Botticelli
Ya reverdeces, marzo, en los padrones.
Se oye el reclamo audaz de las perdices
por los trigales jóvenes. Felices
acuden al amor los corazones.
Qué ensoñación de pámpanos propones,
qué tierna ebullición de flor predices.
Acorazando sangre en las raíces
el campo se espabila en erecciones.
Arroyos como espitas, incitantes,
álamos cuya flor leve embelesa,
palomas que se buscan con arrullo.
Todo es collar de fiebre en los amantes…
Callado es el latir de la belleza.
Sonoro el palpitar, hondo mi orgullo.
Un provechoso sábado y un domingo sereno, trabajado en el huerto con la siembra tardía de las papas, caminando en paz, y sorprendido en los recuerdos de aquel joven que fui, veo los campos sumergidos por el desbordamiento del arroyo Salado. Veintiuno de marzo. Primavera. Hay aves en las charcas cuyos nombres y procedencia desconozco. Aves de colores y de pico largo que ignoran mi presencia. El silencio grande de los llanos, rodeados de cerros oscuros de olivares, arrastra el eco de unas voces lejanas.
La sensación de sentir y vivir el momento me sobrecoge en el orgullo de estar vivo, viviendo bajo el cielo de un domingo tibio, con nubes altas y grises. Estracúmulos vacíos de esplendor, sin forma y sin peligro. La mente no descansa, el recuerdo se activa y evoca un verso antiguo: Ya reverdeces, marzo…
Este soneto pertenece al poemario que titulé Patrimonio. Un conjunto de poemitas sin pies ni cabeza, es decir, sin una línea temática que los represente con mediana dignidad, que fueron redactados entre los años mil novecientos ochenta y seis y ochenta y siete. La gratitud de Manuel de César, melancólico poeta cordobés de augusta frente y verso lento, propició que se publicase en la Colección Polifemo con el seudónimo de Latino y mi apellido de estirpe cántabra.
Con algunas sustanciales modificaciones lo presento aquí para inaugurar, una vez más, la primavera.
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