Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

domingo, 21 de agosto de 2011

Vacacionales. V

A la memoria de Jesús Cancio, Poeta del Mar
(Comillas, 1885-Polanco, 23 de agosto de 1961)


Cada 20 de agosto el matrimonio vuelve de Madrid a visitar el pueblo de sus padres. Traen sus dos hijas rubias ya mocitas, un gran ramo de flores y cinco avemarías. Tienen su hermosa casa aquí en el pueblo de la montaña, una casa heredada, registrada, reformada de piedras trabajadas y maderas nobles y cercada a cal y canto. La casa, como el coche del que se bajan y ellos mismos, sus gestos aprendidos, sus miradas de vuelo rasante, luce la ostentación y el poderío recaudado allá en Madrid. Acrecentado probablemente desde su juventud de abogados sin tacha, o constructores impolutos, o acendrados artistas de primera, o médicos sin vergüenza ni respeto por las personas que de verdad padecen y pagan la Seguridad Social. Tal vez no sean más que unos de tantos altos administrativos leales a su trabajo y dignos en su profesión. De cualquier modo, todos los 20 de agosto vuelven orgullosos, silenciosos, paradójicamente huidizos, a su rica casa del pueblo que les vio nacer.

La casa, su belleza hasta en las altas verjas que la guardan, es céntrica y respetada por todos los del lugar, aunque ellos, el matrimonio de Madrid, ya no conocen a nadie y con casi nadie se saludan. Las miradas altamente distantes; tal vez las sonrisas las guarden, o se les acabaran, viendo el Intermedio del Gran Wyoming, su programa más odiado de la televisión. Sí, la casa está cerquita de la iglesia colegiata sustentada sobre sillares y recubierta de moho y musgo oscuro que hacen de las piedras y la torre aún más venerables: delgados ventanales de colores, su primoroso retablo dentro, y ahí, en el costado izquierdo del templo, a la vista del mundo mundanal, intocable y erguido y ofendedor del tiempo transcurrido y ocurriendo, el monumento facha, franquista, victorioso. La gran cruz y, debajo, los nombres grabados con el odio endémico de aquel cincel.

A eso viene el cauteloso matrimonio de Madrid con sus hijas rubias y bonitas, con su ramo de rosas y sus avemarías entre dientes y resentido orgullo: a rezar y volver a exaltar sus Caídos por Dios y por la Patria…

No hay comentarios: