Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

domingo, 28 de noviembre de 2010

Este es un cuento sencillo, pequeño, sin ilustración alguna, sobre un hombre que es pintor y una mujer a la que le gusta mucho la pintura. Son pareja desde… creo que hace por lo menos quince años. Son ya personas mayores, de esos que han pasado los cuarentas, ¿sabes?, y él gana bastante dinero con los cuadros que pinta y de eso viven. Vivían bien, felices, hasta hace unos días. Él estuvo a punto de pegarla y desde entonces ya no son una pareja feliz.

Ella ni mucho menos quería igualarse al hombre, pero le gusta tanto la pintura que se ha gastado mucho dinero en hacerse con lienzos, caballetes, pinturas de todas clases y pasaba más tiempo en esa habitación que en ningún otro lugar de la casa. El hombre, como es pintor desde siempre, tiene su propio estudio. Lo que ocurre es que, desde que ella le dio por pintar, comen peor, ¿sabes? Y algunos días tenían que salir y había camisas y pantalones sin planchar. ¡El pintor le hacía unos mohines a su mujer!...

Al principio ella copiaba los cuadros famosos y otros que también le gustaban mucho, pero un día vio una película que se llama Solas, esa de Benito Zambrano, ¿la conoces?, y se le ocurrió pintar al marido viejo que era muy gruñón. Pensaba ella que le sería fácil, pero tuvo que despreciar por lo menos diez bocetos a lápiz y tres telas porque no terminaba de gustarle lo que hacía. Se compró la película para recrearse en su modelo, a ver si así le salía mejor, porque hasta entonces lo intentaba de memoria. Y, claro, de memoria es tan difícil pintar como andar como los ojos tapados, le dijo su marido. Pero también le dijo que se estaba obsesionando con ese cuadro, que obsesionado no se puede pintar bien porque la obsesión es como la embriaguez, que te nubla el entendimiento. Eso le decía el marido un día y otro, cuando la veía tan dedicada a su nueva labor.

Pero lo estaba consiguiendo. En el cuarto lienzo el retrato del viejo gruñón le salía mejor, al gusto de ella. Pienso que hasta se estaba enamorando de su cuadro, de tan bonito como lo veía. Y eso que era un viejo gruñón lo que pintaba, pero los colores que conseguía con las mezclas le parecían notas musicales y se sentía muy feliz. Como volando, como si los colores la tuvieran en volandas.

El cuadro del viejo gruñón no estaba terminado del todo cuando entró el pintor en la habitación donde pintaba la mujer. Lo miraba una vez y otra al principio sin decir nada, pero al rato se puso violento. ¿Pero es que te vas a volver loca, o qué? Aquí ya ni comemos, ni hablamos, ni salimos ni nada. Tú siempre pintando tu cuadro y a mí que me jodan, ¿no?

Ella siguió a su aire y apenas le dijo al pintor que en ese momento no lo podía dejar, que se encontraba muy a gusto. Se lo dijo sin ni siquiera darse media vuelta para mirarlo, ¿sabes?, y eso parece que le disgustó mucho. Bueno, más que disgustarlo, que lo encolerizó, porque ni corto ni perezoso, sin detenerse a pensar en lo que estaba haciendo ella, la cogió del brazo con tal brusquedad que le tiró la paleta al suelo. ¡A ver si me miras para hablarme!, dicen que le dijo. Ella se puso a llorar pero no le contestó nada. ¿Es que no lo vas a dejar nunca? ¿Crees que estás haciendo la obra del siglo con ese masacote de colores incomprensibles?, le gruñía sin parar el hombre. Sin responderle ahora tampoco nada, la mujer, que se llama Kati y no me he acordado de decírtelo, recogió su paleta y sus colores y los pinceles, que todo había caído revuelto por el suelo, y se disponía a seguir pintando.

Entonces fue cuando él la zarandeó con más violencia que antes diciéndole cosas y ella trastabilló y se calló al suelo. Se rompió un tobillo y en un codo se le hizo una herida que le sangraba y en una mejilla le resaltaba un moretón muy feo. Se curó la herida, pero por lo del tobillo y lo otro se dirigió al médico y le contó cómo le había pasado. El médico la comprendió y le ayudó a presentar la denuncia.


* * *
Dedicado a las mujeres que no se callan ni soportan el maltrato físico ni el acoso psíquico. 
Porque una cosa es la masculinidad y otra la violencia.

1 comentario:

Carmela dijo...

Excelente!
No existe justificación para la violencia.
La violencia de género es común en estos tiempos.
En determinados casos las mujeres no denuncian el maltrato ( físico o psíquico) porque carecen de independencia económica y tienen hijos pequeños.
De todas maneras deberíamos inculcar en la sociedad que nadie tiene derecho a maltratar a otro.
Me hiciste recordar , a través de tu narrativa una frase , cuyo autor no recuerdo :
"La primera vez que me lastimes ... la culpa será tuya.
La segunda vez que me lastimes ... la culpa será mía."

Estoy buscando las cartas de Miguel y voy leyendo por el camino tus interesantes e ilustrativos escritos.
Me detengo en la marcha...
Abrazos !