María Zambrano, premio Príncipe de Asturias de Humanidades en 1981 y Cervantes en 1988, es una figura clave para la cultura hispánica. Discípula de Ortega y Gasset, de Zubiri y de García Morente, sintetiza la tradición filosófica occidental: la existencial, la fenomenológica y vitalista, la de Spinoza y la de los griegos, inspirada en el pensamiento de Plotino. Su afinidad con los pensadores órficos y neoplatónicos, su utilización metafórica de muchos de los grandes símbolos tradicionales la lleva a la formulación de conceptos como el de «la razón poética», que constituye uno de los núcleos fundamentales de su pensamiento. Lo que se propone no es otra cosa que la creación de la persona a partir de una metodología que se articula en torno a esa razón poética. Ser mirado sin ver, abrumado ante una realidad que permanece oculta; el ser humano, para María Zambrano, tiene la capacidad de ver a su alrededor, aunque no a sí mismo.
De su escrito Presencia de Miguel Hernández, copiamos estos dos párrafos.
Presencia de Miguel Hernández
No es el recuerdo ni nada que se refiera a la memoria de Miguel Hernández, hace ya tanto tiempo desaparecido físicamente ─realmente, según lo que suele entenderse por realidad─. Mas existen sucesos, lugares, personas que han sido reales y verdaderos. Y así, el tiempo que pasa va dejando ver su verdad realmente. Son presencias vivientes que nos acompañan, presencias reales a fuerza de verdaderas.
Miguel Hernández poeta es, y no únicamente para mí, una de esas presencias. Poeta lo era ya y como poeta lo conocí. Mas aunque no hubiese escrito una sola línea, él sería el mismo. Y ello revela su grandeza. Claro está que si ciertos seres no se hubiesen manifestado por la poesía o por alguna otra “acción” no los conoceríamos. Y al caer en la cuenta de ello se dan gracias, si antes no se hubieran dado, a esas manifestaciones vivientes que nos regalan, además del “poema”, el conocimiento, y en este caso para mí la compañía de uno de esos seres, no el único, por ventura: Miguel Hernández.
(…)
Sufridor de siglos
Descubierto e indefenso aparecía Miguel Hernández. Tenía la figura del indígena, se podía suponer que era campesino, ya que la figura de pastor anda tan lejos de la imaginación ciudadana. Mas que fuera campesino o cualquier otra cosa afín no dejaba de ser una definición para salir del paso frente a una presencia tan inédita. Era el equivalente español del indio mexicano, peruano o chileno, el sufridor de siglos contados y de los que no se cuentan. Y así tenía, como ellos, cráneo y no cabeza. El hueso pelado que ninguna cabellera hubiera podido encubrir; el cráneo modulado por “el rayo que no cesa”, del que no quieren estos seres ni podrían defenderse. Expuestos a los elementos inmemorialmente, a los de la historia también, y a los que del cielo les cae y les llueve y al sol invisible. Seres polvorientos, de polvo de la tierra y de polvo estelar que ellos no quieren quitarse de encima, hermanos de la tierra y del sol. Seres que al extinguirse se encienden.
Por sí misma, la presencia de César Vallejo se acerca a la de Miguel, con su cráneo duro todavía descarnado, más abrasado por el mismo fuego, una partícula, una, del fuego que no cesa. Cráneo y también ojos de hambre, de un hambre ancestral, el hambre original nunca aplacada, lucía en ellos dos. Un hambre sin avidez, sin apetito. El hambre de los que nunca han devorado ni saboreado manjar alguno, capaces d comer pausadamente con alegría y hasta con gloria un pedazo de pan, un tomate, y trozo de queso y hasta, inevitablemente, porque somos así, algún cabritilla en las fiestas. Un hambre hecha a no alimentarse más que de alimentos verdaderos sin guiso ni decoración y que rechaza todo nutrimento imaginario.
Y el hambre, claro, iba más honda; de lo hondo venía ese hambre. Amor sin apenas esperanza. Esa esperanza que el hambre milenaria acalla para dejar paso al amor que la nutre y despierta en calma. Y así tenía figura de esposo. De aquel que ha ido siempre a la boda como forma inmediata de la unión.
3 comentarios:
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Gracias, amigo Pruden, por regalarnos estos dos hermosos textos y por convocarnos de nuevo junto a los grandes poetas.
De María Zambrano guardo este pequeño texto que siempre ha estado conmigo en los momentos difíciles:
"Porque en el fracaso aparece la máxima medida del hombre, lo que el hombre tiene tan desprendido de todo mecanismo, de toda fatalidad, y que nada puede quitárselo. Lo que en el fracaso queda, es algo que ya nada ni nadie pueden arrebatarnos. Y este género de fracaso era entonces y sigue siendo ahora, la garantía de un renacer más completo, el que adviene cada vez que un hombre íntegro vuelve a salir al alba, al camino."
Cae suave y monótona la lluvia esta noche en Madrid, es una de esas lluvas que despierta el ánimo y lo mueve a la reflexión y la escritura. Un placer volver por tu bitácora, Pruden.
Estupendo, amigo Grice y Leech (tu apellido debe ser como el de Ortega y Gasset, ¿verdad?, estupendo que la lluvia te sea benévola y puedas escribir, y estupendo que te haya gustado desde siempre, desde que lo leyeras, el texto apasionante de María Zambrazo sobre nuestro poeta. Seguimos vivos. Un día que vaya por Madrid sería cosa de que Luis nos ayunte para tomar un café y otra taza de música, ¿no estás de acuerdo?
Pruden
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