Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

lunes, 6 de junio de 2011

EL DESIERTO. Jorge Luis Borges



Antes de entrar en el desierto
los soldados bebieron largamente el agua de la cisterna.
Hierocles derramó en la tierra
el agua de su cántaro y dijo:

Si hemos de entrar en el desierto,
ya estoy en el desierto.
Si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase.

Ésta es una parábola.

Antes de hundirme en el infierno
los lictores del dios me permitieron que mirara una rosa.
Esa rosa es ahora mi tormento
en el oscuro reino.

A un hombre lo dejó una mujer.
Resolvieron mentir un último encuentro.
El hombre dijo:
Si debo entrar en la soledad
ya estoy solo.
Si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase.

Ésta es otra parábola.
Nadie en la tierra
tiene el valor de ser aquel hombre.






Cástor Ziemssen le leyó a Kharla de Viena este poema. La primavera, insistentemente rauda entre la fresca yerba de la montaña, acorralaba al invierno y lo reducía al norte del país, donde florecen tarde los endrinos. En la vega del valle, amplio y antiguo y adobado de acueductos romanos y una ciudad imperial que los bárbaros dejaron en ruinas, las miradas de Kharla y Cástor quería atrapar la maravilla. Porque Kharla de Viena habría de partir contra la voluntad del amante. Y partir contra la fuerza de su propio amor.

Saboreaban el poema de Borges entre punzadas de felicidad y dolor, por el tiempo compartido, por la inminente separación. Viendo la invencible resolución de Kharla, que recogía prímulas azules para poner como enseña del pasado en la maleta, Cástor le preguntó:

¿Crees tú que habrá en el mundo una persona con la decisión igual a Hierocles? ¿Eres tú, Kharla, capaz de vaciar tu cantimplora para adentrarte en el desierto de la separación?

Ella dijo que no, que ningún hombre, ni ella misma podría soportar por siempre el recuerdo vacío, sabiendo que la sensación de sed no es más que la personificación de la vida que se va perdiendo.

Pero Kharla de Viena vació de su boca todos los besos, de sus brazos los abrazos, y de su corazón toda ternura adquirida; se ajustó la coraza, montó en su caballo negro y comenzó a cabalgar hasta desaparecer, para siempre, en el desierto verde de Talbania.

Como recuerdo, tan sólo le dejó el perro del olvido que, indigno, le ladra a las estrellas.

2 comentarios:

Talbanés dijo...

Que bonito Pruden, preciosa metáfora la del "desierto verde de Talbania". Enhorabuena por esta entrada. Un saludo amigo.

Prudencio Salces dijo...

Claro, el sintagma "desierto verde" se aplica a la extensión de terreno que fue arbóreo y tras su deforestación apenas produce lagartijas, ajos (si hay agua) y soledades del alma. Y en los corrales, la higuera y el granao, ya tú sabes.