Evgueni Stuchenko: A la izquierda muchachos, a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuest

sábado, 17 de noviembre de 2007

Fahrenheit 212



Sábado cinco de julio. Mil novecientos ochenta y seis. No sabemos si fue un designio de los astros, un jugueteo de los dioses o la consecuencia macabra y turbulenta, generosa y añil de los hálitos ebrios del verano. Historia, anécdota y algarabía concurrieron de casa y casa y por las tabernas en una conmoción confusa por los sucesos dispares, pocas veces vividos, sufridos y celebrados al mismo tiempo en un pueblo pequeño. La crónica, con el título a medias entre película de amor y novela policíaca de Un sábado demasiado cálido, aparece anónima en el único periódico local, ese que solo ve la luz una vez al año y que no tiene nombre particular, sino el genérico de Revista de Feria. Con fidelidad por la memoria se reescribe después de que las aguas dislocadas de aquel tiempo discurren ya por sus cauces naturales. Dice así.

Ese nombrado día, sobre las ocho y media de la mañana, murió de un navajazo un hombre. Vivía en un pueblo más grande que está por donde el río se ensancha, igual que su agresor y eran cuñados ambos. El muerto y el matador eran cuñados y los dos habían nacido aquí, donde tienen familia y deudos y amistades, dueños de alguna hacienda por la que discutieron sobre lindes y achaques. Esa discusión, se comenta, dio lugar a la reyerta pero que no fue la única ni la primera que habían tenido estos dos hombres. Que la cosa venía de atrás y que el que resultó muerto era un individuo que para qué, y que el que le dio muerte parecía no haber roto nunca un plato pero se ve que caída la última gota que colma el vaso rompió toda la vajilla de una vez. Reminiscencias cainitas, posiblemente, de la sangre injuriada en un amanecer andaluz de 32 ºC. La insidia o el motivo, el desenlace del homicidio en fin, con sus pormenores declarados, sin duda habrán quedado en los anales de la jurisprudencia, pues que aquí se recuerda solo lo inaudito del hecho. El acto se cometió sobre sus mismas tierras, allá en el campo solo, y no hubo más testigos ni más pruebas que un cuerpo ya sin vida y la confesión inmediata de quien se la quitó con navaja cortijera. ¿Desde cuándo ese modo de morir o matar no había sucedido aquí, en este pueblo tranquilo y olvidado de Dios? Se cuenta que al proclamarse la primera República en 1873, un exaltado disparó su escopeta matando al boticario. Se supone que serían de ideas y de clases frontales, pero de un navajazo y entre miembros del mismo clan no alcanzan los recuerdos. Fue por tanto un asunto que esparció su inquietud sobre la población que no entendía mucho tan temprano.

Pocas horas después de correr la noticia como una polvareda zigzagueante y triste, dice literalmente el anónimo cronista, otra sorprendente noticia agitaba las arterias humanas del pueblo: la Lotería Nacional se dejaba caer con el suculento regalo de 170 millones de pesetas. ¿Quién no se siente alterado con un regalo así, aunque esté conmovido por una desgracia tan en carne viva? La desgracia era vecina pero ajena, por lo que el pueblo ya escandalizado se exaltó por la segunda noticia aún más que por la primera, que fue de sobresalto, pero esta corrió regocijándose por todas las esquinas del verano encendido. El propio cronista parece querer transmitir el entusiasmo popular subrayando que a un obrero agrícola, llamado Fulano de Tal, le han correspondido nada menos que ¡cien millones! de pesetas ─repite─, debido a la gracia de una bola especial que suele dar esas alegrías. Pero los afortunados fueron muchos otros jugadores que se repartieron el resto del pimporretazo de millones. Un clavo saca a otro clavo, suele decirse. Tampoco nunca había gozado el pueblo de un maná de números tan largos.

Nosotros hemos constatado los dos casos, pues fueron registrados en el diario de la provincia pocos días después; el luctuoso, en la página de sucesos y el de la lluvia de millones, con grandes titulares, en la primera dedicada a los pueblos, por lo que apareció escrito en las letras de imprenta de un periódico de tirada amplia, y por primera vez en la historia, la existencia real, y desde entones mediática, de Talbania.

Las sorpresas son esas, pero los acontecimientos del día no se detuvieron en un homicidio extraño y en una casual fortuna, sigue narrando ardoroso el cronista anónimo de la Revista de Feria. A esos dos acaecimientos que por sí solos ya son demasiado cálidos para un pueblo que «vive sus amores en la aventura de producir y vender ajos y melones» (le subió la poética rural), se sumaron otros aconteceres (sic) en los que la congregación ha de participar a su modo y manera. Todo en el mismo día, bajo el mismo calor de julio aunque en horas distintas, espaciadas las calles y con protagonistas diferentes. Por la mañana se dio sepultura a una anciana llamada Dolores Pérez Río (eso debiera ser disimulando el jolgorio de la lotería y comentando sotto voce el crimen) y por la tarde se casaron los jóvenes Antonia Moreno Pérez y Bartolomé Muñoz Jiménez, porque el amor no tiene espera ni lugar ni orden ni recato y todo lo demás le suena a flauta.

Pero también aquel día de julio, nos informa finalmente el cronista, una nueva criatura nació a la agitación del pueblo. A ese bebé no se cita con nombre, porque aún no lo tendría, en la nómina de tanto lagareo. Solo hubiera hecho falta, concluye con cierto aire de jocosidad, que ese mismo sábado de hubiese inaugurado la piscina municipal, cuya puesta en práctica llevamos ya tres años esperando, o que cayera otra tormenta de similares magnitudes y desastres como aquella tan legendaria del Cirujano(*), de la que nos cuentan los viejos como cosa de fábula.

(*) Para saber sobre la tormenta del Cirujano, ver la entrada Chozos de punta en La república hablanera. O preguntar a los mayores

3 comentarios:

Anónimo dijo...

(Sobre el post anterior: El rey que rabió)
Bien, amigos, pienso que con el gracejo de Quiñones, con el conmovedor poema de Ana, con las pullas de acá y de acullá, es decir de Miguel Ángel y de Antonio, que nos conducen a la reflexión podemos dar por zanjado este asunto que se sale de nuestros límites. Pruden se empeñó en poner ese post, que indecentemente ya había publicado en otro foro (lo que es como decir que "ha perdido los papeles")pero he aquí que seguimos con lo nuestro. Gracias a todos.

miguelangel dijo...

Cuanto más descubro estas 'Historias de Talbania', más recuerdo aquella 'Celtiberia Show' de mi querido Luis Carandell. Al igual que él sois capaces del más alto humor e ironía y, al mismo tiempo, la mayor consideración y ternura. Escaparate de hazañas, andanzas, milagros, ejemplos, decires, gracias, desgracias, ocios y negocios de los pobladores de Talbania de ayer y hoy.

Me lo he pasado en grande leyendo este último relato. No sé por qué pero como un 'flash' me ha venido a la mente aquellas abuelas de Puerto Urraco subidas en el tren.. ¿Será que aquellos acontecimientos también se produjeron durante los días de las canículas, alrededor de unos 212º Farenheit a la sombra?

Un saludo

Anónimo dijo...
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