Rubén Latino Salces Valle
G.
-
Garbanzos, ahora con espinacas, viernes 3 de abril.
-
Gaga, Lady, Madonna con competencia directa.
-“Shallow”,
con Badley Cooper es más pegadiza que cualquier tema de regaeton pero mucho más
bonita. Es la canción original de la película “Ha nacido una estrella”, en la
que Lady Gaga hace de Lady Gaga. https://www.youtube.com/watch?v=JPJjwHAIny4
-“Bad
romance”, incluida en su segundo disco, 2009 (“El monstruo de la fama” ¿se
referiría a ella misma?), solo un año después del exitazo de sus inicios “Fama”
de 2008. https://www.youtube.com/watch?v=GvY-QzopiDk
El cielo lo agradece, se ve más clarito estos días,
sobre todo los que no están nublados, como hoy. Totalmente inmaculado: ni un
cumulonimbus, ni cirros, ni por supuesto, rastros de aviones. Con frecuencia
estos robustos medios de transporte voladores van dibujando, casi siempre en
blanco pero en ocasiones, al atardecer también en otros tonos pastel, una
estela de diferentes longitudes, espesores y durabilidades. Es guay cuando se
evaporan casi al instante, y cuando se cruzan dos de ellos dibujando una equis
en el horizonte, como dando por tachado el día, o cuando hay varios en la misma
dirección y apuestas a quién ganará la carrera. Seguro que los antiguos, los
campesinos y pescadores de antaño, saben identificar si va a llover o será un
día espléndido de cosecha al observar las sendas de los aviones.
La cuestión es que no hay aviones desde hace tres
semanas y madre tierra tan
agradecida.
La primera vez que cogí un avión (no sé por qué esta
expresión, con lo que pesa un avión como para cogerlo), o tomé un avión como
dicen en Argentina, porque allí para coger lo ideal es ponerse condón, fue por
mero placer, como la mayoría de los viajeros, para pasar unos días en torno al
fin de año con los amigos de Marc, el novio de nuestra amiga Carmen, que
estudió enfermería, le salió una oferta de trabajo en Tarragona y allí se quedó.
El aeropuerto está en el término municipal de Reus, que le da nombre, y a la
misma distancia de la capital tarraconense que el Park Aventura, cerca en
coche. Fue una maravilla ver el Delta del Ebro desde las alturas antes de
aterrizar.
El viaje fue peculiar, mi padre me advirtió que el
vuelo tal vez no se hiciera completo porque el billete sólo había costado cinco
euros, y con eso, poco gasoil llevaría decía el hombre. En el aeropuerto de
salida, los nervios fueron incrementándose por momentos: mi compañera de viaje
tampoco había viajado nunca y además padecía un poquito de vértigo, un poquito
de claustrofobia y un poquito de cuentitis; y yo que iba tranquilo, al ver todo
el protocolo de actuación previo al embarque, me uní al miedo escénico.
Después no fue para tanto: solo que te hacen
quitarte zapatos, cinturón y chaqueta, pero te sientes desnudo; guardar los
aparatos móviles en una bandeja diferente al resto de tus pertenencias, que
durante el tiempo que están en la cinta transportadora no son tuyas, ya que los
aeropuertos son zonas francas y para reclamar algo tendría que venir la policía
internacional; colocar los líquidos en una bolsita transparente en la que no,
eso no lo puedes meter en equipaje de mano porque es de 105 mililitros; pesar
la maleta y colocarla en una estructura metálica a modo de cajón por si algún
despistado lleva una un poquito más grande o que no encaje en las dimensiones
que a ellos les conviene para entonces cobrarte cincuenta y cinco en vez de sólo
cinco euros por el billete; y pasar por el arco metálico, con el mal rollo que
da cuando el de delante de ti pita y es porque se le ha quedado una moneda de
veinte céntimos en el bolsillo interior del pantalón.
Bueno… y llevaba unas tijeras en la maleta… que si
las quería facturar me decían. Allí se quedaron, en el contenedor aquel lleno
de botellas de agua sin empezar. Uno metros más adelante, las mismas botellas
al triple de precio. Esto de volar, mola. En la puerta de embarque hubo bronca,
un grupito de adolescentes pretendía colarse asegurando que iban todos juntos
pero sólo dos de ellos hacían la cola para descansar el resto y hacer turnos
rotativos de guardianes en pié y de caraduras sentados. El señor mayor le decía
que nanai, que si iban dos delante
suya, entraban dos, no cuatro ni cinco, que para eso llevaba él allí más de una
hora. Porque en los vuelos low cost
(bajo coste, así se denominan y por eso valía cinco euros el billete, padre),
normalmente no tienes derecho a elegir asiento.
Asiento que con suerte de que no te toque una
persona entradita en carnes o de espaldas
robustas al lado, tendrás para disfrutar durante lo que dure el viaje
con la posibilidad de inclinar las rodillas entre 45 y 90º, no podrás
estirarlas del todo a no ser que vayas de pie y entonces te des con el maletero
en la cabeza. De la parte inferior del maletero, en cuyo interior algún viajero
avispado ha conseguido meter una mochila diez centímetros más larga de lo
permitido y ahora no cierra, además de la bombillita personalizada por si
quieres leer, comer o simplemente tener luz cuando los demás descansen; está el
chorrito del aire compartido, dos para tres asientos consecutivos. O te pones
de acuerdo con el compañero de asiento, o terminas pasmao el viaje. De ahí también saldría la mascarilla en caso de
pérdida de oxígeno en la cabina y el chaleco salvavidas, en caso de que el
avión tenga algún fallo o se le agote el combustible que mi padre predecía y no
consiga aterrizar en su destino. Con suerte, dentro de la desgracia del
accidente aéreo, se cuadraría para que fuese en torno al Guadalquivir o las
Lagunas de Ruidera, que ese año llovió bastante y tenían algo de fondo; porque
en el resto del trayecto no había muchas zonas acuíferas para la maniobra de
salvamento, ni la serranía de Cazorla ni en la de Teruel.
Creo que el vuelo estaba calculado para que durase
en torno a hora y media, pero llevábamos dentro del avión, con los cinturones
bien apretaditos y los móviles apagados, “paseando” por las pistas del
aeropuerto como media hora, esperando turno para despegar, como cuando estás en
la pescadería con varios delante y ya que sabes lo que vas a pedir te lo quita
el que cogió el numerito antes que tú. Y de repente, el momento emocionantísimo
llegó cuando el bicho coge velocidad
en la recta infinita sobre las ruedecitas que parecen ridículas pero que son
más grandes que las de cualquier camión, y poco a poco (no tan poco a poco por
las caras de algunos vecinos de asiento) se va inclinando, cada vez a más
velocidad y el cuerpo se adhiere al respaldo. Espectacular. La ciencia lo que
ha conseguido.
El vuelo fue tranquilo, casi nadie se movió de los
asientos y las azafatas solo vendieron lotería, colonias, descuentos para el
parque de atracciones, tabaco de marcas que ni existen, el reloj de Brad Pitt y
el momentazo del dutty free shop.
Como era un vuelo corto, no había menú, pero si tiempo para un snack. El
presupuesto de veinte euros nos daba para elegir entre kit kat o agua. Menos
mal que era hora y media de vuelo, sino pasan con biblias y pistolas también.
Un entrañable viaje, lo repetiré en cuanto que pueda.
Luego la bajada del avión no fue como imaginaba.
Había visto una foto de Marilyn Monroe en las escalerillas, bajando con esa
sensualidad que le caracterizaba, sin posar y salía perfectamente, como en
todas sus fotografías. El fotograma era en blanco y negro, de los años 50, pero
ella desprendía brillo, color y calor. Y no fue lo mismo, al bajar nosotros nos
tuvimos que amontonar en la fila, dar codazos para salir y para meternos en el
bus lanzadera y por fin, ya estábamos en tierra firme.
Igual aquel avión de Marilyn no era de bajo coste. M
No hay comentarios:
Publicar un comentario