Cuando dijo ¡basta!,
comenzó a escribir. Pero ya había fotografiado todas las formas de la vida y la
vida se le hizo inextricable. Él, tal vez, no se daba cuenta, pero dejaba
impresas ventanas y humaredas, todo lo que una cámara de hacer fotos pueda captar,
hasta el alma de las cosas y el ser de las personas.
Ya había retratado personas y personajes, paisajes y
animales, cabriolas de copas rotas, gatos de pose prodigiosa. En fin, la cámara
le servía para dejar plasmado un mundo de extremas convivencias.
Antes, o mientras tanto, había sido pintor con entusiasmo.
De una víctima mía que leyó en un cuento me retrató llorando. Un cuadro que
conservo como la afirmación de una amistad. Comprendió que no se puede ir por
la vida con un estigma a cuestas, y así me lo dio a entender. Por eso cogió la
cámara de hace fotos para elevarse sobre el estatismo y la quietud de las
formas.
Pero llegó un momento y dijo basta, hasta aquí las poses
predispuestas y las sonrisas sin aire, hasta aquí los gatos y ventanas que
tanto bien le dieron, hasta aquí el discurrir de las fuentes que no producen
sonido. Y entonces cogió un lápiz y un cuaderno.
Casi sin darse cuenta, como el que sale a buscar espárragos
trigueros, comenzó su nueva andadura artística: escribir sobre todos los rollos
que ha tirado. Y tras un largo periodo de pensamiento e inspiración, escudriñó
en su propia biografía de fotógrafo. Y de ahí, sin sentimentalismo ni lluvia
sucia, se recrea en una especie de arrepentimiento existencial, en una suerte
de memoria sin futuro, en un tiempo bendecido por la felicidad de la nada.
Escribir pequeños apuntes sobre su tiempo de fotógrafo lo ha
conducido a otro tiempo en el que revela lo ya revelado en la cámara oscura.
Una predisposición de artista sin horizonte ni prejuicio airado. Ni aireado,
diría él mismo. Una combinación de teselas emocionantes fue saliendo con
sencillez del lápiz al cuaderno íntimo. Pensamientos sinceros que conmueven
aunque no te detengas en sus tripas. Porque, hasta en el más nimio apunte, hay
un regusto de poesía rebelde. Una sinceridad sobre el tiempo pasado captando lo
posible y lo deseado. Pues que todo el tiempo dedicado a fotografiar lo
palpable y contundente, se revuelve en el Último
rollo de Rafael Aguilar como un arrepentimiento sin resabios ni disculpas.
Tan solo las verdades que su cámara diera a la realidad, pero superando las
palabras a las imágenes que la memoria ya no pueden retener.
Último rollo,
una celebración de ironías y consignas que su autor quiere compartir con los amigos,
sin pretensión ni alardes de escritor en ciernes, tan solo con la nada de
recuerdos hermosos, y a veces tristes. Porque la tristeza también es un
componente de las figuraciones fotogénicas.
3 comentarios:
Me gustó el libro,buen comienzo para el escritor en esta faceta. Se espera un segundo libro?
Genial tu. Genial talbania. Algun dia te contaré algo de kulili. Bienvenido a la locura de escribir.
Espero,deseo encontrarme con tus palabras y contigo amigo
el tiempo es de metraje corto y quedan tantas cosas pendientes...incluso leerlas
Besos
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