Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

martes, 13 de abril de 2010

EL CARTEL Y LA TRISTEZA


PRIMEROS DÍAS DE UN COMBATE

[…]A la voz del comandante nos detuvimos todos. Venía la aviación enemiga y hubimos de dispersarnos por los barbechos. Las bombas llovieron sobre nosotros. Yo las veía caer tendido boca arriba y el cuerpo me rebotada en las explosiones. No sé por qué me reía de no ser dueño de mi persona, y mis carcajadas indignaron al cordobés. Se levantó escupiendo tierra y me gritó que el caso no era para risa, sino para seriedad. Los trimotores negros se alejaron estruendosamente y nuestros ojos y nuestros insultos los siguieron por el aire hasta que desaparecieron. Al mismo tiempo nos quitamos a manotazos la escarcha y la tierra que recogieran nuestras ropas.

“Prosas de la guerra”. Publicado Al ataque nº 3, del 23 de enero de 1937. M.H.


Que Miguel Hernández no era un hombre triste, ni mucho menos oscuro, lo sabemos todos los que alguna vez hemos muerto con él, tanto así como los que lo convivimos desde antiguo. Su vida desgraciada y su trágico asesinato, impulsados ambos por una especie de hagiografía mítica, nos dieron una imagen no ya triste sino sombría del hombre que mejor supo reír. Amén de que su poesía, imbricada hasta los tuétanos en su devenir perdedor, recoge íntimamente sus sentires hondos y verdaderos.

Tenemos, pues, una poesía triste de un hombre alegre.







Yo le pregunté un día de mayo a Josefina Manresa, su esposa allá en Elche, y me dijo quedamente que Miguel reía por todo y con todos. Vicente Aleixandre, que lo tuvo por hermano, resalta su alegría de joven sin complejos. (Otro día pondremos aquí su Encuentro correspondiente donde nos lo describe). María Zambrano, que no se atrevió a amarlo pero que lo quiso con sinceridad, lo recuerda riéndose de sí mismo descalzo y abandonado por María Cegarra y por los ríos. No olvidemos cómo lo evoca Neruda cantando desde los árboles y entreteniendo amorosamente a Malva Marina, aquella niña enferma que nunca fue ni ola ni perfume. Leamos sus biógrafos más lúcidos, escuchemos de ellos lo que nos transfieren de sus amigos de siempre y últimos. Leamos, en fin, su correspondencia epistolar, y principalmente, volvamos a cantar estas “coplillas”:


Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.


Es tu risa la espada

más victoriosa,

vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol.

Porvenir de mis huesos

y de mi amor.


Pero es verdad que Miguel fue a lo largo de su vida un hombre desgraciado. El hijo al que le prometía conquistar el mundo con la risa (como él mismo consiguió tantas y buenas amistades) no llegó a poder subirlo en su rodilla para hacerle el caballito.




Y antes se le había muerto el primero. Así lo llevaba entre cárcel y ausencias:


TODO ERA AZUL


Todo era azul delante de aquellos ojos y era

verde hasta lo entrañable, dorado hasta muy lejos.

Porque el color hallaba su encarnación primera

dentro de aquellos ojos de frágiles reflejos.


Ojos nacientes: luces en una doble esfera.

Todo radiaba en torno como un solar de espejos.

Vivificar las cosas para la primavera

poder fue de unos ojos que nunca han sido viejos.


Se los devoran. ¿Sabes? No soy feliz. No hay goce

como sentir aquella mirada inundadora.

Cuando se me alejaba, me despedí del día.


La claridad brotaba de su directo roce,

pero los devoraron. Y están brotando ahora

penumbras como el pardo rubor de la agonía.


Las dos fotos pertenecen al libro Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández. Ediciones de la Torre, Madrid, 1980.

"Todo era azul" aparece en Obra Completa, Espasa Calpe, 1992, con el número [127] del Cancionero y romancero de ausencias.


1 comentario:

La Cocinera Políglota dijo...

Magnífica entrada, Pruden, al igual que las anteriores.
Muchas gracias por compartirlas con nosotros. Es todo un placer leerte.

Saludos.