Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

miércoles, 24 de junio de 2020

De MÁLAGA A BARCELONA POR CINCO EUROS

Rubén Latino Salces Valle


G.
- Garbanzos, ahora con espinacas, viernes 3 de abril.
- Gaga, Lady, Madonna con competencia directa.
-“Shallow”, con Badley Cooper es más pegadiza que cualquier tema de regaeton pero mucho más bonita. Es la canción original de la película “Ha nacido una estrella”, en la que Lady Gaga hace de Lady Gaga. https://www.youtube.com/watch?v=JPJjwHAIny4
-“Bad romance”, incluida en su segundo disco, 2009 (“El monstruo de la fama” ¿se referiría a ella misma?), solo un año después del exitazo de sus inicios “Fama” de 2008. https://www.youtube.com/watch?v=GvY-QzopiDk
El cielo lo agradece, se ve más clarito estos días, sobre todo los que no están nublados, como hoy. Totalmente inmaculado: ni un cumulonimbus, ni cirros, ni por supuesto, rastros de aviones. Con frecuencia estos robustos medios de transporte voladores van dibujando, casi siempre en blanco pero en ocasiones, al atardecer también en otros tonos pastel, una estela de diferentes longitudes, espesores y durabilidades. Es guay cuando se evaporan casi al instante, y cuando se cruzan dos de ellos dibujando una equis en el horizonte, como dando por tachado el día, o cuando hay varios en la misma dirección y apuestas a quién ganará la carrera. Seguro que los antiguos, los campesinos y pescadores de antaño, saben identificar si va a llover o será un día espléndido de cosecha al observar las sendas de los aviones.
La cuestión es que no hay aviones desde hace tres semanas y madre tierra tan agradecida.
La primera vez que cogí un avión (no sé por qué esta expresión, con lo que pesa un avión como para cogerlo), o tomé un avión como dicen en Argentina, porque allí para coger lo ideal es ponerse condón, fue por mero placer, como la mayoría de los viajeros, para pasar unos días en torno al fin de año con los amigos de Marc, el novio de nuestra amiga Carmen, que estudió enfermería, le salió una oferta de trabajo en Tarragona y allí se quedó. El aeropuerto está en el término municipal de Reus, que le da nombre, y a la misma distancia de la capital tarraconense que el Park Aventura, cerca en coche. Fue una maravilla ver el Delta del Ebro desde las alturas antes de aterrizar.
El viaje fue peculiar, mi padre me advirtió que el vuelo tal vez no se hiciera completo porque el billete sólo había costado cinco euros, y con eso, poco gasoil llevaría decía el hombre. En el aeropuerto de salida, los nervios fueron incrementándose por momentos: mi compañera de viaje tampoco había viajado nunca y además padecía un poquito de vértigo, un poquito de claustrofobia y un poquito de cuentitis; y yo que iba tranquilo, al ver todo el protocolo de actuación previo al embarque, me uní al miedo escénico.
Después no fue para tanto: solo que te hacen quitarte zapatos, cinturón y chaqueta, pero te sientes desnudo; guardar los aparatos móviles en una bandeja diferente al resto de tus pertenencias, que durante el tiempo que están en la cinta transportadora no son tuyas, ya que los aeropuertos son zonas francas y para reclamar algo tendría que venir la policía internacional; colocar los líquidos en una bolsita transparente en la que no, eso no lo puedes meter en equipaje de mano porque es de 105 mililitros; pesar la maleta y colocarla en una estructura metálica a modo de cajón por si algún despistado lleva una un poquito más grande o que no encaje en las dimensiones que a ellos les conviene para entonces cobrarte cincuenta y cinco en vez de sólo cinco euros por el billete; y pasar por el arco metálico, con el mal rollo que da cuando el de delante de ti pita y es porque se le ha quedado una moneda de veinte céntimos en el bolsillo interior del pantalón.
Bueno… y llevaba unas tijeras en la maleta… que si las quería facturar me decían. Allí se quedaron, en el contenedor aquel lleno de botellas de agua sin empezar. Uno metros más adelante, las mismas botellas al triple de precio. Esto de volar, mola. En la puerta de embarque hubo bronca, un grupito de adolescentes pretendía colarse asegurando que iban todos juntos pero sólo dos de ellos hacían la cola para descansar el resto y hacer turnos rotativos de guardianes en pié y de caraduras sentados. El señor mayor le decía que nanai, que si iban dos delante suya, entraban dos, no cuatro ni cinco, que para eso llevaba él allí más de una hora. Porque en los vuelos low cost (bajo coste, así se denominan y por eso valía cinco euros el billete, padre), normalmente no tienes derecho a elegir asiento.
Asiento que con suerte de que no te toque una persona entradita en carnes o de espaldas  robustas al lado, tendrás para disfrutar durante lo que dure el viaje con la posibilidad de inclinar las rodillas entre 45 y 90º, no podrás estirarlas del todo a no ser que vayas de pie y entonces te des con el maletero en la cabeza. De la parte inferior del maletero, en cuyo interior algún viajero avispado ha conseguido meter una mochila diez centímetros más larga de lo permitido y ahora no cierra, además de la bombillita personalizada por si quieres leer, comer o simplemente tener luz cuando los demás descansen; está el chorrito del aire compartido, dos para tres asientos consecutivos. O te pones de acuerdo con el compañero de asiento, o terminas pasmao el viaje. De ahí también saldría la mascarilla en caso de pérdida de oxígeno en la cabina y el chaleco salvavidas, en caso de que el avión tenga algún fallo o se le agote el combustible que mi padre predecía y no consiga aterrizar en su destino. Con suerte, dentro de la desgracia del accidente aéreo, se cuadraría para que fuese en torno al Guadalquivir o las Lagunas de Ruidera, que ese año llovió bastante y tenían algo de fondo; porque en el resto del trayecto no había muchas zonas acuíferas para la maniobra de salvamento, ni la serranía de Cazorla ni en la de Teruel.
Creo que el vuelo estaba calculado para que durase en torno a hora y media, pero llevábamos dentro del avión, con los cinturones bien apretaditos y los móviles apagados, “paseando” por las pistas del aeropuerto como media hora, esperando turno para despegar, como cuando estás en la pescadería con varios delante y ya que sabes lo que vas a pedir te lo quita el que cogió el numerito antes que tú. Y de repente, el momento emocionantísimo llegó cuando el bicho coge velocidad en la recta infinita sobre las ruedecitas que parecen ridículas pero que son más grandes que las de cualquier camión, y poco a poco (no tan poco a poco por las caras de algunos vecinos de asiento) se va inclinando, cada vez a más velocidad y el cuerpo se adhiere al respaldo. Espectacular. La ciencia lo que ha conseguido.
El vuelo fue tranquilo, casi nadie se movió de los asientos y las azafatas solo vendieron lotería, colonias, descuentos para el parque de atracciones, tabaco de marcas que ni existen, el reloj de Brad Pitt y el momentazo del dutty free shop. Como era un vuelo corto, no había menú, pero si tiempo para un snack. El presupuesto de veinte euros nos daba para elegir entre kit kat o agua. Menos mal que era hora y media de vuelo, sino pasan con biblias y pistolas también. Un entrañable viaje, lo repetiré en cuanto que pueda.
Luego la bajada del avión no fue como imaginaba. Había visto una foto de Marilyn Monroe en las escalerillas, bajando con esa sensualidad que le caracterizaba, sin posar y salía perfectamente, como en todas sus fotografías. El fotograma era en blanco y negro, de los años 50, pero ella desprendía brillo, color y calor. Y no fue lo mismo, al bajar nosotros nos tuvimos que amontonar en la fila, dar codazos para salir y para meternos en el bus lanzadera y por fin, ya estábamos en tierra firme.
Igual aquel avión de Marilyn no era de bajo coste. M


No hay comentarios: