Setenta
primaveras y un verano
se
han pasado en un año y un minuto
de
ensueño, peregrino, diminuto
como
el amor sin alma crece en vano.
Setenta
tropezones, más que humano
el
afán de batirse cual tributo
en
un río mayor, mas en lo bruto
de
un cuerpo sedentario y de secano.
Setenta
inviernos largos y una espera
tremenda
en una lucha si perdida
apenas
comenzado en el querer.
Setenta
otoños cándidos de fiera
y
un negro atardecer de impura vida
que
esperan de la vida el fenecer.
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