Sábado cinco de julio. Mil novecientos ochenta y seis. No sabemos si fue un designio de los astros, un jugueteo de los dioses o la consecuencia macabra y turbulenta, generosa y añil de los hálitos ebrios del verano. Historia, anécdota y algarabía concurrieron de casa y casa y por las tabernas en una conmoción confusa por los sucesos dispares, pocas veces vividos, sufridos y celebrados al mismo tiempo en un pueblo pequeño. La crónica, con el título a medias entre película de amor y novela policíaca de Un sábado demasiado cálido, aparece anónima en el único periódico local, ese que solo ve la luz una vez al año y que no tiene nombre particular, sino el genérico de Revista de Feria. Con fidelidad por la memoria se reescribe después de que las aguas dislocadas de aquel tiempo discurren ya por sus cauces naturales. Dice así.
Ese nombrado día, sobre las ocho y media de la mañana, murió de un navajazo un hombre. Vivía en un pueblo más grande que está por donde el río se ensancha, igual que su agresor y eran cuñados ambos. El muerto y el matador eran cuñados y los dos habían nacido aquí, donde tienen familia y deudos y amistades, dueños de alguna hacienda por la que discutieron sobre lindes y achaques. Esa discusión, se comenta, dio lugar a la reyerta pero que no fue la única ni la primera que habían tenido estos dos hombres. Que la cosa venía de atrás y que el que resultó muerto era un individuo que para qué, y que el que le dio muerte parecía no haber roto nunca un plato pero se ve que caída la última gota que colma el vaso rompió toda la vajilla de una vez. Reminiscencias cainitas, posiblemente, de la sangre injuriada en un amanecer andaluz de
Pocas horas después de correr la noticia como una polvareda zigzagueante y triste, dice literalmente el anónimo cronista, otra sorprendente noticia agitaba las arterias humanas del pueblo:
Nosotros hemos constatado los dos casos, pues fueron registrados en el diario de la provincia pocos días después; el luctuoso, en la página de sucesos y el de la lluvia de millones, con grandes titulares, en la primera dedicada a los pueblos, por lo que apareció escrito en las letras de imprenta de un periódico de tirada amplia, y por primera vez en la historia, la existencia real, y desde entones mediática, de Talbania.
Las sorpresas son esas, pero los acontecimientos del día no se detuvieron en un homicidio extraño y en una casual fortuna, sigue narrando ardoroso el cronista anónimo de
Pero también aquel día de julio, nos informa finalmente el cronista, una nueva criatura nació a la agitación del pueblo. A ese bebé no se cita con nombre, porque aún no lo tendría, en la nómina de tanto lagareo. Solo hubiera hecho falta, concluye con cierto aire de jocosidad, que ese mismo sábado de hubiese inaugurado la piscina municipal, cuya puesta en práctica llevamos ya tres años esperando, o que cayera otra tormenta de similares magnitudes y desastres como aquella tan legendaria del Cirujano(*), de la que nos cuentan los viejos como cosa de fábula.
3 comentarios:
(Sobre el post anterior: El rey que rabió)
Bien, amigos, pienso que con el gracejo de Quiñones, con el conmovedor poema de Ana, con las pullas de acá y de acullá, es decir de Miguel Ángel y de Antonio, que nos conducen a la reflexión podemos dar por zanjado este asunto que se sale de nuestros límites. Pruden se empeñó en poner ese post, que indecentemente ya había publicado en otro foro (lo que es como decir que "ha perdido los papeles")pero he aquí que seguimos con lo nuestro. Gracias a todos.
Cuanto más descubro estas 'Historias de Talbania', más recuerdo aquella 'Celtiberia Show' de mi querido Luis Carandell. Al igual que él sois capaces del más alto humor e ironía y, al mismo tiempo, la mayor consideración y ternura. Escaparate de hazañas, andanzas, milagros, ejemplos, decires, gracias, desgracias, ocios y negocios de los pobladores de Talbania de ayer y hoy.
Me lo he pasado en grande leyendo este último relato. No sé por qué pero como un 'flash' me ha venido a la mente aquellas abuelas de Puerto Urraco subidas en el tren.. ¿Será que aquellos acontecimientos también se produjeron durante los días de las canículas, alrededor de unos 212º Farenheit a la sombra?
Un saludo
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