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domingo, 28 de marzo de 2010

De Vicente Aleixandre





Veintiocho de marzo de 1942. Miguel Hernández tiene 31 años y acaba de morir a consecuencia de un asesinato a fuego lento en la cárcel de Alicante. El parte médico, rubricado por la mano oficial de sus verdugos, exhibirá que ha sido otro el motivo de su fallecimiento, por ejemplo: tuberculosis. En realidad, una enfermedad que el recluso venía padeciendo y de la que no quisieron curarlo.

Veintiocho de marzo de 2010. Sesenta y ocho años después, y justo cuando se cumplen los cien de su nacimiento, la memoria lúcida e indignada y conmovida del pueblo español alza su gesto unitario reivindicando la obra y el comportamiento digno de un hombre que será difícil mantener en el olvido.

Pese a que fue humillado, delatado y encarcelado hasta dejarlo morir, tenía muchos amigos. Uno de ellos lo era de verdad. Se llamó Vicente Aleixandre y era poeta como Miguel. Puede que incluso mejor poeta que Miguel. Este fue el canto voluntario del Premio Nobel español al enterarse de la muerte de su amigo.


En la muerte del Miguel Hernández

I

No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.

Tumba estelar que los espacios ruedas
con sólo él, con su cuerpo acabado.
Tierra caliente que con sus solos huesos
vuelas así, desdeñando a los hombres.
¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;
sólo hoy su inmensa pesantez da sentido,
Tierra, a tu giro por los astros amantes.
Sólo esa Luna que en la noche aún insiste
contemplará la montaña de vida.

Loca, amorosa, en tu seno le llevas,
Tierra, oh Piedad que, sin mantos, le ofreces.
Oh soledad de los cielos. Las luces
sólo su cuerpo funeral hoy alumbran.

II

No, ni una sola mirada de un hombre
ponga su vidrio sobre el mármol celeste.
No le toquéis. No podríais. Él supo,
sólo él supo. Carne sólo para amor. Vida sólo
por amor. Sí, que los ríos
apresuren su curso; que el agua
se haga sangre; que la orilla
su verdor acumule; que el empuje
hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto,
cuerpo noble de luz que te diste crujiendo
con amor, como tierra, como roca, cual grito
de fusión, como rayo repentino que a un pecho
total único del vivir acertase.

Nadie, nadie. Ni un hombre. Esas manos
apretaron día a día su garganta estelar. Sofocaron
ese caño de luz que a los hombres bañaba.
Esa gloria rompiente, generosa que un día
revelara a los hombres su destino; que habló
como flor, como mar, como pluma, cual astro.
Sí, esconded la cabeza. Ahora hundidla
entre tierra, una tumba para el negro pensamiento caváos,
y morder entre tierra las manos, las uñas, los dedos
con que todos ahogasteis su fragante vivir.

III

Nadie gemirá nunca bastante.
Tu hermoso corazón nacido para amar
murió, fue muerto, muerto, acabado, cruelmente acuchillado de odio.
¡Ah!, ¿quién dijo que el hombre ama?
¿Quién hizo esperar un día amor sobre la Tierra?
¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen?
¿Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres?

Tierra ligera, ¡vuela!
Vuela tú sola y huye.
Huye así de los hombres, despeñados, perdidos,
ciegos restos del odio, catarata de cuerpos
crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas.
Huye hermosa, lograda,
por el celeste espacio con tu tesoro a solas.
Su pesantez, el seno de tu vivir sidéreo
da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre
inmortales sostienes para la luz sin hombres.
Vicente Aleixandre
Madrid.

Revista de Occidente. Octubre 1974. Nº 139. HOMENAJE A MIGUEL HERNÁNDEZ.

En la muerte de Miguel Hernández lo publicó Vicente Aleixandre en 1948


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