Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

jueves, 18 de marzo de 2010

PUTATIVIDAD


Estimado lector o visitante: sé que estás ahí. No sé quién eres pero estás ahí, por eso te estimo. Serás joven o de mis yerbas, serás un chaval que curiosea o una chica que no se basta con las distracciones de la televisión. También podrás ser una abuela con inquietudes sobre el más allá de las paredes y rumores de su barrio o su pueblo, una mujer mayor que aprendió no hace mucho a utilizar el teclado y el ratón para asomarse al mundo de los hombres vivos que desconoce.

Yo te aprecio, estimado lector o visitante, aunque no dejes tu saludo ni tu firma u opinión, tu gusto o tu advertencia, pero haces sumar el número que refleja la expansión de mi
ombligo. Sí, porque un blog de esta índole es para su autor como su propio ombligo: se lo mira (me lo miro) a diario para comprobar si aún es redondito o si tiene mota de la camiseta o arrugas deslucidas. Y mi ombligo no percibe voces ni presencias, sino números. Números, porque así es como constata este sistema de comunicación, de creación individual, de distracción elemental o como quieras llamarlo, el modo de saber que has pasado por aquí.


No sé si te detienes a leer lo que digo a veces o lo mucho que copio de mis autores preferidos. Ya ves que este año se lo estoy dedicando a mi poeta amado, uno de mis mayores, mi padre putativo (¡qué palabra más sospechosa ante la magnificencia que contiene, ¿verdad?) En su apreciación por las palabras, no está uno libre de los prejuicios malsonantes, sin embargo, algunas de ellas nos ofrecen una carga de arroz y vida buena: putativo, padre putativo, o madre putativa. Qué chirriante impresión de baja estofa la raíz de este adjetivo amable, ¿no te parece? Por fortuna, el Diccionario nos consuela de poder usarlo con orgullo, y si conociera uno su etimología tal vez fuese mayor la complacencia, pero al oír esta palabra llena de dones y generosidad, primero piensa uno en Magdalena, la de la Biblia, que dicen que antes que santa fue bálsamo carnal para el jugo y la pasión de Jesús, al que después vienen llamando Cristo e hijo de un dios incorpóreo, no sé por qué. Veo difícil, y me parece cosa de leyenda y de mitología, que un ser que no es ser ni siquiera célula con adeene pueda engendrar un hijo. Pero en fin, no es nuestro asunto. Mas desde entonces, todos los hombres apasionados que necesitan la calma de su nervio de esponja y sangre endurecida, enhiesta, deseante, se refugian en una Magdalena cariñosa a la que la cultura cristina, mismamente, designa despectivamente como tú bien sabes. Y las otras culturas y religiones, también ofenden a las mujeres con esa palabra pura y llana que es raíz de la putatividad. (Si no existía esta palabra, ya está inventada).

Pues eso, a Miguel Hernández, el poeta de todos los timbres, motivos sensoriales, rasgos del pensamiento, actitudes humanas, de versos necesarios, provechoso católico y exaltado comunista y esposo y padre viudo, dechado de integridad, hombre infeliz y amante vulnerado, poeta genial donde las claves de la naturaleza y las vicisitudes del hombre tienen su espacio fértil, bellos paralelismos de inquietud y estética desconocidas, poesía menospreciada a veces, reconocida ya por siempre por su valor y ética, hombre de luz y de sombra, víctima al fin del odio y la tragedia; pues eso, yo le nombré mi padre putativo desde que lo conociera. Pero hube de mirar el Diccionario para estarme seguro de mi pulso.

Y por eso mismo te estimo a ti, lector o visitante anónimo, invisible, cauto, mudo, estés o no de acuerdo con mi proceder en esta lucha fácil de invocar y expandir al hombre y su obra y sus desgracias y vicios. Porque aunque no digas nada, repito, el contador (mirándome el ombligo) me aplaude silenciosamente, si bien que más bien poco para mi empeño, subiendo su registro. Te cuento, para terminar. El pasado día 15, al mirarme el ombligo, signaba 8.505 visitas, y hoy, tres días después, me cuenta 8.640. Eso da un total de 865 miradas a mi ombligo. Pero no tiene demasiada importancia si la numerosidad es pequeña o menos criatura, porque tú sabes que no lo hago (principal ni únicamente) por eso de contar y tener, sino por contar (de narrar) y caminar. Cada uno se aburre como puede, ¿no estás de acuerdo? Así que uno se encastra en esta posibilidad para su entretener y crecimiento. Como los árboles del camino. Vale.

Sonreír con la alegre tristeza del olivo

Sonreír con la alegre tristeza del olivo.
Esperar. No cansarse de esperar la alegría.
Sonriamos. Doremos la luz de cada día
en esta alegre y triste vanidad del ser vivo.

Me siento cada día más libre y más cautivo
en toda esta sonrisa tan clara y tan sombría.
Cruzan las tempestades sobre tu boca fría
como sobre la mía que aún es un soplo estivo.

Una sonrisa se alza sobre el abismo: crece
como un abismo trémulo, pero valiente en alas.
Una sonrisa eleva calientemente el vuelo.

Diurna, firme, arriba, no baja, no anochece.
Todo lo desafías, amor: todo lo escalas.
Con sonrisa te fuiste de la tierra y del cielo.


Poemas últimos (1938-1941)

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