Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

domingo, 19 de diciembre de 2010

Lo convulso y el aire del color cubano

 
Este mes de diciembre se han cumplido ocho años desde que mi esposa y yo visitamos Cuba. Fue la primera vez y, estoy por decir, la última. El país tantas veces soñado y deseado de sentir y comprender, me puso entre lo brutal y lo sensual del entendimiento. Uno no sabía a qué carta quedarse entre bellezas, sabores, pobreza y los malos olores de La Habana y de Pinar del Río, las dos ciudades que visité. Me explicaron que esos olores rancios de la calle se debían a que los conductores se meaban en el depósito del coche para que la gasolina les durase más. La mala combustión de ambos líquidos expelía la osada necesidad en gases pestilentes que abofeteaban lo que uno tiene en el organismo para seguir viviendo.

No obstante, viví la amistad de unos buenos poetas, su gran generosidad de manos pobres, la risa y la canción y el aire triste de la realidad en las casas. En las casas familiares que conocí cohabitaban al par el color chillón de la alegría y los tiznajos de la tristeza; en los bares de luces tibias no se veía claro si la cena se componía de comida o de suciedad; en las tiendas de comestibles para los cubanos vi las estanterías vacías, pero en los shops pude comprar, con dólares, dulces de España para regalar. Por su lado, la música incesante enardecía toda estancia vital, ya fueran calles caprichosas, plazas con baratijas, contemplativos turistas, mujeres deseables y oferentes con el ritmo en la huella de sus cuerpos. Al despedirnos con abrazos de veras, recité los versos Cultivo una rosa blanca de José Martí, cerca del Puerto, frente al Morro, y prometí volver. No he cumplido. La turbia sensación de respirar aquellos gases cuyo nombre no sé si existe, la visión casi continua de unos grandes pájaros negros, carroñeros, conocidos con el nombre virginal y escatológico de Aura tiñosa, el clima pegajoso que me hacía estar continuamente limpiándome el sudor  del cogote y de la frente con pañuelos, más la prohibición suprema de no fumar en los aviones, me hace el supuesto retorno más peliagudo cada año que pasa. Y el paño de la crisis.

Al poco de volver escribí un poemario que titulé Lo convulso y el aire del color cubano. De aquel imperativo esfuerzo de la experiencia y la nostalgia que seguirá inédito, probablemente como los frutos prometidos de la Revolución cubana que aún están por redimirse, ofrezco hoy aquí el poema con el que se abre el deseado libro.


¡En desiertos de tedio, un oasis de horror!  Baudelaire.

Pero la isla va, se mueve, se menea
con sus huesos metálicos, su ritmo, sus tejidos
de arena y sinsabores y engaños esparcidos
por la revolución de cada idea.

Y resiste la isla, y huele, y se codea
con la araña del mundo, constantes, pervertidos
los grandes ideales, y todos los sentidos
puestos al devenir que el tiempo orea.

Pues asunto es la isla, joya y cara
que vaiviene en el mar con su alegría,
con su antigua tragedia, con su perenne escara.

Cuba en su devenir de cielos rojos,
grito de soledad, sueño a porfía,
ya le cierren la boca, o abriendo ya los ojos.

2 comentarios:

Talbanés dijo...

Me ha gustado mucho esta entrada Pruden. El soneto también. Espero poder viajar alguna vez a Cuba. Describes muy bien esa mezcla que se debe sentir allí; alegría de vivir, pobreza..., esperemos que algún día aquel país hermano mejore en todos los sentidos. Un saludo amigo.

Prudencio Salces dijo...

Lo tiene crudo que mejore, y menos si cabe "en todos los sentidos" como deseamos, pues ya ves las recientes declaraciones de Raúl Castro, que a mi entender lo que quieren corregir es que no haya más escapes del control que ejerce sobre la población. Ojalá y me equivoque y los errores que enmienden sean de orden económico y social, paralelamente.