendo un preso, sino que, al fin, me han trasladado al sanatorio para tuberculosos de Porta Coeli, en Valencia. Ahora tengo 31 años cumplidos, de los cuales he pasado los tres últimos en un total de 8 centros de los así conocidos como penitenciarios, más los días de retención en Albacete en mi último recorrido. Pero puede que aquí acabe ya este deambular insomne.
Después de mucho perseverar por la salvación de mi alma, extraviada de sus propias manos cuando más dócil parecía, el Vicario de la Catedral de Orihuela ha consentido, sin bien que con la demora de diez días desde que me casé más la que haya devenido de los asuntos burocráticos, o de las desatenciones burocráticas militares, que este sobrante de lo que fue mi cuerpo recale aquí para ver si me curo los pulmones. Mucho se lo hemos solicitado en procura de mi salud, tanto yo mismo como Josefina y algunos de mis familiares, además de algún que otro amigo que aún se apiada, al menos, de este ninot de falla que dicen que parezco. Pero él, don Luis, insistiendo en lo de siempre, exigiendo mi arrepentimiento aunque fuese en falso. Porque de otro modo no lo va a conseguir; ni aún así. Cómo es posible que quien contribuyera, en parte, a levantar el edificio de mi personalidad con su orientación en las grandes lecturas dude ahora de los materiales que la confortan. Los clérigos siempre tan obcecados en sus principios de machamartillo. Sus principios clericales, o sus tácticas intolerantes. Se ve que para él el aporte intelectual que uno adquiera a partir de la adolescencia, en la reverberante juventud, está debido nada más que a lo doméstico, a lo que de niño se le impone a uno como senda por la que habría de andar siempre obediente a los designios del que llaman Padre. ¿Hasta dónde alcanza la capacidad de simplificación de algunos hombres cuando miran sólo intereses de dominio? Cómo es posible que todo un señor vicario, que con poco más puede llegar a ser obispo, habidas las influencias recabadas por su participación en la por ellos llamada Cruzada, dada su fuerte formación y su actitud beligerante para esas artes, invoque de mi palabra lo que él sabe que no existe. Ni el arrepentimiento ni Dios. Que no existe o que vete a saber si existiera para qué nos sirve a las personas un ente así de ambiguo en la lucha por la vida. Algo así tuve que decirle el día que me visitó para chantajearme una vez más. Me visitó no exento de escrúpulos y aun con el camino barrido por sus acólitos secuaces, como el sádico jesuita Vendrell que ya antes me había tomado el pulso con impúdica osadía en la enfermería del Reformatorio para Adultos de Alicante, donde me estaba muriendo. Si ya abandoné la confesión que practicaba cuando joven, ¿cómo voy a volver sobre mis propios desengaños? Bastante fue mi error con volver a este lugar donde nací y tan mal se me quiere. Este lugar de brisas y colores donde bebí la luz de la poesía al que, una vez acabada la contienda he vuelto para vivir como si tierra, y sin embargo me ofende sólo con delaciones y espinos. Sólo le ha faltado al señor Almarcha poder abofetear mi convicción, mi tozudez, según se obstinaba él en reprocharme. Pienso que sí, que en sus ojos y en su gesto intranquilo se apreciaba el deseo y la soberbia por abofetearme, y quizá lo hubiera hecho si esto sobre la cama de la enfermería hubiera estado en condiciones de soportar la fuerza de su mano, así como mi conciencia ha soportado y repelido los envites de su ira católica. «Cuando salvemos tu alma, que es lo que verdaderamente está en peligro, la enfermedad que padeces podrá curarse con la ayuda de Dios», fue su argumento más piadoso, o más despiadado, según se mire. Y Vendrell, que tampoco es moco de pavo, corroborando con su despotismo que si ellos no consiguen mi arrepentimiento no podré esperar nada de su compasión. ¡Valla compasión cristiana la de estos vencedores!

El antiguo Hospital reconvertido en la Clínica Doctor Moliner, en homenaje a su fundador






1 comentario:

Luis Quiñones Cervantes dijo...

Querido Pruden o Miguel, porque hablas en su boca y piensas con sus pensamientos. Guiño a la invención y a la investigación. Fina primera persona, que es Miguel. Me complace tu atrevimiento literario. De verdad que he alucinado leyendo esto. ¿Cuándo lo terminas? Estoy, de verdad, deseando leerlo. Muchos abrazos y todos mis ánimos para que continúes con esta hermosura.