Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

viernes, 19 de agosto de 2011

Húmeda vacacionalidad. IV



Dos paquetes de tabaco y los árboles diarios. ¡Qué cosa! Este momento en mí, crepuscular. Aquí, ahí, frente a la terraza del Lollipop Tabern, un barecito “inglés” cabe a la carretera, al río Pas lo acurrucan en la proximidad de la noche, también durante todo el día, los brazos protectores de los fresnos, de robles y cagigas, de los álamos múltiples, los plátanos de sombra y allá al fondo, más allá de ese muro en movimiento leve y del murmullo de las aguas, los montes de eucaliptos insistentes y las nubes hermanas; todo el día queriéndose los montes y las nubes.
¿Me merecía esto, al fin? Doy gracias por esta beatitud ajena a mi acerado agnosticismo.
No se veía la lluvia esta mañana, de madruga ya la lluvia me soñaba con suavidad de yerba próxima a mi cobija, tras la ventana abierta. No se veía caer apenas la lluvia en los manzanos del huerto, más lloviznaba. Seguía lloviznando hasta mojarme la cabeza y la ropa cuando bajé la cuestuca para tomarme el primer café, seguido del segundo tres minutos después.
¡Qué cosa, hermanos del sur! Os tengo en mi apellido y en mi recuerdo cada vez más extraño y más profundo.
Ahora anochece desde la pulcritud; los coches, entre el río y mi rioja, no cesan de rodar. También son el paisaje, mi paisaje de agosto sin Talbania, sin Montalbán de Córdoba, sin La Rambla Limosa ni Montilla y sus pámpanos, ―pánica Iberia, silo del sol, haza crujiente. Blas de Otero― y enumero los árboles, mi placer más augusto, sobre el hueso gentil de mi cuaderno.
Árboles del río Pas. ¿Y qué más, qué más? Zarzas, zarzas. La españolidad arañadora de las zarzas, siempre presente en todos los caminos, arroyos y baldíos por donde el hombre siembra el abandono. Laureles y avellanos, los juncos y los helechos, los yerbajos, espesas madreselvas y yedras que rampantes más airosas alcanzan la extensión de los chopos lúcidos, de hojas temblorosas cual los adolescentes que se abren al primer beso de amor. Por todos lados, laureles invasores, perfumados laureles …y los sauces. Ah, claro, la claridad de los sauces. Sauces como el demonio de antigüedad y resistencia, de colores diversos, distintos en el lucir de sus ramajes, de heterogéneos troncos y pecioladas sombras. ¡Los venerables sauces de Cantabria!
Sin embargo, sin querer he omitido las acacias, las hayas, la infinidad de arces y no sé cuántos más cuyos nombres no sé o habré olvidado, pero que están ahí, en ese ejército en paz de las riberas del río Pas. Oh, Pan, dios de los aqueos, cuánta belleza con nombre propio en derredor. Creo que ya voy entendiendo la proclama infinitud de Cantabria...

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