Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

jueves, 7 de abril de 2011

Una historia de amor sin cama, la de Machado con Guiomar



El pobre don Antonio,
viudo y catedrático e ilustre ya en su tiempo,
se sabía poeta pero amada
también el cuerpo cálido que un tiempo poseyera
en Soria y en París.
El cuerpo de Leonor, tan niña
como guapa la muestra algún retrato.
La nostalgia de aquel escaso oasis
alanceaba por doquier deseo,
sin embargo,
no era un hombre con suerte,
no sabía
seducir,
no tenía el salero, labia o duende
que su amigo Rubén, o su hermano Manuel
para con las flechitas de Cupido, dijo él mismo.
La gracia que ante el genio femenino
hace que un hombre duerma acariciado.


Pero amar, desear y sentir,
de eso no cabe duda sufría,
como cualquier nacido de su padre
y el ansia sideral en las entrañas.


De modo que ya estando
viudo y catedrático allá en Soria
se enamoró de golpe de una zorra
que fue a por él desde Madrid al alma.
Se enamoró sin darle
ni respiro ni examen al cerebro,
se enamoró de un tajo en el oído
porque necesitaba una mujer
como quien necesita una mujer
para llenar memoria y tacto y labio
de sí mismo en esencia.

Se llamaba Pilar. Poetilla con alardes,
dama de más de un cuarto,
sensual, seductora, sediciosa,
arrastraba una herida y un deseo
más temía de Dios, temía la venganza
de fuste clerical, temía
que su nombre pudiera ser amado.


Él la llamó de un modo
más gótico que erótico.


Católica y cornuda y más absurda
que se regodeaba burguésmente
de ser no más que amiga, solo amiga,
del poeta mejor de aquella España.


No puedo perdonárselo,
me decía José, el otro hermano
menor de don Antonio.

Don Antonio en los tiempos que conoció a Pilar Valderrama

Este poema pretende emular la historia de un mi amigo con una joven rubia y rica que le calentaba la bragueta. Ella tenía novio, lo tiene todavía, un novio aún más rico que ella pero le daba cordel a mi amigo recién viudo porque aquella temporada tenía contratadas más de cincuenta corridas. La prensa lo trataba con gentileza destacando su porte varonil ante las fieras cada vez que triunfaba. No sufrió ni un raguño durante tantas tardes.

¿Es bella esa mujer?, le pregunté. Mi amigo dudó unos instantes con la mirada perdida y al fin dirigió los suyos a mis ojos.

Nunca pude comprobarlo, me respondió decepcionado del recuerdo, porque jamás me mostró su corazón.

Un veintinueve de septiembre, en la última corrida de aquel verano, lo corneó un  morlaco llamado Bienvenido. De los vitorinos. Yo vi la sangre que manaba con furia de su cuerpo y le miré a los ojos apaciguados, sin dolor. De aquella tibia luz me acarició la duda que le reportara la belleza de la joven rubia.


1 comentario:

Carmela dijo...

Una respuesta amplia y contundente!
No pudo comprobar nunca si era bella ... porque jamás le había mostrado su corazón!!
Sublime!
Si no conocemos en profundidad el corazón del otro por más belleza que ostente ...no lo podemos admirar ni querer ni amar.
Supongo que el amor es una amalgama que al principio atrae la mirada ... pero no es suficiente.Detrás debe existir un corazón cuyos latidos sincronicen , alerten, complementen.
Buenísimo.
Un abrazo, Pruden.