Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

martes, 17 de agosto de 2010

La madre apedreada







Su amigo Gustave Salces Bassecourt es un hombre desarraigado. Su padre de un país, su madre de otro; vivieron errantes, de la música o de las payasadas o de las ilusiones infinitas por diferentes mundos, vagando, acumulando fracasos y enfermedades.

Él no sabe a qué país pertenece porque nació en otro bien distinto a donde vive ahora. Lo llevaron por muchos caminos y trenes sin destino desde niño y a veces le decían que nació en aquel valle verde o en aquel otro lugar desconocido por la lluvia. Según por donde pasaban le daban cuenta de su lugar de nacimiento. Cada cual más remoto al de antes.

No lo bautizaron en ninguna iglesia y eso no le atormenta, sino el desconocer también en qué juzgado de qué municipio estará archivado, perdido o pudriéndose entre el polvo del tiempo y del olvido el papel que justifique su natalidad. Ese papel grave y solemne, minuciosamente datado, huella de la sangre y la verdad, donde por primera vez se escribe tu nombre y el nombre de tus padres. Solamente conoce con certeza, porque ellos lo afirmaban entre desgarraduras de nostalgia, que su abuelo paterno, Renedo Salces, huyó perseguido por la derrota y con él se trajo a su hijo Renedo Salces a uno de estos países donde el hambre y el frío hallaban acomodo con la resignación y las humillaciones del extranjero entregado.

Talbania, le mencionaban. Pero ¿cuál de ellas? ¿Cuántas Talbanias existirán en el imaginario de las personas sin raíces? ¿Cuántas otras han desaparecido realmente por los efectos que traen las guerras fratricidas: la destrucción de las casas, el fuego arrasador de los hogares, la muerte de los niños, el éxodo y la fuga para salvar apenas recuerdos mutilados, recuerdos en los que solo el dolor se despierta con uno. El dolor o la confusión.

Su madre,
Sakineh Bassecourt, huérfana perdida desde los catorce años cuando lapidaron a su abuela, Sakineh Mohammadi, por el horrible delito de haberse casado con un infiel. Se casó con un infiel y al perder el marido en una refriega volvió a su pueblo en las montañas de una frontera ingobernable. Se había casado con un infiel llamado Bartolomeu Bassecourt y tenía una hija de infiel y la lapidaron delante de ella misma.

Con el tiempo a la espalda y al frente la soledad suprema, Sakineh Bassecour Mohammadi, la madre de Gustave Salces Bassecourt oyó un día en una plaza de mercado a Renedo Salces hijo tocando una guitarra y cantando canciones populares que a ella le sonaron a cosa familiar y se le pegaron pronto al oído. Se le acercó con hambre y le dijo, Eso lo sé bailar yo. Bailó la muchacha harapienta y de ojos grandes y asustados y desde entonces comenzaron juntos por caminos y trenes y plazas y mercados, bajo los soportales de la indiferencia o a la intemperie de la limosna; comenzaron a caminar y en los caminos crearon el idilio de la restauración personal y del amor callado.

Cuando siendo niño Gustave miraba desde lejos el lugar que le indicaban donde él podría haber nacido, s
iempre había un desierto y un río parecido a la esperanza. Por allí cruzaban el puente de la vida sin detenerse nunca. Él se detuvo aquí cuando sus padres traspasaron la frontera sin saber que al otro lado una guerra infernal exterminaba a todos los infieles. No es que quiera echar raíces, sino ver que cuando sale a la calle los niños y los árboles son los mismos del día anterior.

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