Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Mis primeras lecturas


Por la salida sur del pueblo, en una ampliación de la vereda, estaba el vertedero municipal. Antes todos los residuos iban a parar al muladar que había en el corral de cada casa. Allí se pudrían, mezclados con las defecaciones de los animales, y con el tiempo se hacía estiércol. En nuestra casa, como había mulos y bastantes cabras, se sacaba cada año una buena cantidad de estiércol que se utilizaba tanto para abonar los olivos como para venderlo cuando sobraba. Todos los años sobraba porque los olivos no eran muchos: apenas una hectárea en la que había sembrados tan solo 52 ejemplares de diversa especie. Igual los había hojiblanca como picual y lechines. No se obtenía una gran producción de aceituna, pero la suficiente para producir el aceite que se consumiera en la casa para todo el año. Pero llegó el tiempo de recoger la basura con un carro tirado por un mulo. Una modernidad. No se utilizaban bolsas de plástico entonces. Los residuos, tanto biológicos como materiales, se echaban en un cubo grande que se dejaba a la puerta de la casa y el basurero los iba vertiendo sobre el carro. Así se pasaba el día entero, recogiendo los cubos de todas las calles y dando viajes al vertedero. Como quiera que el vertedero era tan solo un montón de sobrantes de todo tipo y estaba a campo abierto, los días que hacía viento se cubría la vereda de periódicos y de hojas sueltas de todo tipo. Hasta una carta me encontré una vez. Una carta de una novia a su novio en la que no le hablaba de amor, sino de cosas referentes al melonar desde donde se la escribiera. Por lo tanto, lo más provechoso que yo sacaba de aquel vertedero eran los periódicos. Los periódicos viejos que yo recogía del vertedero municipal fueron de gran ayuda para mis inicios de cabrero, pues todos los días salía por esa vereda con la piara de cabras a carearlas por los padrones en invierno y primavera y por los rastrojos durante el verano. De esos periódicos, o en ocasiones solo hojas sueltas, aprendí grandes cosas de las que no pude instruirme en la escuela ni en instituto alguno. Ahora que lo pienso, tal vez de esa curiosidad mía por leer los periódicos viejos, junto con unas revistas católicas (cuyo nombre no recuerdo) que mi hermano Valentín traía del seminario donde estudiaba, fueran la espita que despertó mi interés por la literatura. Por aquellas fechas de mi adolescencia yo tenía mucho respeto por todo lo escrito, pero en mi casa no había libros, excepto un Quijote resumido, tal vez con destino a escolares. Dudo que mi padre comprase ese libro, y se me ocurre pensar que tal vez lo comprara mi hermano el mayor, Currito, que al parecer fue un joven aplicado. Por supuesto que esa edición incompleta del Quijote la conservo yo. También recuerdo que en la casa había una historia novelada del bandolero José María el Tempranillo. Pero ese librito se perdió.
            Pues bien, siguiendo con los periódicos que recogía del vertedero municipal que estaba al lado de la vereda, en un lugar llamado La cuesta blanquilla, yo leí artículos del ABC tanto de José María Pemán como de Azorín. No recuerdo bien si a Azorín lo leí en ese diario, pero sí que de él leí por primera vez algo sobre el estilo en la literatura. Y eso me llamó mucho la atención: que para escribir había que tener estilo. Yo leía por igual las páginas que hablaban de política como las de cultura, que eran menos, pero que a mí me sustanciaban más que las primeras. Leía las noticias igual que las críticas a libros. Esto último creo recordar que era lo que más llamaba mi atención: el conocer nombres de escritores y aprenderme los títulos de sus libros. Libros que no podría leer de ningún modo, pues ni tenía dinero para ello ni en el pueblo había librería alguna. Lo que ocurrió fue que de mis hermanos mayores, que antes que yo habían vendido la leche, aprendí a sisar algunas pesetas diarias de esa venta que se realizaba por las mañanas. Era lo primero que hacía todos los días apenas me levantaba, ordeñar y vender la leche en presencia de las mujeres que iban a comprarla a nuestra misma casa. Como quiera que las puertas de la calle se abrían apenas se levantaban mis padres, recuerdo que el primer cliente todos los días era un viejo impaciente que se ponía al pie de la escalera que daba a la cámara donde yo dormía y todos los días me echaba la misma monserga para que me levantara, que no era otra que el siguiente refrán: Al hombre pobre la cama se lo come. De modo y manera que como mi hermano Gaspar o mi hermano Ángel me advirtieron, yo podía quedarme con algunas pesetas cada día y así tener mis propios ahorros. Mi madre no las echaría de menos, aunque si lo notaba nunca me dijo nada al respecto. Y con esos ahorrillos, fue como comencé a comprarme algún que otro libro.

3 comentarios:

Eduardo Moyano Estrada dijo...

Recuerdos escritos con sencillez y con una gran hermosura literaria. En línea con algunas cosas que dices, yo recuerdo de niño, cuando al final del almuerzo, llegaba a mi casa una chica, Carmen se llamaba, a recoger en un cubo los restos de comida para alimentar al cochino que cebaba en su casa. Cuando llamaba cada día a nuestra puerta, corríamos adonde estaba mi madre y le decíamos "Mamá, es Carmen la de los desperdicios". En aquella época, prácticamente todos los restos eran orgánicos, ya que no había plásticos, ni bolsas, ni latas,...

Unknown dijo...

Supongo que sabes cuánto me alegro de volverte a leer. No puedes o no debes dejar a tus lectores sin estas entradas, igual que tu no podías dejar de leer por aquella época todo lo que caía en tus manos...

Alfon dijo...

Soy Alfonsa, no Unknown. Se ve que no he puesto bien mi identidad, perdón.